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Opiniones

Donald el de la tirilla trágica, no el de la tirilla cómica

Cuando Donald propuso o contempló canjear a Puerto Rico por Groenlandia, quisimos pensar que era un chiste de mal gusto.

Víctor García San Inocencio.
Foto: Juan R. Costa

Donald era un pato de las tirillas cómicas de Disney. Nunca le encontré la gracia, ni entendí por qué su tío, Rico Mac Pato, vivía en tal opulencia. Tampoco me daban gracia la sumisa Daisy, ni otros acompañantes de aquel Reino. Quizás me perdí una parte de la infancia, pero nunca los mastiqué, ni me los tragué.

Con el tiempo aprendí que Disney ---su tierra, Disneyland, y su mundo, Disney World--- cumplían una función esencial, como nos lo enseñó Armand Mattelart, el chileno: acondicionarnos a entender la riqueza de unos pocos y la pobreza de muchos como algo natural, hacer de la avaricia una virtud y no cuestionarnos que había detrás de tal mundo rosita, brutal y desigual.

Mickey y Mini eran otra cosa un poco más indescifrable. La parejita ratonil era como los reyes, pero no ambicionaban el poder, no servían ---al menos de manera visible--- a los multi mega billonarios, ni tampoco se vendían, como ceden ante el inversionismo político los partidos asimilistas y coloniales del patio. Su mundo maravilloso era ficticio y nos lo advertían, no sin que algunos quisieran creérselo al pie de la letra como quiera.

Algunos años después, se hizo popular en esta isla-archipiélago visitar a Disney World y los parques temáticos, particularmente en la Semana Santa. Se convirtió la visita a Disney en un sustituto a la religiosidad menguante de esas fechas. Los niños, pero especialmente a muchos adultos, se los tragó este fantaseo y lo creyeron parte de la realidad. La fantasía Disney traída de regreso en el equipaje a la ínsula colonial caribeña, Puerto Rico, hizo que muchos creyesen que habían visitado y conocido en Disney la estadidad. Alguna vez se estudiará y se encontrarán nítidamente trazadas las vías paralelas de Disney World y la estadidad, que nunca debieron enredarse y el costo terrible de esa enajenación, pues queda en Puerto Rico gente que cree que la “estadity” o estadidad es como el mundo mágico de Disney y del pato Donald y de su tío Rico Musk.

Hay otro Donald, quien preside por segunda vez a Estados Unidos, el instigador de una tentativa de golpe de estado del 6 de enero del 2021, que produjo seis muertos y mil quinientos convictos que él mismo acaba de indultar; el criminal convicto de delitos graves, el embaucador financiero, machista, misógino y manoseador de mujeres; el mismísimo a quien la gobernadora de Puerto Rico quiere levantarle una estatua, porque “se la merece”.

El personaje que nos arrojó los rollos de papel para luego mandar a detener el dinero gestionado por Nydia Velázquez, no por Jennifer, para socorrer al país, luego de la catástrofe de María y los terremotos. Donald Trump, quien calificó al gobierno de Puerto Rico y al país como uno de los lugares más corruptos que existen. En esto último, como han dado muestra los últimos ocho años de gobierno PNP, tiene razón.

De la fantasía de Walt Disney que produjo al pato Donald y a Disney World en Florida, pasamos al Donald dueño de Mar-a- Lago en la misma península explorada cinco siglos antes por Ponce de León. Allí y en los otros cuarenta y nueve estados hay millones de puertorriqueños que van viendo como Donald J. exacerba todavía más el discrimen racial y el supremacismo blanco, retomando con muchos deseos de ampliarla, la ola de arrestos y deportaciones contra inmigrantes con situación irregular. Es Donald J. quien mandó a eliminar de un plumazo la ayuda internacional de Estados Unidos del programa USAID a 160 países condenando a decenas de millones a la pobreza, a la hambruna y a la precariedad salubrista, por el régimen económico profundamente desigual que sostiene el sistema económico estadounidense, agravado ahora por el cercenamiento de la USAID.

Bien es verdad que esta agencia, operó en muchas instancias como la otra Agencia, como brazo de las relaciones exteriores de Estados Unidos y que ha estado involucrada en actividades nebulosas como la de auxiliar golpistas disfrazados de políticos democráticos e incluso, de influenciar muchos periodistas.

