La vergüenza de Biden
"El crudo problema hoy es que ni al presidente estadounidense le preocupe salir desnudo a la calle, cuando el estándar antes era no dejarse ver el refajo”, opina el licenciado Víctor García San Inocencio.
¡Cuánto nos gusta juzgar!. Ayer criticaba el indulto que el saliente presidente Biden otorgó a su hijo por delitos federales de evasión fiscal, ley de armas y cualesquiera futuras ramas anexas derivadas.
Lo palmariamente conflictivo de un perdón presidencial a un familiar hace que la condena al perdonador sea casi sumaria, sin mayor reflexión. El deber es el deber y cualquier funcionario ---todavía más el de mayor jerarquía--- debe saber que el ejercicio de su cargo no permite aventajarse a sí o a miembros de su unidad familiar.
El cargo público, se nos predica siempre, está a una altura superior al interés personal. El servidor público no llega a servirse, cumple con su deber aun en detrimento de sus intereses personales. Este es el dogma, el mantra, aunque hoy día para muchos, en la sociedad de los privilegios y quienes son menos, los privilegiados, sea la orden de tiempos idos.
La decisión del presidente saliente del país más poderoso del mundo que preconiza ser el portaestandarte de aspiraciones democráticas y el paladín de la libertad, ha utilizado el arcaísmo que una vez era reservado a los reyes, para portarse como tal y librar a su hijo de procesamientos y consecuencias penales.
Por mucho que deteste la hipocresía que ejercita el gobierno estadounidense en el mundo a favor de mezquinos intereses disfrazados casi siempre de bondad, altruismo o altura moral, debo explorar, no sólo las razones de mi juicio severo y condena sumaria, sino tratar de explicar la conducta de un padre gobernante, quien piensa que su hijo ha sido perseguido selectivamente por el gobierno que dirige y quien podría ser objeto de venganza gubernativa más adelante dirigidas a causarle daño a él mismo como padre. Ese es al menos es discurso justificatorio que se esgrime.
Veo aquí, más que un indulto una confesión del presidente Biden. El gobierno de su país es capaz de perseguir hasta a su hijo y utilizar ilegalmente la autoridad en ley para “quebrar” al hijo y por trasmano al padre. Son palabras de Biden al justificar su decisión.
Ese gobierno, bien pudo no investigar, ni acusar al hijo ---tamaña cuestionable discreción--- pero lo hizo con propósitos espurios de presión y venganza.
La administración sucesora del gobierno podría seguir ensañada con su hijo en vista de que el presidente entrante ha nombrado a una colección de fanáticos que se han comprometido con perseguir a quienes le hicieron daño al expresidente reelecto Donald Trump.
Así fluye el razonamiento o la racionalización del indulto, que presenta una radiografía a cuerpo entero de un sistema de valores más flexible que la plastilina,
El hijo de Biden, Hunter, es un adicto a las drogas que está en recuperación. No es distinto a cientos de miles de procesados o convictos que enfrentan las circunstancias de un discrimen terrible por estar enfermos, si no se involucran en el tráfico ilícito.
Este adulto, mintió en una solicitud para comprar un arma de fuego demostrativa de otras dos enfermedades de su país: la afición por las armas mortíferas y la adicción a mentir. Sobre la evasión u otras faltas contributivas, acaso se quiera argumentar que mucha gente las comete. En el caso del vástago “sólo” se trató de millón y medio de dólares.
Tal vez esta sea la verdad más poderosa que resume todas las otras. El interés público y el bien común tienen que ceder en los EE UU ante el egoísmo, el hedonismo, la ventajería, la avaricia y la gula, llevándose de frente a la equidad, la igualdad y la solidaridad que deben ser los valores, junto a la verdad y la justicia que orienten e imperen en un lugar que aspira a ser democrático.
Devaluada y relativizada desde siempre esa aspiración democrática en aras de la explotación y el enriquecimiento, todo se vale para todo aquel que pueda hacerlo, especialmente para quienes tienen medios mejores y mayores para seguir devorando y adquiriendo todo lo que caiga a su alcance. El crudo problema hoy es que ni al presidente estadounidense le preocupe salir desnudo a la calle, cuando el estándar antes era “no dejarse ver el refajo”.
Diluviará tinta sobre esta presidencial exposición deshonesta de un incumbente saliente, sólo igualada por el indulto que dio Gerald Ford, prospectivo y en cuanto a todo lo imaginable presente y futuro a Richard Nixon, renunciante presidente. Pasó más de medio siglo desde aquel papelón y bochorno que dejó perpleja a mi generación. Aunque muy lógico: los expresidentes saben demasiado y han trapicheado a más no poder.
Por arcaico que sea, creo que es necesaria la facultad de indultar sometida a límites como sería el de tratarse de casos conocidos y convicciones finales, en lugar de convertirlos en cheques en blanco para la impunidad retroactiva. Incluso, el indulto puede ser útil para reparar grave daño reconocido o provocado por un actual o anterior gobierno, pero para vergüenza de Biden, no se hizo para los hijos del presidente.