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La película «Cónclave»: distorsión, ficción y falsedades

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Es una falta de respeto al proceso real de elección papal.

El cine tiene la maravillosa capacidad de transportarnos a mundos diversos, a momentos históricos o situaciones de gran impacto humano. Sin embargo, con esa capacidad también viene una gran responsabilidad: la de representar con respeto y cierta verosimilitud los hechos y procesos que afectan a la humanidad o a instituciones históricas.

Cuando se trata de un tema tan serio y trascendental como el proceso por el cual la Iglesia Católica elige a su máximo líder, el Papa, la obligación de la fidelidad con la realidad se vuelve ineludible. Lamentablemente, la película “Cónclave” falla estrepitosamente en ese aspecto y se convierte en un ejemplo de cómo el sensacionalismo y las licencias creativas burdas pueden distorsionar la percepción pública y desinformar.

El libreto de «Cónclave» fue escrito por Peter Straughan, quien adaptó el guion a partir de la novela del escritor británico Robert Harris. Es notable señalar que Straughan se crió dentro de la fe católica que actualmente no practica. Harris no práctica ninguna religión específica, no se declara a si mismo como “creyente” en sentido tradicional y alega creer en un cierto tipo de ateísmo más matizado. Por tanto, no es de sorprender que la representación que hace la película esté marcada por los paradigmas, creencias y modelos de vida de Straughan y Harris.

El cónclave papal es un proceso sumamente regulado, solemne y lleno de simbolismos que data de siglos atrás. Representa la continuidad de la tradición apostólica y la búsqueda de la guía espiritual de la Iglesia. Este procedimiento no es una mera reunión política o un juego de intrigas, sino un acto profundamente sacramental y espiritual, que se realiza con estricta privacidad y una serie de reglas conocidas únicamente por quienes están autorizados a participar. Ni el público ni los medios tienen acceso a los detalles precisos, lo que contribuye por un lado a su misterio y reverencia, y por otro, a la fabricación y especulación.

En este contexto, “Cónclave” se presenta como un “thriller” político, cargado de conspiraciones, juegos sucios y traiciones internas. El guión abunda en personajes superficiales que representan exageraciones o caricaturas de cardenales, transformando a la Iglesia en un escenario casi absurdo, opresivo, incomprensible, burocrático y alienante, donde la lucha por el poder se impone sobre la fe, el dogma y la espiritualidad. Estas situaciones, aunque ciertamente llamativas para una película, están alejadas de la poca realidad que se conoce del proceso, y peor aún, pueden fomentar prejuicios erróneos sobre el funcionamiento real del proceso papal.

Un error grave de la película es la simplificación y manipulación del procedimiento de votación. En la realidad, cada cardenal elector emite su voto en secreto, bajo estricta supervisión y con una normativa que se ha ido perfeccionando durante siglos para evitar cualquier tipo de fraude o presión indebida. El escrutinio es riguroso, y los votos se anotan cuidadosamente en papeletas que luego son quemadas para comunicar, mediante humo negro o blanco, los resultados al mundo exterior. Cualquier ápice de manipulación, coacción o votos cambiantes a discreción, son contrarios a la seriedad y el control que este proceso conlleva.

Además, la película opta por exagerar la división entre los cardenales, presentándolos fragmentados en facciones extremadamente enfrentadas, muchas veces por motivos ajenos a la doctrina o la fe, como rivalidades personales o intereses políticos mundanos. Si bien es cierto que en cualquier organismo humano puede haber diferencias y matices de opinión, el cónclave no es un parlamento ni un club donde se negocian candidaturas como mercancía. La espiritualidad y la fe, así como un profundo sentido de responsabilidad, están siempre presentes en los cardenales al momento de elegir al nuevo pontífice.

Este sensacionalismo no solo convierte al cónclave en una especie de espectáculo folclórico, sino que desvirtúa la esencia de una institución que, desde hace dos milenios, busca ser guía moral y espiritual para millones de creyentes. La presentación de la Iglesia como un reducto de intrigas políticas es un lugar común muy usado por novelas y filmes, pero refleja pobremente la realidad observada por quienes conocen y describen al Vaticano desde adentro.

Otro aspecto criticable de la película es su falta de respeto hacia las tradiciones y simbolismos que rodean la elección papal. Por ejemplo, el rigor litúrgico, los actos de oración y meditación previos a cada votación, el silencio absoluto durante el cónclave y la solemne aceptación del elegido son momentos que no se abordan con la profundidad que merecen. En cambio, se privilegian diálogos tensos, sospechas injustificadas y conflictos repentinos que contribuyen a un ambiente más parecido a un drama legislativo que a una ceremonia sagrada y meditativa.

Este tipo de distorsiones no solo afectan la percepción pública del catolicismo, sino que representan un menosprecio hacia aquellos que en la Iglesia dedican su vida a servir con fe y humildad. La ficción no debe ser una excusa para difamar o trivializar procesos tan significativos y cargados de espiritualidad.

En tiempos donde la información se consume velozmente y sin filtros, estas representaciones irresponsables tienen un impacto real: pueden alimentar prejuicios, estigmatizaciones y desinformación acerca de la Iglesia Católica. Quienes se acercan a conocer el proceso papal por primera vez a través de esta película pueden llevarse una imagen sesgada y errónea, lo que dificulta el diálogo y la comprensión en una sociedad plural y diversa.

Por todo ello, resulta necesario criticar estas ficciones insustanciales y promover un acercamiento más riguroso, respetuoso y equilibrado a temas tan trascendentales. La Iglesia y su proceso de sucesión papal merecen respeto, como merece respeto cualquier institución histórica que sigue vigente gracias a su compromiso con valores y tradiciones sólidas.

En conclusión, “Cónclave” es un ejemplo claro de cómo el cine puede caer en la tentación de sacrificar la verdad en aras del espectáculo, produciendo una obra cuya utilidad informativa es nula y cuyo impacto real es más de confusión que de edificación. Invito a los espectadores a abordar esta película como una ficción que no pretende ni debe confundirse con la verdad, y a aproximarse al tema con fuentes confiables y un espíritu crítico que valore la complejidad y el valor genuino del proceso para elegir al líder de la Iglesia Católica universal y quien se convertirá en el sucesor del Apóstol Pedro. “Cónclave” minimiza y le resta espiritualidad al proceso de seleccionar al líder espiritual de 1,406 millones de creyentes.

Invito al lector también a proteger la verdad sobre instituciones milenarias sin importar la religión que profese, ya que solo así ayudaremos al respeto de un proceso solemne que se enfrenta a la voracidad del ateísmo, entretenimiento rápido y la superficialidad.

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