Siempre quise uno; la verdad es que mi moral no me lo permitió por mucho tiempo. Fue apenas hace poco más de un año que me estrené con un infatigable amante artificial. Desde entonces, él y mi amada Baubo son como una versión moderna de Minga y Petraca; o sea inseparables y caprichosos.
Creo que no tenía ni diez años cuando por vez primera me topé con el dildo que mi vieja guardaba en una gaveta del cuarto que se suponía era su oficina en la casa. En aquel entonces, nunca entendí su uso, ni por qué mamá, una mujer tan conservadora, lo conservaba. Me bastaba con encontrarme a escondidas con el pote que parecía de medicina para maravillarme por horas cuando al abrirlo, una y otra vez, brincaba el consolador blanco, chiquito y gordo.
Algún tiempo después, cuando ya cursaba la escuela intermedia, recuerdo haberme escandalizado cuando un amigo me contó de la caja de variedad de olisbos que encontró baja la cama de su hermana. Seguramente por la envidia, para esa época pensé algo así como qué bellaca y precoz esa tipa!
Claro, eso porque en mi ignorancia concluí que eso de apaciguar el calentón que corre en el Templo Sagrado que habita entre las piernas de nosotras las mujeres es cosa exclusiva de mayores. Y, peor aún, que cuando se recurre a complementos sexuales plásticos que te ponen a gozar es porque, sin duda, tienes problemas, eres una ninfómana.
Ahora, varios años después, no sé si soy yo la que tiene problemas. Desde que volví a la soltería, llegar a mi hogar en las noches se ha convertido ya en otra cosa. Sin tener que premeditarlo, se confabula un encuentro placentero en algún rincón de mi casa, entre él y mi Baubo.
La última separación me dio tan fuerte que una tarde, después del trabajo, decidí pararme en una de las tantas tiendas de cosas sexuales que continúan proliferando y le obsequié a mi vulva un artefacto similar al que utilizaban, tanto hombres como mujeres, en las culturas mesopotámicas, egipcias, sumerias y griegas.
Esa primera noche lo usé con miedo y timidez, mas fue tanto lo que gocé que al final de la semana acudí a adquirir mi segundo expendedor de placeres, uno más caro y con más ‘features’. Soy yo la que guarda ahora una caja de variedades bajo la cama para lograr activar diferentes sensaciones aunque mi yoni tiene su plástico preferido.
Hasta mis encuentros casuales han resultado más interesantes y divertidos. En ocasiones porque los complementamos con los juguetitos y, en otras, porque simplemente conozco mejor como llegar a la gloria, incluso en esas veladas de rozar masas sudadas y ya.
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