Ser justos
A veces formulamos juicios que son incorrectos y que van erosionando nuestra confianza en otros, y la de otras personas hacia nosotros mismos.
A doscientos cincuenta y cinco días de las elecciones, día de hacernos justicia en las urnas.
Muchos de los males que se sufren son autoinfligidos. Vamos acumulando aluvialmente un sedimento que obstruye el entendimiento y que puede desmoronar la empatía.
Cuando generalizamos y pintamos con brocha gorda podemos cometer injusticias. Cuando opinamos muy de prisa, sin contar con más elementos, y sin examinarlos bien, podemos equivocarnos. A veces formulamos juicios que son incorrectos y que van erosionando nuestra confianza en otros, y la de otras personas hacia nosotros mismos.
En un país densamente poblado de "opiniones-chismes", donde abunda la ausencia de datos, llegamos a conclusiones equívocas y tomamos decisiones erradas e inducimos a error a otros. Muchas veces partimos de la ignorancia simple; otras, de la falsa lectura ----la que se hace a medio entender o sin entendimiento--- pero mueve más la compulsión por opinar que el deseo de ser juiciosos y de acercarnos a la verdad, a la sustancia y al equilibrio valioso que nos permite ser justos.
La Justicia, el acto de impartirla, no es materia exclusiva de gente togada diplomada con mallete. A todos, en innumerables etapas y momentos de la vida, nos toca ponderar, discernir, analizar, pasar juicio y definir nuestra conducta y compromiso con lo justo. Continuamente enfrentamos el desafío de buscar pequeñas verdades y de descubrir otras mayores. Algunas de estas verdades pueden ser desagradables, y otras peligrosas o inconvenientes. Las actitudes que asumimos sobre esas verdades definen nuestra capacidad de ser juiciosos, y más al fondo, la de ser justos.
Dondequiera que habita el prejuicio o el discrimen, en una persona o en un grupo, ha sido ese el producto de formular un mal juicio, o la suma de muchos malos juicios individuales o colectivos. Cuando existe en un país, una desigualdad profunda mezclada con la inequidad rampante ---lo que supone un profundo déficit de justicia--- nos encontramos en medio de un fracaso de la razón de ser de la convivencia y de la cultura.
Tal circunstancia degrada el valor de la verdad, el de la justicia, el de la sensatez y el de los buenos juicios. Si el fenómeno de esta devaluación se hace abundante y se generaliza, la sociedad toda se descompone. Muchas cosas pierden sentido, significado y orientación, mientras las personas son menos dueñas de su vida y de su destino, pues cualquier cosa puede dar igual, o ser lo mismo. Semejante degeneración puede privar a muchos de la capacidad de ser justos. De esta forma la corrupción que ya estaba debajo, brota a borbotones a la superficie como un hecho común, naturalizado, que para muchos se torna inmanejable e inevitable.
Si en la sociedad se han creado mecanismos fuertes que promuevan la buena convivencia y la cultura cívica, donde el disfrute de los derechos y el cumplimiento de las responsabilidades se equilibran, robustecen y retroalimentan, entonces se produce una respuesta y una defensa fuerte y saludable de las capacidades en pro del BIen Común. Si por el contrario, la sociedad se ha ido degradando con la hegemonía de la doble vara, de la tergiversación de conceptos medulares como el de la libertad y la dignidad; o con un acondicionamiento hacia lo torpe o lo turbio; la caída libre será un muy probable resultado esclavizante, salvo que cada persona se esmere por ser justa, empezando por serlo consigo misma, utilizando todos los instrumentos a la mano para iniciar un saneamiento general que permita dar vida a la aspiración de justicia que fue reprimida o suprimida por largo tiempo.
Debemos preguntarnos, ¿Hasta que punto puede una persona o un conjunto de personas permanecer impasibles ante la injusticia que arropa al país? ¿ Cuánto tiempo necesita esa persona o grupo, para darse cuenta de que tiene instrumentos a la mano ---como el voto--- para hacer valer su voluntad y comenzar a sanear las estructuras injustas provocadas por malos gobiernos, decisiones incorrectas, e influencias indebidas?
Estoy convencido de que la decadencia profunda del modelo político y jurídico del país, junto a su catarata de corrupción e incompetencia ha colmado la copa y la paciente espera de los puertorriqueños.
En doscientos cincuenta días tendremos elecciones y la vasta experiencia de los votantes, adquiridas a fuerza de sufrir enormes injusticias y atropellos, se manifestará con un resonante repudio a quienes son los responsables de haber administrado la ruta del desastre y su consumación.
Cada día se torna más evidente la desesperación de los responsables del desastre quienes ya saben lo que les viene encima. Recurren a todo el arsenal de sus artimañas. Siembra de miedos, chantajes de todo tipo, manipulación de la información, lo que sea. Se atreven a pisotear la espada de la justicia llenando los tribunales de casos, para utilizar a los jueces como verdugos de la voluntad del pueblo que marcha hacia las urnas. Pretenden evitar que el pueblo haga justicia con el instrumento del voto, ahora que ven las ansias del pueblo de ser justos consigo mismos.
Uno esperaría que por amor al Pueblo y a la Justicia, todos seamos justos poniéndola en práctica, incluyendo a los togados.