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Explotación infantil en los campos de algodón de la India

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Hisar – Sima tiene seis años y no levanta más de un metro del suelo, pero eso no impide que, al igual que otros miles de niños indios, emigre de manera estacional a los campos de algodón para trabajar 7 días a la semana en jornadas de 10 horas.

En septiembre Sima abandonará una vez más el pequeño habitáculo en el que vive con sus padres y tres de sus hermanas en el pueblo de Balawas, en el distrito de Hisar en el norteño estado de Haryana, y recorrerá cientos de kilómetros con toda su familia para trabajar en regiones más al sur, como Gujarat o Rajastán.

‘Vamos durante dos meses a los campos de algodón y luego volvemos. Las niñas pierden las clases pero el estómago nos obliga a ir. Si tuviéramos trabajo aquí nos quedaríamos, pero no hay’, explica a Efe Murti, la madre de Sima, con un bebé en brazos.

Murti tiene 40 años y su marido 45, y a pesar de que ya tienen cinco hijas, aún intentan engendrar un varón, la única manera que poseen de asegurarse que alguien se haga cargo de ellos cuando sean ancianos, como es tradición en la India.

Además, la ‘desgracia’ de ambos por tener solo féminas se acentúa cuando hacen cuentas de las dotes que deberán pagar para casarlas, unas cantidades que ascienden según sus propios cálculos a unas 300,000 rupias por cabeza (3,600 euros), toda una fortuna.

Los dos meses de recolección de algodón, los más productivos del año, les reportan unos ingresos de 35,000 rupias (428 euros).

‘Estas familias emigran a los campos de algodón porque no poseen tierras. Los niños juegan un papel fundamental, porque sin ellos una familia de cinco miembros recolectaría unos 25 kilogramos al día, algo que aumenta a unos 100 kilogramos con su ayuda’, afirma a Efe Preetesh Kumar, de la ONG Save the Children, que trata de buscar alternativas para que los padres no tengan que enviar a los hijos al campo.

De los aproximadamente 12.6 millones de menores que trabajan en la India, según datos oficiales del Gobierno (algunas organizaciones elevan ese número a los 60 millones), unos 400,000 lo hacen en los campos de algodón, de acuerdo con el informe ‘Algodón sucio’, de la organización Marcha Global Contra el Trabajo Infantil.

La India es el segundo productor de algodón del mundo, después de China, con un cultivo en el período 2013-14 de 37 millones de fardos (170 kilogramos cada uno), lo que supuso, según datos del ministerio de Comercio, el 4% del PIB del país y el 12% de sus exportaciones.

La familia de Kago -una madre coraje que huyó hace diez años de un marido alcohólico que le pegaba- es otra de las que colabora durante dos meses al año en la recolección del conocido como ‘oro blanco’.

Con una hija de 17 años y dos hijos de 15 y 13 años, Kago asegura a Efe desde la habitación repleta de ‘charpois’ (una especie de somier típico indio) que tiene como vivienda, que no les queda otra alternativa que emigrar, pues al no poseer tierras ni documentos oficiales -su marido no se los quiere devolver- le resulta muy complicado hallar otro modo de subsistencia.

Aunque entre las familias consultadas en el distrito de Hisar todas ellas se ocupaban de la recolección de algodón, los niños suelen estar envueltos también en otras fases del proceso de cultivo, como la siembra, la polinización manual del algodón transgénico y el procesado textil en las fábricas.

Entre los niños que trabajan en los cultivos de algodón, las niñas que no han llegado a la pubertad son las más solicitadas, pues según la percepción de los granjeros, reciben un salario más reducido, ‘nunca protestan’ y traen buena suerte, recoge Marcha Global.

Además, los menores poseen una cualidad que los hace especiales respecto a los adultos: sus ‘dedos ligeros’, fundamentales, de acuerdo con los propietarios de los campos de algodón, a la hora de polinizar manualmente las plantas transgénicas.

Los finos dedos de Reja, de diez años, se dedican solo a la recolección, aunque ‘no reúne mucho’, bromean sus cinco hermanos, que se sientan junto a ella en un ‘charpoi’ situado bajo un escuálido árbol que les protege del sol.

La familia de la menor llegó al pueblo de Dahima -también en Hisar- cuando ella nació, donde levantaron sobre el suelo inerte de arena y polvo cuatro paredes de barro como vivienda.

‘La suerte que tiene Reja es su altura, porque como las plantas y ella son iguales le es más fácil recolectar algodón’, detalla Nirmala, la madre, que espera paciente a que su marido salga de prisión, donde está por matar a un vecino que los quería expulsar de casa.

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