El presidente Trump sacó con otro plumazo a Estados Unidos de los acuerdos internacionales sobre el cambio climático y de la Organización Mundial de la Salud: ha reautorizado la exploración y explotación de combustibles fósiles del lecho oceánico; ha mandado a desmantelar el Departamento de Educación federal, los programas de Diversidad, Equidad e Inclusividad, y también a empezar a botar y vaciar las agencias federales para echar a la calle, según aspiran sus secuaces, al menos a la mitad de sus empleados.

Donald J. Trump quiere borrar la enmienda catorce de la Constitución de su país, mediante una orden ejecutiva, para que los hijos de migrantes ilegales nacidos en los Estados Unidos puedan ser despojados de la ciudadanía de ese país adquirida por haber nacido en su suelo. El barbarazo yanqui borra también de otro plumazo cualquier género que no sea el de hombre o mujer, violentando los derechos y la dignidad humana de todo lo que no cuadre con su visión macharrana y binaria del mundo.

Cuando Donald propuso o contempló canjear a Puerto Rico por Groenlandia, quisimos pensar que era un chiste de mal gusto. Acostumbrados colonialmente a ser la alfombra donde las botas estadounidenses se limpian, no quisimos dar crédito alguno a lo escuchado. Cuando habló recientemente de recuperar el canal de Panamá ---de ser necesario militarmente justificándolo con mentiras colosales como la de que murieron más de 30,000 estadounidenses construyéndolo, fueron menos de mil según las cifras oficiales, aunque sí murió esa cantidad principalmente a causa de la explotación y la fiebre amarilla--- empecé a tomarme más en serio las bravuconadas del “bully”.

La semana pasada Trump añadió su deseo de despoblar la Franja de Gaza, donde con las bombas y el financiamiento de Estados Unidos, Israel asesinó a más de 50,000 civiles, para sacados dos millones de seres humanos que han vivido en un infierno, cedan su territorio a otro enclave ultramarino mediterráneo que sea poseído como propiedad enclave turístico de Estados Unidos.

A Trump no le importa para nada enterarse cómo Estados Unidos le robó Panamá a Colombia a principios del siglo XX, segregándola y garantizando con su flota naval en ambos océanos, Pacífico y Atlántico, la independencia artificial arrebatada, para a los cinco días obtener la firma de un tratado dándole derecho a Estados Unidos para finalizar el canal que habían comenzado los franceses, y explotarlo por lo que fue un siglo para su beneficio. Tampoco le importa a Donald, sacar a los mejicanos y descendientes mejicanos de nueve estados estadounidenses que fueron robados a Méjico, según ratificado por el tratado de Guadalupe-Hidalgo el 2 de febrero de 1848. Méjico perdió en ese atraco el 55% de su territorio, acaso, los lugares de donde más riqueza ha extraído Estados Unidos, desde California a Tejas, llegando hasta Wyoming en el norte. Busque nombres en español de estados de Estados Unidos como California, Nevada, Montana, Colorado, Arizona, Nuevo México y siga, y eso fue parte del botín.

Hoy, los tataranietos de aquellos a quienes les arrebataron sus tierras, si no tienen sus papeles al día, serán deportados del lugar donde están enterrados los ombligos de sus ancestros. No hay vergüenza ni en Trump, ni en la plutocracia que manda en ese país, ni tienen capacidad de sentirla, ellos, ni sus alcahuetes, incluidos quienes demencial o lambonamente quieren levantarle estatuas.

Ante las “locuras” de Trump allá, la mendacidad de los lambones aquí en Puerto Rico y su tragada de lengua “por miedo a perder los fondos federales”, que como quiera los van a recortar, Puerto Rico intenta continuar viviendo día a día, no ya quincena a quincena.

No me cansaré de repetir que hay enormes reservas morales y culturales en la Patria frente a Donald , sus secuaces, y sus “minimíes” locales, y que no hay fantasía, ni pesadilla de la cual juntos no podamos salir airosos, aunque tome tiempo, paciencia, energía y gran esfuerzo. Estamos listos para Donald J., el de los rollos de papel y el de la tirilla trágica, no el de la tirilla cómica.

El autor es abogado, exrepresentante y excandidato a comisionado residente por el Partido Independentista Puertorriqueño. Posee un bachillerato en Ciencias Sociales de la Universidad de Puerto Rico y un Juris Doctor de la Facultad de Derecho de la misma institución. Tiene además un doctorado de la Universidad del País Vasco (2016).