“Yo no sé si uno puede admirar a los políticos, personas que se dedican a estar de acuerdo, a sobornar, a sonreír, a hacerse retratar y, discúlpenme ustedes, a ser populares…”
Así contestaba Jorge Luis Borges hace 39 junios una pregunta que le formulaba en una entrevista en Buenos Aires, el hoy Nobel, Mario Vargas Llosa. Inquirió el peruano, al gigante de las letras, si había algún político contemporáneo que admirase. Ese año, el 29 de marzo, Roberto Eduardo Viola se había convertido en presidente de facto argentino, luego de la dictadura sangrienta creada a partir del golpe de estado de 1976.
Argentina había sido devastada por esa dictadura, sus secuestros y asesinatos, las torturas, la corrupción, el empobrecimiento y la incompetencia cuando Borges contestó la pregunta. Lo conocí y conversamos brevemente aquel mismo junio — el día 7– en la graduación del Recinto de Río Piedras en su investidura de Doctor Honoris Causa en la Universidad de Puerto Rico.
Es natural que la ciudadanía sensata sienta una similar desazón con los políticos en periodos de aplastamiento, cuando la manipulación, la hipocresía, el paternalismo odioso y la mentira se convierten en parte de su personalidad queriendo amasar influencias, simpatías efímeras y votos.
Los de la peor especie son aquell@s que se disfrazan de apolíticos aunque su voracidad por la retratadera los delate mucho antes. Exhiben generalmente un curriculum anodino que ventean por todas partes con colosales autobombos. Llegados a un cargo político –aunque sea de chivo– se enamoran del poder hasta el éxtasis. La comitiva viene a ser una constante con la peinadora, el maquillista y cuanto alzacola adulador se encuentran en su rumbo e incorporan a la nómina que viene a ser lo único verdaderamente público en su gestión.
Su caso grave, no sería tétrico. si supieran contener su gula. Los electos buscan reelegirse –especialmente si el cargo es el más alto– y los que ocupan el cargo aunque nunca hayan sacado un voto se desbocan y van devorando a dentelladas frente al coro de “Cuatro años más”, aunque lleven menos de uno, salvo que no sean lo mismo que el anterior.
Ahí es que vienen las sonrisas fingidas, estudiadas, ensayadas; las fotografías a granel en cuanto baile de muñecas aparece; la búsqueda de la popularidad mediante el derroche de simpatía forzada; acuerdos pegados con saliva prestos a ser violentados frente al mejor postor o como gancho al falso poder; y una vanidad muy sorprendente, pues aunque carente de humildad se disfraza de ésta, bamboleándose por los tropezones de un ego agigantado.
Es que tal polític@—apolític@ no podría ser de otra manera. Generalmente quienes llegan en paracaídas se estrellan a la segunda vuelta porque se les olvida ponérselo antes del segundo brinco.
El mensaje de la gobernadora fue un patético acto de sumisión frente al contralmirante que la vigila. Fue un hueco discurso presupuestario sobre un presupuesto que ya fue aprobado por la Junta Imperial. Fue una quincalla intragable, poblada de vaguedades y de incumplimientos transformados en nuevas promesas en búsqueda de quien se las quiera creer.
Luego de casi un año –y ya mismo tres de María– sin una sola vivienda comenzada, sin proyectos que hayan encontrado tracción, y con una retahíla de escándalos corruptos más larga que la fila de los 300 turnos diarios del desempleo para los próximos tres años; se pregunta uno de dónde sale tanta fuerza facial. Entonces viene el recuerdo de la frase de Borges dicha hace 39 años, y me doy cuenta que de vez en cuando un polític@ de es@s aparece.
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