NotiCel en Río: Llanto y coraje por la Copa que los brasileños pagaron pero no tendrán
Río de Janeiro - La lluvia comenzó a caer con fuerza despues del tercer gol. Las gotas frías, mezcladas con lágrimas de frustración, comenzaban a despintar las líneas verdes y amarillas que adornaban caras de niños y adultos en la avenida Mem de Sá - arteria principal del barrio histórico de Lapa en Rio de Janeiro. El jolgorio característico de la fanaticada brasileña se disipó en lo que pareció un abrir y cerrar de ojos. Un silencio fúnebre imperó en las calles, interrumpido solo por el estruendo de la lluvia y los sonidos de los televisores que proyectaban el juego desde las entradas de los bares. El gigante latinoamericano, tan celebrado como polemico, ya vislumbraba su vergonzosa caída ante el enemigo europeo.
En el país donde más se vive el fútbol, presencié la derrota más atropellante que jamás ha sufrido la afamada 'Selecção'. Mis amigos, estudiantes del extranjero como yo, habíamos llegado hasta los bares Lapa desde la Zona Sur de la ciudad con la esperanza de vivir una victoria y una celebración para la historia. En fin, sí fuimos testigos de un acontecimiento histórico, y hasta llegamos a celebrar (llevo apenas una semana aquí, pero ya me es obvio que a los brasileños nos les hace falta mucha excusa para festejar) pero a pesar de la samba y las caipiriñas que vinieron después, sabíamos que la victoria de Alemania cambió por completo el ambiente que hasta aquel entonces se vivía en Río durante Copa Mundial.
En los días después del partido se han comentado todas las razones posibles de la desgracia, al igual que sus probables consecuencias. Los locales habían demostrado muy poco optimismo desde que se supo que el capitán y centrocampista Thiago Silva quedaría fuera del juego dado a sus infracciones durante los partidos contra Chile y Colombia. La noticia de que Neymar había quedado con una vértebra fracturada después de una falta colombiana particularmente violenta solo agudizó la desesperanza. El día de la semifinal, se decía que esta sería la verdadera prueba del equipo que, desprovisto de su líder y su jugador estrella, enfrentaría a un plantel acostumbrado a jugar con una técnica casi mecánica y sin buscar protagonismos.
Muchos culpan a Luiz Felipe Scolari, el técnico de la selección nacional, por el derrumbe total de Brasil ante Alemania. Dicen que el libro de jugadas del coach fue siempre muy limitado, que contaba demasiado con Neymar, que sus estrategias resultaban en pases perdidos y una notoria falta de cohesión defensiva. Otros notaban que el plantel todavía se está formando y que carece de jugadores con más experiencia y mayor capacidad de lidiar con la presión que acompaña al equipo del país sede. En lo que todo el mundo está de acuerdo es que esa tarde lluviosa, después de una trayectoria mundialista que nadie encontró satisfactoria, la selección quedó marcada para siempre como una de las peores generaciones del fútbol brasileño.
Ahora vienen las repercusiones. La más inmediata – y más predecible – se dio en el FIFA Fan Fest de Copacabana, donde varios fanáticos fueron víctimas de asaltos y actos de violencia que resultaron en un éxodo masivo que se tornó rápidamente en estampida, según la agencia de noticias Telegraph. Desde las favelas venían sonidos de tiroteos, y los taxistas le avisaban a extranjeros que volvieran temprano a sus hoteles y evitaran las multitudes. La calles principales de Rio se llenaron de hinchas bajo la influencia del coraje y el alcohol, listos para verter su frustración con aquellos responsables por la vejación.
Más allá de las dudas sobre Scolari, el equipo no sufrirá muchos cambios. Son los políticos brasileños que ahora enfrentarán la posibilidad de quedar desempleados como resultado de la furia de sus compatriotas. Desde el inicio del Mundial se decía que Brasil no aguantaría nada menos que una sexta victoria, pero no solo por aquello de mantener la reputación deportiva.
Por lo menos en Río, los ciudadanos sienten que la Copa les pertenecía porque ellos la costearon. Los años de preparación dejaron un mal sabor en la boca de los brasileños, que vieron como el dinero de sus impuestos fue invertido en nuevos estadios y transportación turística en vez de educación y políticas de desarrollo social. Los brasileños ahora se preguntarán si todo el sacrificio valió la pena, y si el actual gobierno no consigue hacerse un lavado de cara antes de las elecciones en Octubre, la corrupción e ineficiencia que muchos asocian a la administración de la Presidenta Dilma Rousseff y su Partido de los Trabajadores le podrían salir muy caras a los líderes que orquestaron el torneo.
Por ahora el show sigue, aunque para gran parte de los brasileños ya no sea de mucho interés. Queda Argentina como representante del continente americano, que tanto se destacó durante lo que se ha denominado como la 'Copa América' de los Mundiales. La conclusión del torneo también será celebrada en Rio no importa cual sea el resultado, pero una vez las fanaticadas extranjeras vuelvan a sus países, quedará el recuerdo de la humillación en cancha propia. Todavía falta por verse si la indignación se manifestará en las urnas o si se disipará entre la samba y las caipiriñas.