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Opiniones

Benito, ¿nos portamos bonito?

Columna del licenciado Jaime Sanabria Montañez, profesor de Derecho Laboral de la UPR.

El licenciado Jaime Sanabria Montañez.
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En ocasiones, conviene utilizar la primera persona del singular para exteriorizar lo más íntimo de tu ser, ese sentimiento que surge de la equidistancia entre las tripas, el corazón y el encéfalo, ese sentimiento que se manifiesta revestido con una aleación del yo y el mí.

Así, en esta Columna, me asomo al precipicio sereno de mí mismo, me dejo mecer por una reflexión convicta y confesa, sobre el nosotros y el mañana, tras observar uno de los tres conciertos que Bad Bunny ofreció en el Coliseo de Puerto Rico y que, con la colaboración audiovisual de las pantallas de televisión que el artista ordenó diseminar por la isla, además de retransmitir uno de ellos por Telemundo, consiguió poner a bailar y a cantar a toda mi isla, a todo un país que gusta del ritmo para expresarse no solo en lo lúdico, sino también en lo social, incluso en lo filosófico.

Benito, el “Conejo malo”, se ha convertido en uno de esos iconos musicales que ha roto, desde su estrellato, récords de asistencia, de descargas, de ventas, de fidelidad, de penetración social, de influencia, de contagio y de imitación. El trapero puede que sea el boricua más conocido del presente, el que más adeptos tiene; el hipnotizador de voluntades más reputado de la paleta de colores musical, quizá históricamente, de Puerto Rico.

No me abstengo de confesar que gocé con su música, que bailé, que tarareé algunas de sus piezas, que incluso me subyuga “Me porto bonito”. Confieso, igualmente, que me dejé mecer por mis raíces, por ese sentido singular del vaivén corporal que tatúa a los puertorriqueños que nos identificamos con lo nuestro y con los nuestros.

Las cuatro horas de concierto me permitieron hacer un paréntesis, abandonar lo cotidiano, hibernar los conflictos que tengo con el planeta y conmigo mismo. A su vez, me permitieron emerger como levitador, consciente no obstante, consciente siempre (quizá a mi pesar), del envoltorio que nos acoraza como territorio y como sociedad acuciada por un rosario de deficiencias estructurales que facilitan la permeabilidad a mensajes apetitosos de maquillaje, rezumantes de idealismo, pero utópicos a la hora de regresar los pies a la tierra, al día a día, una vez apagadas las luces, silenciados los micrófonos, sofocado el humo, oscurecido el escenario…

Pero ahora es Jaime, el analista, quien se asoma, ahora es Jaime, el racional, quien sigue al embelesado, tras la vorágine musical puertorriqueña, tras el baño de multitudes patrio del músico más escuchado de la tierra. Ahora también es esa primera persona del singular la que advierte que Bad Bunny insufla, tanto desde la lírica de las letras de sus temas como desde su discurso en el escenario, un mensaje revolucionario incruento, un llamado a modificar los comportamientos de unos ciudadanos a quien califica de adormecidos (por aludirlo eufemísticamente). Ese continuo llamado a la insurrección social, a la adopción de nuevos roles políticos de una ciudadanía, con miras a una transformación del actual modo de gestionar la vida en sociedad, carece, a mi juicio, de cualquier tipo de solidez organizativa de fondo, incluso de forma.

Esa incitación letrista y discursiva de Benito Antonio a modificar las relaciones interpersonales, a variar la concepción del amor, a contemplarlo desde la óptica del sufrimiento, de la inestabilidad, de la volubilidad, de la vivencia explícita del momento, pretende encabezar, desde un liderazgo solo musical, sin involucrarse más allá del empujón emocional de la arenga, un movimiento social transformador que, si bien puede resultar apetitoso, sugestivo, no deja de ser una proposición vacía más allá del éxtasis de un concierto pletórico de luz y de inspiración.

