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Opiniones

Trump recupera a Jenniffer, su cheerleader

Jenniffer, la colonizada, por más que afirme o crea batallar por no serlo, adora al amo Trump, punto.

Licenciado Víctor García San Inocencio, columnista de NotiCel.
Foto: Juan R. Costa

El colonizado que no ha comenzado a romper esas cadenas, carga un penoso sentimiento de inferioridad que es tan profundo y pesado, que le crea una deformación en su psique y personalidad. Vive para servir a su superior quien es su amo, sin importarle sus defectos, ni sus aberraciones y atropellos. El colonizado de verdad, como los perros falderos, hace cualquier pirueta y hasta el ridículo con tal de hacerse notar por su amo.

Esa deformación del carácter y en la brújula de la moral política de la comisionada residente, Jenniffer González, salió retratada cuando esta semana se abrazó nuevamente por acomodo y conveniencias, a Donald Trump.

Jenniffer, la colonizada, por más que afirme o crea batallar por no serlo, adora al amo Trump, punto. Añora las ventajas que imagina tiene retornar al culto a Trump. A pesar de que él, ni ningún político estadounidense quiera ver la estadidad para Puerto Rico ni en pintura. Trump mismo ha dicho del gobierno local PNP que es el más corrupto que haya visto.

El líder supremo del Partido Republicano que acaba de extirpar la estadidad de su programa, partido que alberga la colección de racistas y clasistas más abultada de la historia reciente de Puerto Rico dictó su veredicto sobre la estadidad. Sin embargo, Jenniffer y los delegados republicanos seleccionados de dedo se arrastran hacia el besamanos de manera impresentable. Pronto aparecerá la estatua de este villano frente al Capitolio. A que no se atreven a instalarla.

El amo Trump, no solo considera inferior a los puertorriqueños, sino a todo aquel que habita en América Latina y el Caribe, al sur del Río Bravo. Cuando corría por primera vez contra Bush ---el hermano--- lo criticó severamente en un debate por andar haciendo campaña en español. A Ted Cruz, ahora otro nuevo incondicional, le cuestionaba sus raíces.

El manoseador y violador Trump, expresidente de EE UU, ahora que está al frente en la carrera, no le faltan lame ojos y alcahuetes. La fila es larga y en ella se ha colado Jenniffer y su séquito de pretendientes influencistas, traficantes acomodadores de intereses económicos muy poderosos, portaestandartes del todo se vale en los negocios. Para estos, para Jenniffer y su comparsa, el sacrificio de una humillación más, bien vale cualquier conexión. Después de todo, todo es relativo en sus códigos.

Podrá afirmar, esta clase de colonizados, un millón de veces que no lo son, pero su instinto los lleva a entregarse hasta el tuétano. O, acaso nos quieren convencer de que sacrifican su credibilidad y su honor por un misterioso fin superior, pregunto.

Por razones de orden moral, sumadas a muchas otras, que trenzan el encuentro con la paz y la justicia, el colonialismo es considerado un delito por la Humanidad, pues castiga conjuntamente a un Pueblo e individualmente a quienes lo integran, y porque niega la esencia de la libertad, que consiste en vivir en dignidad y en igualdad con el resto de la Humanidad. Decir zombimente que abogar por la estadidad es un acto de dignidad en el contexto histórico estadounidense y en este punto en el tiempo y circunstancia es una solemne estupidez, o es parte del viejo truco de tratar de coger de p……s (tontejos) a sus seguidores.

Cuando Donald Trump vino a pavonearse a Puerto Rico luego del huracán María, y arrojó los rollos de papel toalla con el mismo menosprecio con que luego mandó a bloquear las asignaciones federales de la emergencia a sus alicates aquí ---entiéndase alcahuetes--- le siguieron riendo las gracias, sobresaliendo entre estos la republicana y trumpista Jenniffer González.

A la Comisionada no le importaba entonces, como tampoco ahora, que Trump fuese un hostigador, manoseador, ni mucho más contra las mujeres, ni un traqueteador, ni que fuese un racista empedernido. Como leal colonizada, le reía las gracias, por lo que se ganó una terrible reputación de alzacolas del presidente, hoy expresidente, y ahora candidato proclamado nuevamente.

