Nuestro “Gallito de Dorado”
Más allá de su imagen aguerrida, más allá de su look de leñador del norte de Canadá, Jake Paul se ha convertido en un ser agradecido con Puerto Rico y con el boxeo.
Hay muy pocas dudas de que Jake Paul sea un tipo controversial. No en vano lo llaman, lo llamaban más bien, como “El niño problemático”, alguien que, a fuerza de pretenderse libre, demasiado libre ya desde su adolescencia, se ha convertido en un realizador de proezas, un chico de apenas 27 años al que cuelgan casi más etiquetas sobre su naturaleza y sus actividades que órbitas alrededor de la Tierra.
Youtuber, influencer, actor y boxeador son algunas de las descripciones que los prójimos atribuyen a su personalidad multifacética. La fama de Jake Paul ha aumentado hace muy pocos días al universalizarse su pelea con quizás una de las cinco leyendas boxísticas más conspicuas de todos los tiempos: Mike Tyson, alguien que se va acercando a un señor mayor al que los momentos de esplendor físico y técnico le quedan muy lejos.
El combate de un chico controversial de 27 contra un señor de 58 todavía más controversial defraudó un tanto en lo pugilístico puesto que Jake tuvo piedad de un lastimado Tyson al que se le acabó la gasolina en el segundo asalto. No obstante, el menor de los hermanos Paul, no se cebó con su decrepitud permitiéndole llegar al final de los ocho rounds pactados. ¿Acuerdo previo? ¿Intereses de audiencia? Probablemente.
No pretende ser esta reflexión una minibiografía del aludido, ni una crónica deportiva, ni menos una oda al vigor de la juventud frente a la degradación del paso de tiempo, ni tampoco un canto a los dividendos extraordinarios que procuró el combate a los dos púgiles y a los entes organizadores encabezados por Netflix, no, a la postre cada uno de los espectadores del combate fue libre de pagar o no por verlo.
Este texto está dedicado más bien a la reconversión y a la filantropía de alguien que nació en Cleveland, se estableció en California y decidió recalar en Puerto Rico en el 2020, bien es cierto que huyendo de la presión contributiva estadounidense que, a su juicio, le comía una parte sustancial de sus ingresos como celebrity generadora de contenidos en Internet y más allá.
Pero vino y se quedó. Y, en nuestra isla, sigue y prospera, más si cabe todavía que en su anterior época. El ahora, y desde hace cuatro años, también boxeador, admite que, en Puerto Rico, en concreto en el municipio costero y norteño de Dorado, encontró su paraíso, y que su encontronazo con el boxeo lo apartó de una vida de drogadicción y otras debilidades que, casi con seguridad, como admite él mismo, lo hubiesen llevado a esa otra dimensión donde ni siquiera existen las nubes.
Más allá de su imagen aguerrida, más allá de su look de leñador del norte de Canadá, Jake Paul se ha convertido en un ser agradecido con Puerto Rico y con el boxeo, su ángel de la guardia con alas deportivas.
El boxeador profesionalizado remodeló la lujosa mansión en la que vive con la consiguiente creación de empleos locales y la proyección turística de una localidad, de por sí, muy visitada. A la postre, la fama atrae a la fama y una celebridad hablando maravillas del lugar en el que vive, como sucede con Jake, genera mejores dividendos publicitarios que la más creativa campaña institucional de turismo.
Paul se ha convertido no solo en un promotor activo de nuestra isla, sino en un activista de una filantropía que revierte sobre nuestro país, con el deporte del boxeo como canalizador. Pese a no tener ni siquiera raíces boricuas, su grado de compromiso con Puerto Rico es notablemente superior al de otras celebridades que presumen de nuestro gentilicio, pero dan poco trigo a los suyos.
Jake no oculta su condición de millonario (la discreción es incompatible con la naturaleza de generador de contenidos multitudinarios), pero parte de su fortuna la está reinvirtiendo en construir cuatro nuevos gimnasios en Puerto Rico y la intención expresa de rehabilitar algunos más con miras a fomentar escuelas de boxeo a través de su Fundación Boxing Bullies, uno de ellos en exclusiva para los entrenamientos de Amanda Serrano, la púgil más renombradade de la historia boxística puertorriqueña. Incluso, ha manifestado que manejará su carrera deportiva hasta el final.
La generosidad consiste en devolver a la sociedad lo que la sociedad te da. Aquel chico desenfocado que encontró su hogar en Puerto Rico, y a una segunda madre en el boxeo, se sigue ocupando de sí mismo, pero también de reforzar los lazos con su patria adoptiva, que coincide con la mía, de cuna y de genealogía.
Entre muchas cosas más, a Puerto Rico se le da bien ejercer de anfitriona geográfica, paisajística, climatológica y emocional, y también contributiva, no vamos a esconder eso.
Pero necesitamos más promotores como Jake Paul, que se fusionen con lo nuestro de tal forma que adopten, incluso, un alias, deportivo en su caso, que lo identifique con nuestra fonética y nuestro modo de nombrar. El “Gallito de Dorado”, su nuevo apodo boxístico, ha acabado sustituyendo y extinguiendo a ese “Niño problemático” cuando todavía ni vivía ni promocionaba Puerto Rico con sus acciones por encima de sus palabras.
Bienaventurados sean los llegados a nuestro país, no importa la capacidad económica que tengan, pero más a quienes predican sus virtudes como tierra adoptiva, a quienes se adaptan a lo nuestro con respeto y sin querer forzarlo, con agradecimiento de hijos adoptados a los que la madre no hace distinciones respecto de los naturales.