Sin duda, el trapero posee una motivación sincera de traspasar su universo musical y posicionarse en el plano del mesianismo teórico porque, no en vano, figuró, en el año 2021, en una de las listas que enumeraba las cien personas más influyentes del mundo. Conocedor, pues, de esta capacidad para contagiar con sus ideas, sus ideales a quienes se declaran adeptos de su música, de su personalidad y de su cosmovisión, los mensajes de Bad Bunny pretenden espolear a los puertorriqueños que se sienten frustrados por el ninguneo de quienes conducen las leyes que los rigen y el trazado de sus destinos.

Según avanzaban los temas musicales, aparecían en el escenario Chencho, Tommy Torres, Tony Dize, Jhay Cortez, Villano Antillano, Buscabulla, The Marias, artistas que contribuían a darle más brillo a la supernova de Bad Bunny que continuaba excitando el optimismo generalizado tanto de los asistentes presenciales como de los centenares de miles que lo visualizaban a través del rosario de pantallas gigantes y de la televisión. La catarsis colectiva se asomaba a su peak durante el tiempo de exposición del astro; las letras penetraban en el sustrato de los escuchantes; los mensajes que vertía entre temas exacerbaban a una multitud que hubiese escogido que crucificasen a Cristo en lugar de a Barrabás, si el artista lo hubiese alentado.

Desconozco, a posteriori, a quien hubiese elegido yo, en plena borrachera de éxtasis, para sufrir en la cruz, si el trapero hubiese hecho pública la tesitura inexcusable de escoger porque yo era uno más. Uno más abstraído del antes y del después, uno de todos que disfrutaba con ese interludio de desinhibición que supone un concierto de esa índole.

Pero como decía Séneca, lo peor siempre llega al día siguiente, y una vez superada la euforia estrictamente musical, conviene hacer un llamado al sosiego reflexivo. Y es que, con proclamas, con planteamientos más o menos vehementes, con aconsejar insubordinarse sin planificación, sin un organigrama o cronograma, no se construye siquiera un primer andamiaje distinto al existente para rediseñar el futuro. Se requiere que, tras la fachada, exista algo más que columnas que la sostengan y la liberen de su condición de mero escenario, como en las películas de Hollywood. Se requiere, además, de cimientos sobre los que erigir ese nuevo orden que el “Conejo malo” reclama, quizá de una manera irresponsable, desde su púlpito, para revolucionar la sociedad y transformar su base y su altura.

Toda idea, todo sistema filosófico incluso, necesita de activistas para desplegarlo, para extenderlo entre aquellos a quienes va dirigido; cualquier revolución se abastece de soldados que la difundan, que la cultiven, que la abonen. Si no se obra así, todo queda en una exaltación de la utopía, en una acentuación del carpe diem, en un quitarse los chalecos antibalas en medio de la balacera de la vida.

Puerto Rico presenta una aluminosis política, económica y social que solo puede solucionarse sustituyendo paulatinamente las vigas viejas por otras de fibra de carbono que sostengan a este país necesitado de revindicar lo propio, de hacer ondear sus señas de identidad, pero desde el trabajo de unas bases –el pueblo– comprometidas, en primer lugar, con la elección de unos representantes desprovistos de los tics políticos que adornan todavía a demasiados de quienes nos patronean, y también comprometidas con el empuje de ser el cambio que queremos ver, escrito a la gandhiana manera.

Portémonos bonito, pero no desde la misma óptica que promueve Bad Bunny en sus letras inflamables, donde la igualdad y el respeto no ocupan el primer puesto de los valores que transmite. Portémonos bonito con nosotros mismos y con el prójimo. Alimentemos la revolución pretendida a fuerza de pequeñas transformaciones en nuestras conductas cotidianas, de acciones continuadas que reviertan ese gris horizonte que persiste en demasiadas miradas de los nuestros.

Y vuelve de tanto en tanto a tu isla, Benito Antonio, porque nos haces contonearnos, nos intensificas el orgullo de nuestro gentilicio, nos incitas a bailar y a coquetear con una de esas felicidades temporales como la que provocaste en mí y en millones de compatriotas –me atrevería a cuantificar– que deseamos desprendernos de dependencias y precariedad.

Me portaré bonito, como sugieres. Conmigo mismo, con los míos, con mis compueblanos, y cuando capitanees una revolución que vaya más allá de las consignas, cuenta conmigo.