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Opiniones

Buffett vs. Cripto: una batalla de filosofías de inversión

Desde su sillón en Omaha, Buffett ha construido un imperio de inversiones bajo un principio que repite una y otra vez: invierte en lo que entiende y puede cuantificar.

Por Orlando Alomá Sep 22, 2025
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Warren Buffett es un nombre que trasciende el mercado financiero para convertirse en sinónimo de sabiduría financiera. No solo porque es uno de los hombres más ricos del planeta, sino porque lo ha logrado sin fórmulas mágicas, sino con algo tan básico como comprar negocios sólidos y esperar pacientemente.

Esa paciencia ha sido su ventaja más grande: entender que en las finanzas, como en la vida, lo lento y constante suele vencer a lo rápido y volátil. Y eso, precisamente, es lo que lo coloca en las antípodas de las criptomonedas.

Desde su sillón en Omaha, Buffett ha construido un imperio de inversiones bajo un principio que repite una y otra vez: solo invierte en lo que entiende y puede cuantificar. Por eso se ha mantenido al margen del Bitcoin y el Ethereum, incluso cuando ambos han alcanzado máximos históricos en los últimos años. En agosto de 2025, Bitcoin superó los $124,000 antes de retroceder a la zona de los $110,000; Ethereum, por su parte, tocó casi $5,000 y hoy ronda los $4,400. Para Buffett, quien mide todo en términos de cash flow, dividendos y valor intrínseco, esos números no significan nada más que cifras arbitrarias que mañana pueden desplomarse.

En 1988, justo después del desplome bursátil de 1987 que borró casi un 25% del valor del Dow Jones en un solo día, Buffett vio una oportunidad.

Apostó por Coca-Cola, convencido de que la marca más reconocida de refrescos del planeta saldría fortalecida de la crisis. Invirtió alrededor de $1,000 millones, equivalentes a más del 6% de la compañía. Décadas más tarde, esa participación vale más de $25,000 millones y le genera a Berkshire más de $800 millones al año en dividendos. En 1964, cuando American Express se tambaleaba tras el famoso “salad oil scandal”, un fraude de inventarios que desplomó sus acciones casi a la mitad, Buffett decidió entrar.

No se dejó llevar por el pánico del mercado: confió en que el efecto de red de AmEx, con comercios y consumidores atados a su tarjeta, aseguraría la recuperación. Hoy esa inversión se multiplicó más de 100 veces. Y en 2016, tras años evitando compañías tecnológicas, Buffett sorprendió acumulando acciones de Apple. No la vio como un fabricante de dispositivos electrónicos, sino como una empresa de consumo con un ecosistema que genera lealtad casi adictiva. Compró de manera gradual durante varios años hasta alcanzar una posición que llegó a valer más de $150,000 millones. A partir de 2023 comenzó a reducirla, demostrando que incluso su mantra de “comprar para siempre” admite ajustes estratégicos cuando el mercado exige liquidez o reequilibrio.

Cuando mira al mundo cripto, Buffett ve lo opuesto. El Bitcoin no paga dividendos, no genera utilidades, no tiene un equipo gerencial ni un modelo de negocio que pueda analizarse. Su valor depende únicamente de que alguien más esté dispuesto a pagar un precio mayor en el futuro. Para él, eso no es invertir; es especular. De ahí su célebre frase: el Bitcoin es “veneno para ratas al cuadrado”.

Bitcoin nació en 2009 como respuesta a la crisis financiera de 2008, cuando bancos de inversión empaquetaron hipotecas de alto riesgo en bonos que colapsaron el sistema. El “whitepaper” de Satoshi Nakamoto proponía un sistema de dinero electrónico descentralizado, fuera del alcance de gobiernos y bancos, para restaurar la confianza. Desde entonces, su historia ha sido una montaña rusa.

En 2013 subió hasta los $1,000, pero cayó a $200 tras el hackeo de Mt. Gox, el principal exchange de la época. En 2017 alcanzó los $20,000 impulsado por la fiebre de las ICOs, antes de desplomarse a $3,000 cuando esas ofertas colapsaron en masa. En 2021 rozó los $69,000, alimentado por la liquidez pospandemia y la entrada de empresas como Tesla, pero terminó hundiéndose a $16,000 en 2022 tras la caída de LUNA, el colapso criminal de FTX y el endurecimiento de la política monetaria. Ethereum, mientras tanto, siguió trayectorias similares, con auge en el boom de DeFi y NFTs y caídas en cada ciclo bajista.

Los tropiezos no se limitaron a precios. BitConnect, entre 2016 y 2018, fue un Ponzi scheme tradicional disfrazado de “bot de trading” que desapareció con más de $2,000 millones. LUNA, que llegó a valer $40,000 millones, implosionó en días cuando su stablecoin algorítmica perdió la paridad al dólar. FTX, hasta entonces el tercer exchange más grande, usó fondos de clientes para financiar apuestas de alto riesgo y dejó un hueco de $8,000 millones. Incluso en 2024 y 2025 han aparecido rugpulls en tokens meme, como Hawk Tuah ($HAWK), donde insiders y “sniper bots” acapararon el suministro en minutos y luego vendieron con ganancias astronómicas, dejando a pequeños inversionistas con pérdidas totales. Para Buffett, cada uno de estos episodios confirma lo mismo: este es un terreno inaceptable para quien busca previsibilidad y seguridad.

