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No convoquen al verdugo: no a la pena de muerte

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No convoquen al verdugo: no a la pena de muerte

30 de agosto de 2019 - Fotos de archivo del licenciado Víctor García San Inocencio, columnista de NotiCel.

Columna de opinión de Víctor García San Inocencio

¿Cuánto vale la vida de una persona? ¿Habrá forma de aquilatar ese valor? ¿Vale menos una vida que otra? ¿Se debe igualar por lo bajo y promover el ojo por ojo y diente por diente?

Estas preguntas afloran cada vez que alguien mata a un ser humano. Muchas veces, incluso antes de que se le acuse, o de que se lo juzgue y sea encontrado culpable.

La multitud es vengativa por morbo o por impulso atávico. Hay algo de linchamiento en ese instinto que brota con fuerza poderosa en medio del calor y de la indignación de un abuso cegador de una vida. Irónico es que precipite al mismo resultado.

La pena de muerte fue abolida en Puerto Rico hace nueve décadas. Recordemos que quien tiene autoridad para fijar esa pena es el gobierno con sus leyes aplicadas de manera uniforme en una realidad absolutamente inequitativa y desnivelada. Donde se aplica la pena de muerte, quien la ejecuta es el gobierno, presuntamente a nombre del Pueblo. De hecho, abolida como está localmente «de jure», hay leyes federales que pueden invocarse para tratar de imponerla en Puerto Rico en el la Corte de los EE UU. La Fiscalía federal lleva casi dos décadas intentándolo sin éxito, pero continúa a la caza de un caso que produzca el doblez suficiente para quebrantar el celo aspiracional de nuestro Pueblo contra el más fulminante de los castigos.

Lo señalado, no significa que funcionarios del gobierno de Puerto Rico no hayan participado en la ejecución ilegal, es decir, en el asesinato de ciudadanos. Rosado y Beauchamp fueron ejecutados en el cuartel policiaco del Viejo San Juan, no bien fueron arrestados por matar al coronel Elisha Riggs, perseguidor de sus compañeros nacionalistas. Es una historia donde abunda la pólvora y la persecusión. Primero la persecusión y violación sistemática de derechos, y luego las balas en las masacres de Río Piedras, o en la de Ponce. Estamos hablando de la década del treinta, pero bien pudiésemos saltar cuarenta años y llegar a Villalba, al Cerro Maravilla, y recordar cómo oficiales de la policía asesinaron a dos jóvenes independentistas, luego de estar arrestados y esposados.

Estamos hablando de violencia y asesinatos, y de crímenes de Estado.

No creo en ningún tipo de pena de muerte, ni en privar de la vida a nadie. Primero, porque es irreversible; segundo, porque es deshumanizante y violenta. En tercer lugar, porque dentro de mi formación, sólo le toca a Dios disponer de la vida humana. Por último, porque la venganza es embrutecedora, y no se rompe el ciclo de violencia con más violencia. Al respecto el alma grande, Mahatma Gandhi, libertador desobediente pacífico de la India, advirtió que el «ojo por ojo» provocaría un mundo de tuertos.

Sé que en estos duros y violentos días, personas con el corazón desgarrado claman por venganza. Difícilmente nadie que no haya pasado por lo mismo pueda entender en toda su dimensión el profundo dolor que sienten. Sin embargo, debemos preguntarnos sobre qué alentó en primer lugar el desprecio por la vida en la mente y el corazón del asesino; qué violencias acondicionaron y allanaron el camino para que destruyeran el sagrado milagro de la vida; cuántas escenas de violencia debieron vivir en carne propia o cercanamente, para hacerla tan común y a la mano; de cuántos maltratos, vejaciones, humillaciones y abandonos fueron víctimas para que un acondicionamiento paulatino o radical, les hiciese apetecible matar, si lo calcularon; o, les facilitase el proceso o la mecánica torcida que tal decisión y acción requiere.

Supongo que siempre será más fácil estar de acuerdo con que se mate a un ser humano, si es un acto oficial, legal, que ejecuta otro. Pero, ¿Habrá en verdad alguien que desde la cordura asumiría solo la tarea de ser el matarife-verdugo?

Muy pocas personas, estoy seguro hundirían el botón, accionaría la navaja, apretarían el gatillo o aplicarían el veneno.

Una vez se abra esa compuerta, Dios nos ampare, la de la ejecución vía oficial como falso «remedio», veremos cómo los ejecutados oficiales en su inmensa mayoría acabarán siendo los más pobres, los de menores medios para su defensa, y aquellos que «se desvíen» del estándar de «lo deseable», o lo que es «socialmente aceptable». No hay que olvidar tampoco, que el prejuicio, los prejuicios, hijos de la opresión y del hábito viajan y se reviven muy de prisa.

Cuidado con invocar al verdugo, o jugar a serlo. No es lo mismo llamarlo, que verlo llegar. Nuestros abuelos y bisabuelos resolvieron la cuestión de la pena de muerte y la desterraron, poniéndonos del lado de la inmensa mayoría de los pueblos del mundo, siendo consecuentes con los principios y valores aprendidos en nuestras familias, comunidades e iglesias. ¿Será que estos han sido desplazados por los videojuegos de violencia y muerte, o por las prácticas sociales que degradan la vida humana.?

Viva la vida en todas sus formas. No, a la pena de muerte.

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