Las autoridades en Japón afirman que los bajos niveles de radiación han permitido que cientos de policías se acerquen a los predios de la planta nuclear de Fukushima en búsqueda de los restos de las víctimas del terremoto y tsunami del mes pasado.

La policía cree que hasta 1,000 personas pudieron haber muerto en las comunidades aledañas a Fukushima.

Los equipos de rescate, equipados con vestidos protectores contra la radiación, han penetrado dentro de un radio de diez kilómetros de la malograda planta.

En total, hay más de 13,000 muertes confirmadas y unas 15,000 personas registradas como desaparecidas luego del terremoto y el tsunami.

Más de un mes después del tsunami que dañó gravemente cuatro de los reactores de la central nuclear, el Gobierno japonés vino a calificar el accidente como un 7 en la escala internacional INES.

El 7 es el nivel máximo y solo Chernóbil (Ucrania, 1986) lo había alcanzado. Aunque Tokio se empeñó en demostrar las diferencias con la central soviética, la compañía eléctrica dueña de Fukushima, Tepco, admitió que la fuga radiactiva, para la que no ve fin, puede acabar superando la de Chernóbil.

Mientras, situado a unos 25 kilómetros al sur de la central nuclear de Fukushima I, lel pueblo de Hironomachi tiene un aspecto inquietante. La señal que advierte del peligro de la radiación está en el centro del pueblo, en la calle principal; como si una mitad fuese segura y otra no.

En realidad, todo el municipio está en la zona de exclusión voluntaria dictada por Japón y de sus 5,500 habitantes, la inmensa mayoría se ha ido. Pero quedan algunos, muy pocos, como el señor Wanatabe: ‘No me da miedo la radiación. Tengo 78 años y antes de que me llegue el cáncer moriré de viejo’, razona sonriente ante su pequeño taller mecánico.

Wanatabe mira, señala hacia la central térmica de carbón del pueblo y justifica su serenidad: ‘De esa chimenea se ve lo que sale. Pero la radiación ni se nota, ni se ve, ni se siente’. Su familia sí que se ha ido. Como él, en Hironomachi quedan unos 40 vecinos.