“Kilómetros de cambio”: Correr para acabar con la violencia
En Puerto Rico oscilan sobre las veinte las mujeres asesinadas anualmente a manos de sus parejas, legales o sentimentales, exparejas u otros supuestos relacionales.
Antes de la entronización absoluta del homo sapiens como especie dominante, los homínidos predecesores ya tenían una supremacía física del macho respecto de la hembra. Se trataba de una mera cuestión de tamaño y musculatura.
Con los milenios, con los siglos, con las civilizaciones, los roles apenas cambiaron. El homo fue dejando paso al sapiens, pero la prevalencia física, la tiranía anatómica y social del sapiens masculino continuaba. Ni siquiera la implementación progresiva de la cultura, en ciertos espacios, atenuó la dominancia del hombre sobre la mujer.
Solo la educación, la perseverancia en las luchas, la valentía de mujeres pioneras y algunos movimientos planetarios han conseguido reducir notablemente los índices de uno de los distintos tipos de violencia: la de género.
Reducirlos, pero no erradicarlos.
Puerto Rico no es ajeno a esta lacra social. Las cifras de abusos, de violencia, de muertes de mujeres, mantienen unos niveles incompatibles no solo con la pretendida igualdad entre ambos géneros, sino con la condición de seres civilizados, moldeados por una cultura que nos distingue del resto de las especies. Aunque por dar un ejemplo, los elefantes macho no abusan de las hembras pese a la descomunalidad de su tamaño. Existen cientos, miles, de casos en el reino animal.
En Puerto Rico, oscilan sobre las veinte las mujeres asesinadas anualmente a manos de sus parejas, legales o sentimentales, exparejas u otros supuestos relacionales. Esa cifra, que podría parecer mínima, es sin embargo abrumadora para una población de alrededor de tres millones de boricuas.
Pero no son solo las muertes de mujeres las delatoras de la violencia doméstica, familiar, de género; existe un maltrato sumergido, subyacente, cotidiano que demasiadas personas soportan con una sumisión determinista por miedo a, entre otras cosas, que la denuncia provoque represalias más violentas todavía, por temor a que la barbarie no sea refrenada por la cultura y derive en sangre, moretones, vejaciones o cualquier otro tipo de maltrato, también el psicológico.
Es por esa necesidad permanente de seguir concienciando, por lo imperativo de acorralar a las personas violentas (sean estas mujeres u hombres), por la exigencia que, como sociedad, debemos darle a la igualdad plena, a vivir sin temores impuestos, por lo que iniciativas como la bautizada como “Kilómetros de cambio” merecen ser aplaudidas, vociferadas y respaldadas para llevar el altoparlante de los derechos a todos los rincones de esta isla nuestra tan falta de paz familiar y social en todos los órdenes.
La propuesta partió de la triatleta y ultramaratonista, Deborah Maldonado que, llevada por su inclinación a las grandes distancias, propuso una carrera en la que 28 mujeres comprometidas con el running y los derechos de la mujer completarán, por relevos, entre los días 17 y 19 de mayo de 2024, una ruta que atravesará 25 municipios costeros, para sumar un total de 45 al final de la ruta circular, con salida en el Parque Central de San Juan y llegada al Viejo San Juan.
La iniciativa quiere dar visibilidad al problema de la violencia de género, además de conceder apoyo a los ocho albergues de la isla que prestan atención a mujeres víctimas de esta conducta humana.
Cada una de las participantes recorrerá entre 10 y 13 millas acompañada de una cohorte de corredores de cualquier género que, desde su solidaridad anónima, contribuirán a la propagación del mensaje de la necesidad de la extinción de cualquier tipo de violencia.
Estableciendo un paralelismo con la antorcha olímpica en su recorrido transcontinental, previo a la celebración de cualquier edición de los Juegos Olímpicos, las 28 corredoras que han puesto cara y pondrán piernas a la agenda se convertirán en embajadoras puertorriqueñas de la concordia doméstica y, más allá, en metafóricas antorchas humanas de un recorrido que busca abrazar la totalidad de nuestra isla para que ningún rincón quede al margen del mensaje.
Yo seré uno de esos acompañantes para cubrir uno de los aludidos tramos. En mi condición de corredor aficionado, me uní a la causa porque entiendo que, solo a través de la potenciación de facto de dar visibilidad a la lacra, podemos aproximarnos a su extirpación.
Pocas veces el más que seguro cansancio derivado de la exigencia de correr una distancia larga me resultará tan reparador. Pocas veces correr debiese depararme un confort anímico más allá del propio de la práctica deportiva. Pocas veces mis pasos arribarán a mejor destino. Pocas veces mi yo íntimo, mi yo emocional, ese yo que execra y se avergüenza de la violencia en cualquiera de sus manifestaciones, se verá tan complacido como en mi participación en estos “Kilómetros de cambio” concebidos para que la voz en contra de la violencia sea un grito colonizador y no un suspiro de corto alcance.