Vivamos pues con y para el prójimo
Columna de Víctor García San Inocencio.
Tecleo desde el sexto piso mirando los centenares de vehículos que tan temprano llenan el expreso Las Américas un día de semana. Debe ser una mañana fresca de diciembre, aunque no lo sé, pues acá del otro lado del ventanal de la gélida habitación del Hospital Cardiovascular donde pasé la noche, nada del clima externo se siente.
Algo así, muy parecido, nos está pasando a todos con respecto a la fragilidad de la vida. No parece que nos demos cuenta. Seguimos, muchos, como si tal, en un estado de negación que seguramente tiene alguna connotación clínica.
Aquí dentro, todos llevamos mascarillas, sabemos que el Covid-19 está igual de feroz que siempre y que ha matado ya a más de un millar de compatriotas.
Poco importa que las vacunas --algunas-- estén a punto de empezar a llegar.
Para cuando se haya vacunado a una cantidad significativa de puertorriqueños y se alcance el nivel de la inmunidad de rebaño --si todo fluye bien-- estaremos Dios mediante más allá del verano, y lamentablemente se habrá triplicado al menos el número de contagiados y fallecidos.
Hay mucha gente que cree que el Covid-19 no les va a tocar, creo que muy pocos de estos porque sigan las estupideces de Donald Trump. No lo creen, porque quizás no ser conscientes, o no darse por entendidos se haya convertido en un estilo o forma de pasar por la vida. Esta indiferencia tiene por supuesto consecuencias, para sí y para el prójimo, pero a muchos no les importa.
No creo que los portadores de este otro virus letal, la indiferencia, sean suicidas o aventureros temerarios. Estoy seguro que la mayor parte cree que está del lado favorable de la estadística.
Como con tantos otros asuntos, rechazo enfocar éste como uno de estricta responsabilidad individual. Parte fundamental del problema es esa concepción individualista, que nos dicta también que la salvación --cualquier salvación-- lo es.
Cuando los gobernantes esgrimen desde temprano esa lógica, es fácil entender que tiran la toalla, que no comprenden la dimensión social de todo problema social, y que en su visión de mundo el prójimo no necesariamente es una prioridad.
Una parte grande del pais sigue y procura aferrarse a esa lógica. Así, si hay crimen en las calles, optan por cerrar sus vecindarios o mudarse a los que tienen control de acceso. No examinan de veras si allí encerraditos viven personas que alientan la empresa criminal o participan de ella.
Si el sistema educativo de donde salieron es echado por la borda por la incompetencia, la politiquería o el pillaje de algunos de sus administradores, se olvidan de todo, mandando a sus hijos a escuelas privadas "para que aprendan".
Yo mismo he enfrentado ese dilema y opté, no sin dudas, por enviar a mi hija a una Academia. Me consuelo, no me excuso, haciendo lo más que puedo por la escuela pública que me formó, por esfozarme para apoyar modelos alternos que la mejoren como el Montessori, y por velar --ahora un poco de más lejos-- a los atorrantes que abusan desde sus politizados cargos, o desde el mundo privatizado de ese sistema educativo.
¿Pero, hago lo suficiente, en verdad, hacemos lo suficiente, cuando es en nuestras escuelas publicas y también privadas donde se forja el bienestar posible de nuestro Pueblo?
También nos sucede otro tanto, como si mirásemos desde detrás de un ventanal la cruda violencia de todo tipo que asola al país. La violencia que lacera a nuestros niños y niñas de la mano de quienes venían obligados a darle amor, la que causan terceros, o la que se les dirige institucionalmente cuando burócratas son negligentes hasta el asco, para atender sus necesidades especiales.
¿Cómo es posible tanta violencia que mutila o acaba con decenas de miles de vidas? ¿De dónde proviene tanto desamor, o tantas formas obtusas del odio?
¿Cómo es que podemos permanecer impasivos o ser indiferentes?
En estos días ha asomado un debate ideológico y contra-ideológico en el tema de la violencia contra la mujer y contra el hombre.
Mujeres que considero valiosas y luchadoras se enfrascan en un debate innecesario. Resulta claro que hay que denunciar el estado de violencia permanente que destruye las posibilidades de tener un país sano, pero todavía está más clara la particularización que se hace imperativa en el caso de la epidemia de feminicidios y violencias domésticas, y sobre los crímenes de odio contra miembros de comunidades violentadas por la agresión social,la represión y la mano criminal.
Nivelar lo que es injusto nivelar, a fuerza de indiferencia, no me parece una estrategia adecuada, sino un ejercicio de tinte protagónico estéril. Pareciese --hablo de apariencia-- otra forma de ponerse detrás del ventanal. Mal reclama inclusividad quien excluye miniaturizándolo el mal que aflige al prójimo. Se pierde el tiempo en ese ejercicio de contraponer espejos.
Hay multiplicidad de violencias, unas proceden de la autoridad cruda, otras del lenguaje, otras de los discursos y narrativas, otras de la sociedad misma y otras de la voluntad individual.
Cada acto de violencia atenta contra la razón de ser de la vida y de la dignidad humana. La indiferencia ante el peligro mismo de la muerte -- como sucede con el Covid-19 -- que puede matar al contagiado que contagia, o incapacitarle, es un reflejo de esas tantas otras formas de violencia.
Quizás porque se metieron ayer en una de mis arterias para destaparla, es que amanecí pensando intensamente sobre el valor de la vida desde el vientre hasta la tumba, y sobre el sagrado mandato de amar al prójimo.
Me dan el alta hospitalaria, todavía no me regalan la otra. Vivamos, pues con y para el prójimo.