Una promesa desde una Navidad pandémica
Columna de opinión de Víctor García San Inocencio
El año 2020, resultará inolvidable, y podría ser decisivo y definitorio para quienes nos ha tocado vivir en Puerto Rico y en el mundo. Junto a la pandemia del Covid-19, hemos atravesado por eventos sísmicos que sacuden todavía al suroeste del país, y hemos sobrevivido la pandemia gubernamental con todos sus flagelos que tanto debilitan la vida y el desarrollo de nuestra sociedad y de nuestro Pueblo.
Cada familia ha experimentado diferentes grados de pérdidas, desde la suprema pérdida de un ser querido, hasta la angustiosa enfermedad e incertidumbre provocados por el Covid-19. Aún hoy, cuando comenzaron a administrarse dos marcas de vacunas contra éste, estamos a largos meses de una inmunización suficiente que nos permita empezar a sacudirnos de la inseguridad, y a reparar o atenuar todo lo perdido durante tan largo tiempo.
Muchas personas han perdido sus empleos, sus pequeños negocios, sus viviendas, sus autos, su crédito, y todo lo que puede perderse en el orden material. Muchas otras, apenas han logrado adaptarse a las exigencias del distanciamiento social . El año escolar y universitario han marcado a la generación ZOOM, y está por verse el rendimiento que ha podido alcanzarse con las adaptaciones a un marco nuevo de enseñanza-aprendizaje a distancia. En el mundo laboral ha habido cambios dramáticos, algunos que podrían ser permanentes.
Habíamos perdido decenas de miles de empleos, tanto con María como con el movimiento migratorio de cientos de miles de puertorriqueños, que aunque amainó con la pandemia, habrá de acelerarse de nuevo, con el incremento de la vacunación y una recuperación económica que será previsiblemente más acelerada en los EE.UU. Tardaremos años en recuperar la pérdida acumulada de empleos, y el momento exige dramática atención a estas dos hemorragias, la de la migración y la de la pérdida de empleos.
Hoy, estamos en un Puerto Rico donde vivimos con menos, porque consumimos menos y tenemos objetivamente mucho menos, por lo que hay muchas personas con privaciones enormes. La pobreza se ha desbocado, y sus rostros se han hecho más visibles por el número y la cercanía. Sólo los más ricos saldrán más ricos de este 2020, a causa de una profunda inequidad estructurada que arrastramos sistémicamente, mientras que todos los demás seremos, materialmente hablando, más pobres. Ahora bien, podemos salir bendecidos y enriquecidos permanentemente de muchas otras formas de pobreza por estas duras experiencias.
La Navidad nos acoge luego de un 2020 muy severo. Decir que nos acoge, es hablar de un estado de consuelo, de solidaridad y de amor. De una atmósfera que vivifique la esperanza y el ánimo del abatido, y que llene de optimismo a quien sepa hacia y por dónde debe caminar con firmeza y rectitud.
Me remonto al pesebre en estos días. Me traslado al lugar donde Jesús nació. No puede uno imaginarse mayor desamparo e incertidumbre que aquella, como así de grande sería la fe gigante que los acompañaría. Sólo tenemos en clave actual las vivencias de los sin techo, quienes duermen en las calles, la dura realidad de quienes sufren todavía los temblores de tierra, de quienes están en las cárceles y de sus familiares; de quienes aún necesitan un techo seguro luego de tres años del huracán María, y a punto de cumplirse un año del terremoto; de los niños y ancianos maltratados; de las mujeres víctimas de violencia; de los miles de condenados a las adicciones, o a la economía del punto de drogas, y las terribles realidades de muchos más personas que sufren el flagelo de la violencia, enfermedades físicas y mentales..
Hay aquí también cantidad de personas encerradas en pesebres a vuelta redonda --aunque parezcan ser lujosos-- sin esperanza, ni optimismo, ni generosidad, y sin una voz de consuelo. Lugares sin la ternura del amor de María y José, ni de los que allá a Belén llegaron, donde hasta sabios --que aquí llamamos magos--- llegaron a adorar al niño.
Por supuesto, se pregunta uno qué nos toca hacer ante este abismal decaimiento --como colectivo y como personas-- para aportar a sembrar una esperanza que no sea de palabras, sino de hechos. Hay que reflexionar sobre lo que nos ha pasado y lo que nos está sacudiendo. Hay que llevar nuestros regalos a los pesebres del 2020. Hay que prepararse para tender la mano, para valorar lo que vale y no perece, ni se gasta, ni desgasta; para producir y compartir, y situarnos como personas que agregamos al bienestar no solo personal, sino al Bien Común de todos.
Quiero pensar que esta Navidad pandémica no es un monumento al consumismo, ni a la celebración etílica, vacía y frívola, como tampoco para ratificar los encierros egoístas y avariciosos. Quiero pensar que la conjunción astronómica de Júpiter y Saturno que tantos pudieron ver esta semana, a la cual llaman la estrella de Belén, pudiera encender nuevamente aquellos rumbos. Quisiera que se multiplicase la voluntad y el impulso de servir al prójimo, la humildad del servicio, la generosidad de quienes emplean, y la avidez por compartir solidariamente, ahorrar para ofrendar, y no por gastar a lo loco.
Para quienes creemos que hay un sólo Dios, quisiera que con nuestros actos, vayamos a adorarle y honrarle al pesebre desde aquí en el presente allá a Belén, a Jerusalén o La Meca. Para quienes no creen o atesoran otros pensamientos ---y su valor y esencia como seres humanos les da ese derecho-- quisiera que se uniesen en actos de generosidad y fraternidad. De este modo el año pandémico del 2020 podría ser el año del jamaqueo de la conciencia hacia la acción, hacia el despegue; el año del ascenso y de dar un vuelco a lo que ha sido desbocado descontrol y colapso.
La Navidad del 2020, ha sido un momento abonado por procesos sociales y políticos extraordinarios, que han estado forjando lo que podría ser un cambio de época en Puerto Rico y para la Humanidad. ¿Estaremos a la altura de este momento? ¿Habrán valido la pena todos los sacrificios que se han acumulado? ¿Podremos como pueblo saldar algunas de nuestras terribles deudas con las generaciones futuras? Ruego que todos podamos aprovechar estos días, y que usted dé un paso al frente sin titubeos y renazca. Usted que lee o escucha estas palabras, puede nacer cada día, y cambiar para transformar su vida y la de otros, pues de eso trata la promesa de Navidad, y sobre todo, la promesa de esta Navidad pandémica de la que podemos resurgir más sanos, mejores y más fortalecidos. Felicidades por abrazar esta promesa.