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Grito de Lares: Dalmau le huye a su comunismo y la independencia

Dalmau invierte sus creencias, para ganarse el favor de un electorado

La notable ausencia de Juan Dalmau en las efemérides del “Grito de Lares”, fue exactamente eso, un grito a los electores de que mientras sea candidato, se va a mantener alejado de los temas separatistas y de la “juntilla” con los socialistas-comunistas del patio. Si eso se lo creerá el electorado, está por verse al concluir el proceso electoral. Pero, por sus actitudes, parece ser que Dalmau está viendo en su ideología marxista una muralla que le impide acceder a un público más amplio.

El marxismo de Dalmau enfrenta una encrucijada crítica en su trayectoria a través de este siglo. La adversidad del marxismo es multidimensional, abarcando una fuerte oposición ideológica, los fracasos prácticos en su aplicación de esta filosofía de gobierno, y los desafíos frente a las condiciones económicas reales en Puerto Rico. La falta de participación de Dalmau en una actividad de la cual históricamente ha participado apunta a su falta de legitimidad no al abandono de sus creencias.

La implementación práctica de la teoría marxista consistentemente ha resultado en una adversidad significativa. Es tan fácil como examinar la experiencias de la desaparecida Unión Soviética, o la de Cuba, Venezuela, Nicaragua y Etiopia, entre otras. Estos regímenes pretendían eliminar las distinciones de clase sociales y promover la igualdad mediante estrategias autoritarias que contradicen los ideales de libertad y democracia. Lo que lograron fue enriquecer a un puñado de personas cercanos al dictador y enviar a la miseria a la mayoría de sus ciudadanos. Esa es la ideología que Dalmau apoya, y su única manera de lograrla es a través de la independencia de la isla.

La ausencia de Dalmau en el “Grito de Lares” no es otra cosa que su manera de proyectar un rechazo a sus creencias comunistas mediante la consecución de la independencia. En política, pocas conductas son tan controvertidas como el acto de un político de abandonar su ideología profundamente arraigada, solo para beneficiarse en una elección. Este tipo de negación ideológica representa una profunda hipocresía que puede socavar la confianza de los electores y ensombrecer la integridad de los sistemas democráticos. A menudo se espera que los políticos se atengan a sus principios y se presenten como representantes auténticos de sus valores y de los de sus partidarios.

Dalmau aspira a un puesto por el Partido Independentista, pero alega que no apoyaría la independencia de salir electo, por otro lado, hace una alianza con partido de corte socialista, y dice no serlo. El abandono de Dalmau a esos principios, en un intento descarado de ganar poder político, revela la fragilidad de sus convicciones y plantea preguntas críticas sobre su idoneidad para el liderazgo.

Dalmau es el vivo ejemplo de la desconexión entre las acciones del político, y las creencias que públicamente profesa. Por dentro, Dalmau es un marxista-comunista y por fuera se disfraza de capitalista.

La ideología de cualquier político constituye la columna vertebral de la identidad como líder. El abandono de su ideología demuestra que Dalmau no es un líder honesto. Es a través de la ideología que un líder describe sus ideas políticas, inspira a su base y articula su visión para el futuro. Dalmau ha invertido sus propias creencias, y las minimiza premeditadamente, para ganarse el favor de un electorado, lo que implica que el poder, no los principios, son su motivación principal. Sin importarle mucho, Dalmau socava la base misma del liderazgo democrático, donde los votantes esperan transparencia y coherencia.

Esta forma de hipocresía se vuelve especialmente peligrosa cuando resulta en apelaciones populistas u oportunistas diseñadas para apaciguar a los votantes pero que carecen de una base ética sólida. Dalmau lleva toda una vida apoyando la independencia y respaldando dictaduras marxistas, pero cambia sus posiciones simplemente para atraer a más votantes en una aparente traición a su base. Las posiciones de Dalmau parecen ser tan maleables que claramente ha generado confusión y desconfianza entre quienes lo apoyaron por sus posiciones originales.

Además, la hipocresía que presenta Dalmau erosiona la calidad del discurso público. Cuando las posturas ideológicas se presentan como negociables, el resultado suele ser una simplificación excesiva de cuestiones complejas en favor de malintencionada ganancias políticas a corto plazo. Dalmau, en este sentido, se ha convertido más en un artista farandulero que en un líder serio, que ha preferido centrarse en lo que es popular, en lugar de en lo que cree en su interior como correcto o necesario para el progreso a largo plazo. Este enfoque transaccional de la política —en el que se intercambian creencias por votos— es lo que en fin abarata el proceso democrático, y reduce los debates importantes a meros caprichos.

Esperemos que el Pueblo vea esta hipocresía y el cinismo de quienes la practican. El electorado debe castigar con el voto a los políticos que están dispuestos a decir cualquier cosa para ser elegidos. Este tipo de candidato que prefiere cambiar sus posturas firmes para contradecirlas cuando se vuelva políticamente conveniente, tienen que ser rechazados.

Si los líderes no están arraigados en sus valores, los ciudadanos pueden empezar a preguntarse si votar siquiera importa, ya que las figuras políticas parecen dispuestas a cambiar sus posturas según los vientos predominantes.