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Opiniones

El otro virus

El licenciado Eddie López comenta sobre los eventos de 6 de enero de 2021 en la capital federal.

Presidente Donald J, Trump . EFE/EPA/Al Drago
Foto: Al Drago

¿Cómo llegamos aquí? ¿Por qué pasó esto? ¿Cómo se alcanza una notoriedad de tal magnitud que propende a que centenares de personas se comporten de tal manera en el epicentro de la libertad y la democracia mundial? Todas éstas, y muchas otras invadieron mi mente, mientras observaba atónito los eventos del pasado 6 de enero en el Capitolio de la capital federal de Estados Unidos.

El fenómeno Donald J. Trump no advino de la noche a la mañana. Más bien, se abrió paso en nuestra generación X. Pudiéramos muy bien ser los responsables directos del culto a un sujeto completamente inmerecedor de ocupar la posición más importante y con mayor poder en el mundo entero. Mi mejor explicación para justificar esta aseveración es que remontándonos a los 80ś y 90ś, esta figura "sensacionalizó" todos los medios de comunicación, conocidos, y por conocerse.

Nos mantuvo atentos a sus series, entrevistas, películas y escándalos. No sólo por sus posturas irreverentes y estrepitosas, sino porque se convirtió, a mi juicio, en el símbolo desvirtuado del sueño americano y la prosperidad. De cómo mediante el poder económico y una simulada e fingida opulencia conseguía perpetuar su voluntad por encima de la ley, la moral y el orden público. Y eso, en cierto sentido, provocó un cierto morbo, convertido luego en idolatría, por razón de crear la percepción de que al haber alcanzado cierto nivel de riqueza, las reglas no le aplicaban, y en gran modo, trazaba su ruta hacia un futuro sin consecuencias.

Su flagrante arrogancia, desdén e inobservancia de lo políticamente correcto capturó también la atención de una nueva generación de norteamericanos que entendieron y entienden que esas eran, y son, las únicas de lograr sus metas de vida; rompiendo así con los estereotipos tradicionales entre las clases sociales, inclusive. A manera de ejemplo, recordemos como hace unos años en una entrevista para una de las cadenas nacionales de tv, este personaje se burlaba y ridiculizaba a los propios miembros del partido por el cual fue nominado y electo presidente, en los comicios del 2016. En síntesis, es así, como mejor puedo racionalizar la afición fanática por la figura del cuadragésimo quinto presidente de Estados Unidos por millones de personas a nivel mundial.

Es ese colapso con los estilos tradicionales, en mi opinión, lo que le permite actuar e incitar al desorden y la actuación criminal de la cual todos hemos sido testigos en estos cuatro años. Los eventos del pasado miércoles, más allá de herir nuestras sensibilidades, quebrantan la fibra más fina y primordial de nuestra democracia y honor. En las postrimerías de una administración tan convulsa y repleta de escándalos, lamentablemente, pareciera que no hemos visto el fin de lo insólito y lo ridículo.

Sus propias y más recientes expresiones, posterior a los eventos, más que ofrendar una disculpa y conceder su derrota manifiestan un agradecimiento y una incitación adicional a continuar la lucha. Dato que nos remonta a aquella nefasta referencia a los supremacistas blancos que atropellaron a una multitud, tildándolos de buenas personas. Y son esas posturas, las que retumban en las mentes de su audiencia cautiva, y sirven como combustible para que se movilicen y delincan.

A mucho pesar, el fenómeno de Donald J. Trump no tendrá su ocaso este próximo 20 de enero al mediodía. Por el contrario, continuará siendo combustible para esas masas que lo idolatran y veneran. Estos que han demostrado que son capaces y tienen los recursos para actuar, sin contemplación ni consideración alguna. Su presencia mediática como en la política activa se proyecta como una constante en los años por venir, y pareciera que ni tan siquiera eventos trágicos como el del pasado miércoles tendrán repercusión en sus adeptos o correligionarios.

Ese virus es aún peor y más letal que el que hemos experimentado el pasado año.

El autor es abogado y analista político.