La isla de basura: más allá del insulto
Si queremos respeto para Puerto Rico, hay que apostar por una opción diferente.
Puerto Rico no es una isla de basura. Quienes la han visitado o la llamamos hogar sabemos que esta tierra es sinónimo de belleza natural, desde sus playas hasta sus montañas, y que alberga una riqueza cultural única, forjada por siglos de historia y tradiciones. Su gente es su mayor tesoro: hospitalaria, cálida y resiliente. No permitiremos que el odio y la ignorancia de alguien en una tarima política nos definan y mucho menos que nos falten al respeto. Cuando un conferenciante en un evento de campaña de Trump nos describió como “una isla de basura,” mostró no solo su prejuicio, sino el racismo y la desinformación que subyacen en este tipo de discursos.
Pero ese insulto no ocurre en el vacío. Los libretos de estos eventos son revisados y aprobados por los comités de campaña, lo que significa que el comentario de ese comediante republicano pasó por el filtro de quienes organizan estos actos. Esto solo evidencia cómo la política y el entretenimiento se alinean para normalizar el odio y deshumanizar a grupos percibidos como “inferiores”. En este caso, los puertorriqueños somos el blanco de su desprecio.
Trump y sus seguidores han legitimado un racismo que ya no lleva capucha blanca, sino gorras rojas. Los comentarios y políticas xenófobas de su administración y sus discursos degradantes hacia los puertorriqueños, latinos, afroamericanos y otras minorías, fortalecen una narrativa peligrosa: una que promueve que ciertos grupos son menos valiosos, una carga o, en este caso, “basura”. Esta retórica no solo ataca nuestra dignidad, sino que incita una cultura de odio en la percepción pública hacia los tres millones y medio de puertorriqueños en la isla y los casi seis millones en Estados Unidos. La burla del comediante, validada por las risas y aplausos de los republicanos trumpistas allí presentes, refuerza estereotipos, invisibiliza nuestras causas y trivializa los retos que enfrentamos bajo un régimen colonial y antidemocrático bajo la bandera norteamericana.
Pero, más alarmante aún, es que figuras como Jenniffer González y el Partido Nuevo Progresista (PNP) apoyan a Trump, incluso cuando él mismo ya ha declarado que Puerto Rico es corrupto y problemático. La larga trayectoria del PNP en corrupción y el mal manejo de fondos federales han alimentado esta narrativa de desprecio y han dado pie a que se nos mire como un lastre. Que González continúe alineada con un candidato y un partido republicano que nos insultan no es solo una traición a su propia gente y total falta de empatía, sino además un respaldo al racismo y la xenofobia que aquejan la política actual.
Si queremos respeto para Puerto Rico, hay que apostar por una opción diferente. En esta coyuntura histórica, votar por La Alianza y por Juan Dalmau es la oportunidad para poner en el poder a quienes de verdad defiendan nuestro valor y dignidad, y que rompan con este ciclo de humillación. Puerto Rico merece un lugar en la mesa, y para eso es hora de levantar la voz y rechazar a quienes nos ven como menos.