Un preso ejemplar, respetado por confinados y custodios, y custodio él mismo de una memoria que era la historia viva del sistema carcelario puertorriqueño de la segunda mitad del Siglo XX, murió esta semana tras haber disfrutado de 4 años de libertad después de haber pasado 47 años en prisión, donde se había convertido en toda una institución carcelaria.
Ángel L. Feliciano Hernández, ‘El Jibaro’, fue uno de los presos que más tiempo ha estado entre rejas en el país y cuando tenía 65 años, antes de salir en libertad, era uno de los reclusos más veteranos de la antigua prisión Oso Blanco.
El periódico El Nuevo Día le dedicó un reportaje en el que narró cómo una mala experiencia marcó su vida a los 11 años, cuando fue testigo del abuso que cometió un hombre, que casi lo deja huérfano, contra su padre.
Con 16 años se vengó y dejó mutilado y gravemente herido al hombre que había abusado de su padre.
Su primera prisión fue la cárcel en Aguadilla y la Penitenciaría Estatal se acabó convirtiendo en su hogar.
‘Los días más duros los pasé en el calabozo. Fueron cuatro años, ocho meses y 17 días encerrado allí. Estaba desnudo todo el tiempo, sin mattress, sin sábanas, sin nada’, narró a El Nuevo Día.
‘Para que me bañara me echaban agua con una manguera que asomaban por un hueco y por ahí también me entregaban la comida. Esa era la sección de máxima seguridad y allí en otras celdas estaba Tomás Trampa, Antonio García López y otros que eran los presos más temidos de Puerto Rico’, explicó el ‘Jíbaro’ al periodista Gerardo Cordero.
En la cárcel trabajó, estudió, cultivó hortalizas y fue sastre, cocinero, planchador, pulidor de pisos.
‘Se trabajaba duro. Pero la cosa se puso difícil después de los setenta’, sostuvo.
Explicó cómo en 1974 en las cárceles del país se eliminaron los maestros y se extendió la violencia y había que dormir ‘con un cuchillo amarrao a la cama’.
Sentenciado a cadena perpetua, dijo que los problemas en el Oso Blanco se complicaron a partir del cierre de la Cárcel de Miramar, por lo que se sobrepobló la penintenciería y había presos durmiendo en los pasillos y asaltaban a punta de cuchillo en la entrada de las celdas. Entonces comenzaron las guerras en el interior de las cárceles del país.
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