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Baños para todos

Por Lic Jaime Sanabria Jun 20, 2023
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El autor no aprecia el impedimento «para que no solo los baños universitarios, sino los del resto de instalaciones públicas y privadas, derriben las distinciones de género».

Cuando en 1955, Rosa Parks, negra de piel y residente en Montgomery (capital del estado de Alabama) se negó a abandonar su asiento para que lo ocupara uno de los blancos que se habían incorporado en la última parada de la guagua pública que la llevaría hasta las inmediaciones de su casa, no acababa de ser consciente que su gesto acabaría desencadenando algo más que una revolución.

Tras la llamada del conductor a la Policía, la mujer fue arrestada, encarcelada y condenada a pagar una multa de 14 dólares por alterar la paz y el orden público. El subsiguiente levantamiento de una población negra saturada de abusos, capitaneada por un pastor todavía desconocido, un tal Martin Luther King, comportó la negativa de la comunidad negra a usar el servicio público de autobuses de Montgomery y más allá, negativa que se sostuvo durante 382 días y que ocasionó pérdidas millonarias en la compañía. Un año largo más tarde, en 1956, el Tribunal Supremo de los Estados Unidos de América declaró inconstitucional la segregación racial en el transporte público.

Aquella primera batalla por la igualdad racial daría paso a otras muchas que, con los años, permitirían que la población negra de los Estados Unidos gozara, por ley (quizá no todavía por hechos), de los mismos derechos que la blanca.

Parecida segregación ocurría en la práctica totalidad de baños, públicos o privados, de una mayoría de los estados del Sur, discriminado su uso por el color de piel, y cuya transgresión desembocaba en sanciones, y hasta condenas, en los infractores de piel negra díscolos con la aceptación de la norma.

Esa separación por tonos de epidermis se veía como razonable y razonada en aquel entonces, sobre todo para la clase blanca dominante; algo consuetudinario, determinado por un orden que los blancos juzgaban como natural, pero las protestas, la lucha por los derechos humanos emprendida por personas y organismos se hizo sostenida en el tiempo y consiguió la igualación en los derechos elementales de las personas indistintamente a su piel, credo, origen social u orientación sexual. Todavía se lucha en ello.

En la actualidad, a nadie se le ocurriría organizar la preeminencia en los asientos del tren urbano o de la AMA o de las guaguas públicas por raza o color de piel. Sin embargo, el uso de los baños públicos mantiene una franja de indeterminación que el tiempo, la perspectiva y el atrevimiento de los pioneros en implementar una nueva organización y distribución del espacio, acabará por diluir y, de ese modo, ser considerada anacrónica la actual división.

Uno de estos pioneros en una nueva disposición y utilización de los baños públicos ha sido la Universidad de Puerto Rico, que ya en 2019 introdujo en los campus de Río Piedras y Humacao los baños inclusivos en sustitución de los tradicionales. Desaparecida la clásica división entre mujeres y hombres, desaparecidos también los urinarios, el espacio se organizaba solo en compartimentos individuales que podían ser utilizados por cualquier género, incluidas las personas transexuales. Al margen, se habilitaron también espacios para personas diversas funcionales o con movilidad reducida y hasta un compartimento para facilitar el cambio de pañales. Aquella primera homogeneización del espacio de intimidad, aludido como baños inclusivos, despertó un revuelo en la comunidad universitaria que, con el paso del tiempo, se aplacó hasta casi desaparecer y ser aceptada sin reparar ya en ella en cotidianidad de la universidad, aunque no deja de ser cierto que una minoría todavía presenta resistencias en la naturaleza de los baños.

