Muchas veces se sobreentiende que la emigración que arreció en años recientes de Puerto Rico hacia Estados Unidos se debe a razones económicas. Y probablemente esa es la razón principal. Pero poco o nada se dice sobre otra causa que quizás es tanto o más poderosa.

La gente se va de aquí porque vivimos estancados en el tiempo, y la evidencia más reciente de ello es la decisión judicial anti-histórica en contra de los derechos humanos lgbtt.

La gente no necesariamente se va de aquí para buscarse $1,000 más al mes (aunque ese bono ayuda). Se van porque no quieren tener que bregar con la estupidez e ignorancia disfrazadas de bondad y tradición. Se van a otros sitios buscando tolerancia, calidad de vida y, cliché de clichés, felicidad. Buscan libertad para casarse con quienes aman, y, quizás, poder fumar un poquito de marihuana sin la amenaza de cumplir presidio. Se van porque vivir aquí muchas veces atenta contra la sanidad mental.

Y los que pregonan el discurso setentista de que es responsabilidad quedarse aquí y luchar por el país, sepan que también es responsabilidad velar por uno mismo y por los suyos. Ninguna construcción nacional o institucional debe ir por encima de eso. El racismo en muchas partes de Estados Unidos contra los puertorriqueños es menor que el racismo en Puerto Rico contra los puertorriqueños. Y nadie construye un imaginario futuro o un plan de vida alrededor de una playa y una piña colada. Para eso están los vuelos de Jet Blue, con salidas diarias, a $300.