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Un puente, unas tenis y Puerto Rico

La historia, la que entendemos desde el año cero, el hito que señala el nacimiento de Cristo, ha pasado por periodos muy marcados.

La historia, la que entendemos desde el año cero, el hito que señala el nacimiento de Cristo, ha pasado por periodos muy marcados. Proviene esta fragmentación histórica de la llamada Vieja Europa, en un momento dado, el espacio geográfico y cultural evolutivo más poderoso del planeta, una vez demolidas las culturas que emergieron en torno a la antigua Mesopotamia con la extensión de Egipto. China siempre ha sido una eternidad aislada.

América, hasta la llegada de españoles y portugueses, solo existía en modo indígena.

De ese modo, tras una Edad Media oscura y esclerotizada, irrumpió el Renacimiento donde el hombre pasó a ser la medida de todas las cosas. Un periodo asimilable a otro “Big Bang”, una explosión de luz, de arquitectura, de urbanismo, de arte, que aún manteniendo no pocas desigualdades socioeconómicas, hizo de Europa un lugar mejor para vivir.

Estableciendo un paralelismo con nuestra isla, cabría inferir que el Renacimiento de Puerto Rico se inició en 1949, bajo la gobernación de Luis Muñoz Marín.

En ese mismo año, bajo el apelativo de “Operación manos a la obra” y con el liderazgo ejecutivo y moral de Teodoro Moscoso, un barcelonés emigrado a tierra boricua, se quiso dotar a Puerto Rico de una nueva estructura económica en la que el sector primario no fuese absoluto y asfixiante para una nutrida densidad poblacional que se veía abocada a una pobreza derivada de la autarquía.

Fruto de ese planteamiento irrigado con la llegada de inversionistas de Estados Unidos, aliñada además con políticas de exacciones fiscales y con la abundancia de mano de obra barata, el tejido productivo de la isla fue mutando de agrícola a manufacturero. Puerto Rico se convirtió en una granja … pero de productos manufacturados de índole muy diversa que eran exportados al continente.

Entre 1950 y 1970, Puerto Rico se convirtió en el "milagro del Caribe" debido al rápido progreso económico, hasta el punto de que la publicación The Economist se expresó en los siguientes términos: "un siglo de desarrollo económico... logrado en una década”.

Sin embargo, el Renacimiento puertorriqueño conllevó una transformación social que no fue gestionada con equilibrio por los políticos sucesivos y el país –mejor el aspirante a país– se fue convirtiendo en un satélite de los EE.UU. hasta perder cualquier atisbo de iniciativa económica propio hasta el punto de verse abocado –así seguimos– a los designios intervencionistas económicos, sociales, políticos y fiscales del continente.

Si Moscoso diseñó un proyecto para hacer emerger un Renacimiento puertorriqueño sustitutorio de una Edad Media masificada y pobre, sus sucesores se conformaron con la comodidad de lo extranjero y desestimaron la fuerza, la naturaleza y la iniciativa boricua que acabó provocando una crisis económica en la que todavía estamos inmersos y un éxodo migratorio –que aún perdura– comparable al bíblico y que titula el libro del mismo nombre.

La ausencia de puentes sólidos, bidireccionales entre lo puertorriqueño y lo estadounidense, debido al predominio de lo segundo, ha constituido un lastre sostenido en el tiempo para un desarrollo puertorriqueño con personalidad propia.

En un intento por suturar esa herida, en 1994 se inauguró, lógicamente con la inyección de capital estadounidense, el puente más largo sobre un cuerpo de agua en el Caribe, con sus 2.3 km. La infraestructura conecta Río Piedras con Isla Verde, San Juan con Carolina, a la vez que sirve como entrada al aeropuerto internacional bautizado con el artífice político del despegue puertorriqueño, Luis Muñoz Marín. El puente fue bautizado con el nombre más apropiado, el de Teodoro Moscoso –fallecido dos años antes– por su condición de hilo conductor entre el pasado y el futuro de Puerto Rico a través de su aludida “Operación Manos a la Obra”.

El próximo 5 de mayo, el puente Teodoro Moscoso será el protagonista de la carrera 10K más multitudinaria de Puerto Rico y que, en su última edición, acogió a más de 5,000 corredores. Comenzó llamándose carrera Puente Teodoro Moscoso 10 km para renombrarse, en el 2000, como World’s Best 10K para regresar hace tres años, tras una interrupción de una década, bajo el apelativo deportivo de Puerto Rico 10K Run, aunque entre los participantes locales se sigue aludiendo a la carrera con el nombre del puente.

El elenco histórico de participantes ha sido no solo numeroso, sino insigne; hasta el extremo de que, en la edición de 2003, una blanca, quizá la blanca más reputada de la larga distancia de todas las épocas, la británica Paula Radcliffe, batió el récord mundial femenino de 10k, con una marca personal de 30:23, que ya ha sido barrida de los rankings por las fondistas africanas, dominadoras absolutas, igualmente, de la emblemática competición puertorriqueña.

La metáfora continúa, el sacrificio saludable de la práctica del atletismo montado sobre unas tenis propulsadas únicamente por la energía bioquímica acumulada en un cuerpo humano representa la metáfora del esfuerzo, de la continuidad, de la disciplina con ánimo de mejorar, de conectar la salud con la productividad, de sentirse ágil de músculos para sentirse igualmente ágil de mente y de espíritu.

Comunicar espacios, acortar distancias, interconectar sensibilidades, estrechar diferencias, ensamblar ideologías, entrelazar etnias, tribus, sectores, profesiones, clases sociales, de eso tratan –o debiesen– puentes como el Teodoro Moscoso, de aproximar a los puertorriqueños diferentes entre sí que, no obstante, sienten su país como una única patria necesitada de un nuevo renacimiento.

De eso también trata el correr, de igualar personas y personalidades subidas a lo espartano de un par de tenis. El domingo. Sobre un puente. Sobre nuestro puente.