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Quienes venden su primogenitura o el extraño derecho a hacer el ridículo

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Columna de Opinión de Víctor García San Inocencio.

Estoy buscando con urgencia en mi biblioteca personal dos libros: Los Condenados de la Tierra de Franz Fanón y Retrato del Colonizado de Albert Memmi. Estos son ya libros clásicos de más de medio siglo que fueron escritos en medio de la erupción anticolonial que vió nacer decenas de Estados de los territorios controlados por los imperialismo francés, británico, belga, holandés, español, alemán y portugués desde mediados del siglo XX.

Por supuesto, que no los encuentro precisamente ahora, cuando conturbado por una fotografía, necesito de su auxilio. Es que las fotografías mientras más aberrantes, mientras más exponen al ridículo a quienes posan para estas, llaman más la atención –que suponemos es el propósito de la pirueta o payasada que las genera– y por supuesto, nos llevan a buscar información para entender inequívocas conductas patológicas.

Para empezar, los pollos también tienen «derecho» a pasearse cerca de las barbacoas, y si lo quieren, hasta caminar sobre los tizones. Tienen plena facultad para clamar porque los bañen con adobo, previo degüello y desplumamiento. Sin embargo, los seres humanos debieran estar protegidos frente a los efectos tóxicos del colonialismo, uno de los cuales consiste en amar tanto al colonizador, y más que para parecerse, querer convertirse en él.

Esta patología que se parece al síndrome de los secuestrados, quienes se hacen buenos amigos de los secuestradores, de Estocolmo le llaman, necesita de un juego sicológico traumante donde el colonizado se rechaza a sí mismo, pierde su autoestima, se degrada, para abrazarse a la identidad del colonizador. Para ello, no escatima en autonegaciones, en crear justificaciones, en inventar pretextos, en fantasear, en hacer casi lo que sea, por «ser a imagen y semejanza» del colonizador.

No es raro en el caso de Puerto Rico, verlos disfrazados del Uncle Sam estadounidense; servir pavo con «cramberry sauce» en Noche Buena, o preferir celebrar las festividades de Acción de Gracias –donde se encubre la matanza y acorralamiento de las naciones indígenas y sus habitantes originarios de EEUU– u otras fiestas con verdadera pasión y autoengaño. Por los peores motivos celebran el 4 de julio, la independencia ajena, y niegan el derecho natural a la de su antiguo país de origen.

Vender la primogenitura como hizo Esaú a Jacob, por un guiso de lentejas (Genésis 25:27-34) se les convierte en un hábito placentero. ¿Y qué pasa?, pues nada pasa. Pasan los años y no se cansan en ese ejercicio de autonegación, sólo que cada vez más exageran la nota. Hay una ex-senadora a quien desde el 1980 le prometieron «Estadidad ahora». El mismísimo vicepresidente estadounidense que acabaría siendo presidente, le hizo la promesa y la cogió de boba hace cuarenta años. En una caminata en la catedral del republicanismo, Plaza Las Américas, fue rebosado el candidato con certeros huevazos. Llegó a ser presidente y nada hizo por la estadidad –que nunca querrán para Puerto Rico– continuando con su cogida de tontejos. Parece que eso es muy común en esas tiendas, pero Doña Miriam siguió y siguió. Veinte años más tarde, el hijo de aquel presidente –«Bushito»lo llaman algunos– siguió cogiéndolos de bobos. O es que se hacían que los cogían, o es que querían que los cogiesen, o, es que era un simple pretexto para la busconería de algunos y el tráfico de intereses de otros.

A fin de cuentas Doña Miriam cuarenta años después sigue con el sonsonete de su autonegación, y ahora apoya para presidente de EEUU, al político más rastrero de su historia, al machista, misógeno y racista más desequilibrado. Porque a fuerza de negarse, los colonizados se enamoran políticamente hasta del estadounidense más bajuno y menos representativo de la gente buena y trabajadora de aquel país. Todo ello, al punto de desafiando la pandemia, hacer una caravana a favor de Trump –el lanza-rollos– !en Puerto Rico! –donde gracias a Dios no se vota por esos presidentes– regodeándose en la parafernalia trumpista, con miras a ver a qué puertorriqueños engañan y cojen en EEUU, para que vayan a votar allá por ese desalmado.

Pero esto no es lo peor, pues una actual senadora viene a renovar los votos de ridiculez, y toma el batón de Doña Miriam para reclamar sus quince minutos de fama con una fotografía posada con un menor a su lado –¿donde estás Departamento de la Familia?– y un escuadrón de personas –guardias de seguridad ¿A qué le temerán?– blandiendo ostensiblemente en pose armas, disfrazados, o a la manera de milicias de supremacistas blancos estadounidenses –después de todo viene la fiesta pagana de Halloween– frente a una bandera de Trump, otra bandera americana, y lo que parece ser un criollo kiosko de frituras o pescado.

No sé si la senadora carolinense sabe lo insultante que resultará esa fotografía para decenas de millones de afronorteamericanos y latinoamericanos en EEUU, al igual que para decenas de millones de personas blancas. Es posible que no sepa el alcance de esta burrada, o lo que es peor que no le importe. Como quiera, se metió en tremendo jamón, no por ejercer su derecho a hacer el ridículo, si no porque en el camino, ha tenido que abjurar de cosas en las que se supone cree. Su culto a las armas de fuego –dentro del clima de violencia que vive el país y en su distrito senatorial, lo cual en sí mismo es una insensatez e insensibilidad, está reñido con la cultura de paz a la que debiera estar comprometida, pues es una pastora. Su exposición fotográfica ofende a puertorriqueños de todas las ideologías y credos, y nos desacredita en cualquier parte del mundo que se vea.

Le recomiendo sinceramente, que trate de informarse sobre lo que significa el movimiento de Las Vidas Negras Cuentan, o que trate de estudiar un poquito siquiera, de las luchas de los afronorteamericanos que llevan desde la Guerra Civil, tratando de que se cumplan los preceptos de la abolición, más de siglo y medio después. O, que se informe de las luchas de los latinoamericanos, incluyendo las de los mejicanos a quienes le robaron medio Méjico, y ahora los trata el mismísimo Trump como si fuesen la peste bubónica. Eso para empezar, y para terminar, que lo haga mirándose al espejo de la conciencia, para ver si reconoce la sangre que corre en las venas de todo puertorrfiqueño.

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