Vino luego la derrota de Trump en su aspiración del 2020, razón por la cual las zalamerías con Trump dejaron de darle a la Comisionada Residentes dividendos. Ahí, no reparó en darle la espalda. Entonces, Trump, se trató de robar las elecciones del 2020, hizo y deshizo, y en la desesperación para no soltar la presidencia que perdió, alentó un intento de golpe de estado. Doña Jenniffer, escandalizada por la conducta del títere e impresentable derrotado Trump, deshizo sus votos aduladores con Trump y afirmó apartarse de él y le retiró su apoyo para siempre. Aunque algunos dudamos que la cheerleader de Trump en Puerto Rico lo hubiese repudiado, ella se dio contra el piso, descartando al que ya era inútil para ella y sus ambiciones, Donald Trump.

Esta semana Jenniffer González, hoy apirante a la gobernación, dio un “reversazo” y ahora se abraza al presidente convicto y violador de todo lo que se encuentra a su paso, especialmente si es la ley. Ahora que Trump parece que ganará la Presidencia, la Comisionada asesta un golpe de oportunismo descarado, borra cinta y regresa al porrismo con Trump. Todo ello sin sentir hervor en la cara, sin abochornarse, como seguramente en su fervor por Trump,

Lo alaba y lo idolatra, con un cálculo frío trepador, Jenniffer se contradice, olvida el valor de su propia palabra, comprometiendo cualquier credibilidad que pudiese quedarle y superando en descaro sus maniobras acuchillantes de la campaña primarista que tantas cicatrices dejaron en la espalda del gobernador Pierluisi y sus seguidores. Ciertamente quien es capaz de hacer esto, lo es de hacer cualquier otra cosa.

Parece que aquellos anuncios que insinuaban que la Comisionada Residente no tenía palabra y que decían que mentía son verdad. Parece que lo falsario tendrá un papel prominente en su repertorio, y parece que todo ello sucederá, mientras exhibe desde su profundo sentimiento de colonialidad un presunto deseo de igualdad, acaso para ser igual al amo Trump al que ahora dice admirar tanto.

Bien ha dicho Silverio que es el episodio de vergüenza ajena más grande de la historia de Puerto Rico. Deja de mencionar que quien no tiene vergüenza, no puede ser capaz de sentirla.

Me pregunto si esta republicana trumpista que aspira a la gobernación irá a hacer campaña entre la comunidad dominicana y otras comunidades de hermanos, si los besará y abrazará hipócritamente para sacarse la fotografía, o si encontrará a algún lacayo que como Caín la acompañe. Pregunto, si será consciente que cientos de miles allá, en Estados Unidos, quienes son sus amigotes fanfarrones republicanos, no la querrán ver ni en pintura, porque creen que es inferior.

Me pregunto si, de una manera táctica le pedirá al gobernador quien ya no preside el PNP, que suspenda la idea de hacer un plebimito que podría convertirse en una papeleta contra Trump. Más aún, pregunto si la ambiciosa candidata que preside el PNP, se atreverá a hacer campaña por Trump en la papeleta fantasiosa del malgasto donde se nos quiere obligar a escoger entre la silla eléctrica y la horca, entre el senil Biden, ahora depuesto, y el malévolo Trump.

Habrá quien piense que las elecciones son un relajito, o quien crea que a los electores no le importa que su candidato ---en este caso candidata--- no mantenga su palabra, sea una veleta, tenga vocación oportunista y tantos vicios políticos de carácter. Pero estoy convencido que cientos de miles de electores puertorriqueños, incluyendo a una cantidad grande de estadistas, no favorecerán a esta candidata, ni a su grupo de aspirantes a jugar a ser traficantes de influencias.

Por lo pronto, Trump ha rescatado a su cheerleader en Puerto Rico, aunque de seguro ni sabe cómo se llama. Claro está algún tercerillo se lo recordará a un asesor de más jerarquía si es que participa en aquella campaña para ganar galones.

El autor es abogado, exrepresentante y excandidato a comisionado residente por el Partido Independentista Puertorriqueño. Posee un bachillerato en Ciencias Sociales de la Universidad de Puerto Rico y un Juris Doctor de la Facultad de Derecho de la misma institución. Tiene además un doctorado de la Universidad del País Vasco (2016).