Recientemente, el campus del recinto de Carolina ha abierto también sus baños inclusivos (all gender restroom) rotulados con tres íconos que representan al género femenino, al masculino y a los que se sienten situados entre ambos, visibilizados en el presente fruto de su proliferación y de la menor estigmatización que una sociedad evolutiva mantiene con el diferente. Solo los baños de los campus de Aguadilla, Bayamón y Utuado carecen de esa señalética identificativa, algo a corregir por la máxima institución educativa del país, sismógrafo de las transformaciones sociales de Puerto Rico y organismo vanguardista en asuntos de integración, que afirma que no han recibido quejas o denuncias formales por la utilización de los baños.

El atrevimiento de los pioneros en subvertir órdenes de conducta que parecen inamovibles impulsa una metamorfosis en usos y costumbres sociales que acaba siendo regulada por leyes; usos y costumbres que con el paso de las generaciones son calificados como absurdos, irracionales, incluso, despiadados con algunos colectivos; como ahora valoramos como aberrantes aquellas prácticas racistas que dibujaban, mediante leyes –leyes que se pretendían insustituibles–, ciudadanos de primera, de segunda y de tercera en los años cincuenta y sesenta del siglo anterior en el país que nos tutela.

No aprecio impedimento alguno para que no solo los baños universitarios, sino los del resto de instalaciones públicas y privadas, derriben las distinciones de género y los usuarios convivan entre sí en espacios adecuados para la garantía de la intimidad. A la postre, en lo que concierne a las necesidades fisiológicas, todos nos comportamos de manera parecida, condicionados por nuestra condición de humanos.

Sin embargo, esta asimilación, esta normalización del espacio de los aseos de una universidad no debería ser utilizada por el colectivo LGTBI como motivo propagandístico para reforzar su asimilación porque ya es algo natural producto de un hoy diverso. Ni tampoco los grupos religiosos que se oponen a la idea de la diversidad de los géneros deberían hacer política o ruido oponiéndose.

No favorece en nada a la convivencia sin conflictos medidas como las que pretende que sean implementadas a través del Proyecto de Cámara 1740 de la portavoz del Proyecto Dignidad, Lisie Burgos, que remarca la prohibición en agencias, instrumentalidades y dependencias gubernamentales de “baños múltiples inclusivos, mixtos o neutros”. La medida persigue, además, impedir que se permita la presencia de “personas del sexo opuesto en baños para un sexo determinado”. No parece la segregación de esta comunidad el mejor aliado para la normalización de una coexistencia que requiere del poso de la continuidad para diluir la discriminación y el trato distinto injustificado.

Como mencionaba, tampoco el movimiento LGTBI debe victimizarse de más. El conjunto de la sociedad está teniendo en cuenta, y lo hace notar a través de normativas integradoras, el incremento de los miembros adscritos a esta colectividad y trata de adaptar leyes, educación y comportamiento a la existencia de una realidad numérica que, aun siendo minoritaria respecto a los dos géneros tradicionales, constituye una evidencia social que ya no necesita, ni puede, ni menos debe, ser ocultada.

No tener que escoger baño a la hora de aliviar el cuerpo puede ser una liberación para quien se ve obligado –yo entre ellos– a descifrar no pocos íconos abstractos en la puerta de los baños que determinan el sexo autorizado y una vez escogido uno, a veces por sorteo mental, mantenerse en la duda de si estás en el que te pertenece por género o por sexo o te has convertido en un intruso.

Bienvenidas sean iniciativas inclusivas como la de la Universidad de Puerto Rico, porque la posición vanguardista de los llamados templos del saber representa un faro a seguir por parte de otras instituciones, privadas o gubernamentales, para la adopción de las mismas estrategias de cohabitación social dinamitadoras de barreras que solo conducen a enfrentamientos.

Desde mi postura reflexiva, puedo escuchar los aplausos de una Rosa Parks complacida porque la segregación no extienda sus redes y no se vuelva a cometer, como cuando ella se hizo fuerte en su asiento, discrimen con el diferente por el hecho de ser negro, homosexual o transexual.

Pero sin exceso de propaganda, sin ánimo proselitista, por ninguna de las partes, con la naturalidad que brinda lo insonorizado.

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