Reducir todo a especulación sería injusto. La tecnología blockchain ha demostrado aplicaciones reales que ya generan valor. El XRP Ledger es un ejemplo: dejó de ser visto solo como sistema de remesas y hoy avanza con fuerza en la tokenización de activos reales (RWA), el desarrollo de DeFi institucional y la emisión de la stablecoin RLUSD, respaldada por activos tradicionales. Tokenizar consiste en representar en blockchain bienes como bonos del Tesoro o bienes raíces, lo que permite fraccionarlos, comerciarlos con mayor liquidez y reducir costos. En Dubái, por ejemplo, ya se experimenta con escrituras de propiedad tokenizadas, y solo en el segundo trimestre de 2025 el valor de activos tokenizados en el XRPL alcanzó $131.6 millones, un salto de más de 2,000% en pocos meses.

Pero no es el único caso. Bitcoin, aunque no genera dividendos, se ha consolidado como una reserva digital: es aceptado como moneda de curso legal en El Salvador y figura en balances de tesorerías corporativas como Microstrategy y Tesla e incluso de fondos institucionales con la introducción de los Bitcoin ETFs. Ethereum, por su parte, es la columna vertebral de contratos inteligentes, aplicaciones DeFi y NFTs, con miles de millones de dólares posicionados en protocolos financieros abiertos. Redes como Solana ofrecen transacciones ultrarrápidas que han atraído a desarrolladores de gaming y pagos, mientras Cardano impulsa proyectos de identidad digital y gobernanza en países emergentes. Todo esto sugiere que, aunque Buffett sigue sin ver un foso económico, en el terreno tecnológico las criptomonedas ya están generando utilidades concretas que van más allá de la mera especulación.

Desde su óptica, nada de esto altera la ecuación básica. Cuando evalúa una inversión, lo que realmente mide es la capacidad de un negocio para generar cash flows crecientes en el tiempo, calcular retornos sobre capital (ROI) y proyectar beneficios futuros con un margen de seguridad. Buffett y su equipo en Berkshire han perfeccionado durante décadas fórmulas y métricas financieras muy estudiadas para valorar compañías: desde el análisis de cash flow hasta modelos de retorno sobre patrimonio, todo dentro de marcos regulatorios estandarizados que permiten comparar empresas bajo reglas claras. Esa consistencia, saber que Coca-Cola, American Express o Apple reportan bajo normas estrictas y con auditorías independientes, es lo que le da confianza para invertir y sostener posiciones a largo plazo.

El entorno de las criptomonedas, en cambio, es mucho más difícil de encajar en esas fórmulas. Es cierto que algunas redes ofrecen staking rewards, un rendimiento periódico por validar transacciones o aportar liquidez. Pero no son dividendos en el sentido tradicional: no provienen de utilidades empresariales, sino de la emisión de nuevos tokens o de tarifas internas del ecosistema, y dependen de que el mercado sostenga el valor de ese token. Replicar las métricas financieras de Berkshire en este contexto es prácticamente imposible, porque no hay décadas de estados financieros auditados ni un entorno regulatorio homogéneo donde comparar. Para Buffett, esa falta de bases cuantificables convierte a la mayoría de los criptoactivos en apuestas basadas en confianza más que inversiones de valor.

El objetivo de un inversionista en Berkshire Hathaway no es hacerse rico de la noche a la mañana, sino lograr retornos estables y superiores al promedio con el menor riesgo posible. El punto de referencia siempre es el S&P 500, el índice que agrupa a las 500 mayores empresas de Estados Unidos. Si el S&P rinde un 6% anual y Berkshire logra un 7%, ese 1% adicional parece poco… hasta que se multiplica por décadas gracias al interés compuesto. Del mismo modo, en un año negativo, si el S&P cae 15% y Berkshire solo retrocede 12%, eso también se considera una victoria: proteger capital es tan valioso como hacerlo crecer. En ambos escenarios, cuando supera consistentemente al índice por unos puntos o cuando logra perder menos en mercados bajistas, sus inversionistas lo toman como un genio. Y esa visión es precisamente la que buscan: fondos de pensiones, aseguradoras e individuos que prefieren la estabilidad antes que el vértigo.

Ahora bien, esa confianza depende de la coherencia con su filosofía. Si Buffett anunciara que Berkshire va a invertir siquiera un 5% de sus fondos líquidos en criptomonedas, la reacción sería inmediata: muchos inversionistas, como fondos de pensiones, aseguradoras e individuos conservadores, llamarían decepcionados y retirarían parte o todo de su dinero. No porque odien la innovación, sino porque no invierten en Berkshire para exponerse a retornos explosivos ni a riesgos desproporcionados. Lo que buscan es exactamente lo contrario: una gestión prudente, estable y predecible.

El choque es cultural. Buffett representa la tradición de la inversión paciente, estable, predecible. Cripto, en cambio, encarna la innovación acelerada, el riesgo alto y la posibilidad de retornos extraordinarios… junto con la posibilidad de perderlo todo. Ninguno es “mejor” de forma absoluta; responden a perfiles distintos de inversores.

La lección, entonces, no es elegir entre Buffett o cripto como si fueran polos opuestos. Es entender que Buffett nos recuerda la importancia de la prudencia, la disciplina y los activos productivos, mientras el ecosistema cripto abre una ventana hacia nuevas formas de organizar valor. La clave está en no confundir hype con innovación genuina. En aprender a separar las burbujas de los casos de uso que sí tienen futuro.

Buffett probablemente nunca compre Bitcoin. Pero tampoco puede negarse que la tecnología que lo sustenta ya está cambiando las finanzas. El reto para Puerto Rico y para cualquier inversor en 2025, es encontrar un punto de equilibrio: absorber la disciplina de Buffett sin cerrar los ojos a las oportunidades que nacen en el mundo digital.

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