Enfiladas hacia la covacha del olvido, que es donde se encierra la memoria de la podredumbre cotidiana y sus causantes, van las noticias espectaculares de junio a juntarse con las de mayo. Los feminicidios y las torpezas del sistema; la coronación de LUMA , sus apagones, su falta de personal, sus bolsones con decenas de miles de personas sin servicio; la detestable Junta Fiscal, el Junte de «delegados» «congresionales» «M y M» —mendigos para mendigar— que ni son delegados, ni serán congresionales, y que no los eligió el Pueblo de Puerto Rico; el descalabro gubernativo, y tantas otras «nuevas», se amontonan en la desmemoria colectiva como un cementerio de gomas usadas, nidos de mosquitos aedes.
Cunden la amnesia selectiva y el trance, la mirada que no ve frente al abismo, covidificada para colmo, aplastada por el opio de la dependencia, y por una todavía más profunda desigualdad e inequidad. A la covacha del olvido va también la colonia, el tiempo, la vida y la historia de un pueblo zombizado por los embates de la indignidad. No es que no tengamos dignidad, es que nos la pisotean y violentan continuamente desde el Congreso y desde aquí, en su órbita siempre reptilínea, los intermediarios de siempre. La inconsciencia es la constancia de estos, y el dinero, su única bandera.
No es que sea irracional su adicción por el dinero y las influencias. La comprendo perfectamente, pero adentrados en el siglo XXI, ¿quién de ellos apuesta a la sostenibilidad de este modelo colonial-neoliberal? Habitan la vida de día en día, pues no viven, yendo acaso con diversión y placer hacia la muerte inexorable. Van de una vida hueca, hacia lo que imaginan es un vacío. Cuando se llaman creyentes, queda claro en lo que creen: en el poder del dinero, la banalidad y la superficialidad.
No los juzgo, no los enjuicio. Sólo evalúo el tamaño de sus dislates y las consecuencias terribles de sus actos y omisiones ancladas en el egoísmo. Juzgo sí, a los desalmados que se regodean en la desdicha que llaman ajena, y que practican el desdén, la indiferencia ante el sufrimiento del otro, y también el discrimen. Juzgo a quienes fomentan la ignorancia, la confusión y la necedad valiéndose de discursos grandilocuentes, manoseando vocablos que no entienden y conceptos que costaron mucho sacrificio a otros, pero que no valoran. Estos formarán parte, tarde o temprano, de otra noticia que pasará en un mes no muy lejano a la covacha del olvido, pero nadie olvidará el tamaño de su vileza.
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