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Persuadir, sin sacrificar la verdad

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Las treinta y ocho estratagemas, tretas y triquiñuelas para ganar una discusión, sistematizadas en este breve trabajo: El arte de tener la razón.

Plaza de Armas, Viejo San Juan. Acabo de terminar de leerme de una sentada hoy, El arte de tener la razón de Arthur Shopenhauer que es en apariencia un libro sobre dialéctica, sobre estrategias o estratagemas para persuadir. ( Acantilado, noviembre 2023).

Mientras sorbo un café en el Cuatro Estaciones, cercano un azul amarillado de atardecer fresco, se oye a Silvio Rodríguez con su Canción del Elegido, sin que pueda distinguir de cúal siglo es cada cual.

Shopenhauer dio unos cuantos tumbos antes de dedicarse a la filosofía. Hijo de un comerciante en exportaciones, inició su preparación para dedicarse a ello. Luego intentó con el estudio de la medicina, con el que tampoco dio pie con bola, para después recalar en el puerto de la filosofía.

Tenía los medios para ello, pues la parte de la herencia de su papá, le permitiría prepararse para ir a la universidad a estudiar esta materia para lo cual, aprender griego y latín era en Alemania —y debiera ser en cualquier parte— indispensable. Varios años después, en 1813, pudo doctorarse. A sus veinticinco años, Shopenhauer, cosa de joven, creyó haber escrito una obra suprema para explicar el enigma de la existencia. Sus visiones no tardaron en chocar con las que habían situado a Hegel, otro de los grandes filósofos en el pináculo de su popularidad. Tendría el joven y poco modesto Shopenhauer, para no mencionar que era pedante, que esperar varias décadas para alcanzar una popularidad semejante.

Las treinta y ocho estratagemas, tretas y triquiñuelas para ganar una discusión, sistematizadas en este breve trabajo, El arte de tener la razón, serían publicadas muchos años después, cuando ya había muerto (1864), pues acaso no se propuso publicarlas como tales, siendo un trabajo menor, y a decir verdad, de poca monta. Sin embargo, me ha parecido interesante su lectura, pues casi dos siglos desṕués de escrita esta compilación —fundamentada sistemáticamente con las citas y rigor pertinentes— lo que porta y aporta puede ser de sorprendente vigencia en lo que hoy día se llaman «debates», particularmente los que se dan entre casi toda la fauna política que tuercen toda lógica, con anemia por la cultura y casi en extremaunción en lo tocante a la búsqueda de la verdad.

Admito que desde mis discusiones de adolescente con mi padre, y las que sostuve como estudiante en los foros universitarios, tuve que utilizar sin saberlo, la tabla periódica de las argucias a las que se refiere Shopenhauer. Si a ello añado los cientos, acaso miles de debates de los siguientes, ya pasados más de cuarenta años, concluyo no para bien, que las habré utilizado por lo menos alguna vez, casi todas. Lo que más me llama la atención del opúsculo que recomiendo leer es su carácter científico-sistemático, y cómo consigue el autor explicarse de manera clara, tipo «habla como tú» , «como la calle», para acertar a ilustrar los engranajes que retóricamente se utilizan para «ganar»una discusión se tenga, o no, la razón.

Se podría decir que el autor «aconseja» a quienes intentan persuadir en un debate, con la intención de que un oponente pueda neutralizar las tretas del otro. Pero, está siempre el problema de cómo ese debatiente se ciñe a la verdad, vence su vanidad, su impulso natural a querer prevalecer, y da a torcer su brazo, cuando no le asiste la razón. Como abogado que fui, —se me acusa de serlo hace cuarenta y dos años— cargo en mi caja de herramientas y de contrabando— el ejercicio dialógico del contrainterrogatorio. No me sorprende que antes de enseñarnos las reglas y el curso de Evidencia, ni del año de práctica litigiosa clínica, no se nos haya hecho leer a Shopenhauer. Si alguna vez se mencionó el método socrático, claro está, sin asignar los Diálogos de Platón, menos aún los Tópicos de Aristóteles, tampoco debe chocarme. Pertenezco a una generación post Fomento Industrial, Manos a la Obra y producción en masa donde el pragmatismo ramplón y de utilería se impuso a la formación más profunda y especulativa a la que sólo podíamos aspirar algunos por contumacia y rebeldía.

De allá, para acá, aquí, y para ser justos en casi todo el mundo, se ha impuesto la drogodependencia a los números, la adhesión a la uniformidad, a la estandarización, al manejo y a la producción a granel. En el mundo de la abogacía se nos ha atragantado el cuántos casos gano, cuánto gana cada quién, cuántos casos o asuntos tramita o «atiende»el juez; cuántos casos se desvían, cuán eficiente se es masajeando números y estadísticas; y todo ese debris donde se mata la sustancia y la esencia; !y sorpresa!: la Razón, la Verdad y la Justicia. Todo deviene en eficiente representación, espectáculo y en apariencia pura; en publicitación, en ceñirnos a la cuadrícula ficticia de objetivos y metas, rentabilidad y sume y siga. ¿Que le pasó a la calidad, al fervor artesano de hacer las cosas bien, por el Bien Común y con afán de servir? ¿Dónde sembramos las vocaciones, me refiero a todas? ¿Estamos conscientes de cómo se ha degradado colectivamente la calidad de nuestras vidas?

Estoy sentado en la Plaza de Armas, terminé el café, pues son las seis. Shopenhauer sigue muerto.

El año 2023 está por concluir en dos días, como si el tiempo esencial se contase de esa manera. Para cuando se publique este artículo será otro año, 2024, cuando nuestro Pueblo estará más sediento de verdad y de justicia y y tendrá oportunidad de dársela en las urnas con su voto. Debemos obsequiarnos ambas. Silvio Rodríguez ha vuelto al altavoz con «Te doy una canción». Es pues, hora de cerrar este escrito.

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