Braulio Castillo: del hueco de la depresión al fortalecimiento de su espíritu
El actor habló de su vida entera, en la víspera de su cumpleaños, con ánimo renovado y una energía que conmueve.
Braulio Castillo, hijo, cumple este lunes, 30 de agosto, 63 años de edad cronológica, pero también un año y un poco más del inicio de un momento que le atribuló al punto de la depresión, el descontento y de la entrada a "un hueco" sin darse cuenta.
El actor conversó con El Push de la Mañana, edición estelar, contento, lleno de vida, sonriente y visiblemente fortalecido.
Comenzamos hablando de Bayincito, como se le llamaba de chiquito, y alguna gente al sol de hoy. Es el mayor de cuatro hermanos, hijo del ídolo de telenovelas Braulio Castillo y de Carmen Quintana.
Su vida académica temprana fue una de tumbos, de salto en salto, entre Carolina, Cupey, Perú, México y nuevamente San Juan. Pero definitivamente los mejores recuerdos de su infancia están en la urbanización Los Angeles, de Carolina, en la Calle Crisantemos.
Fue ahí donde se fue formando el Braulio Castillo que conocemos hoy, ante la presencia inmensa de su padre, un ídolo latinoamericano que él describe como un “héroe, más grande que grande”. Ese hombre era para unos "Renzo, el Gitano", el protagonista de la telenovela de la 1:30 pm que paralizaba el país.
Para él, ese “gitano” llegaba todos las noches a su casa, siempre presente, y se quitaba la fama diariamente para solo dar ejemplo de humildad a sus hijos. Su madre, Carmen Quintana, tampoco miraba a su padre como el gran ídolo que era. Mas bien eran un equipo que jugaba al mismo nivel. Su padre era su héroe, su madre era la roca.
Entró a la Universidad de Puerto Rico y volvieron los tumbos académicos. Entró a Ciencias Naturales a estudiar Medicina pero no dio pie con bola en el cálculo y supo que por ahí no iba la cosa. Entendió que podía ser buen comunicador y entró a la Escuela de Comunicación Pública pero se fue a trabajar como DJ en una emisora de Río Piedras, donde se dio a conocer y en medio de una entrevista con una revista, le preguntaron si, como si padre, querría actuar. Y dijo que sí.
Entró a la Facultad de Drama, estudió con Dean Zayas y audicionó en 1978 para Myrna Casas y Jossie Pérez. En noviembre de 1978 subió a escena en el Teatro Tapia como parte del elenco de “Amor a la Italiana” y ni bien subió, todas las mariposas del estómago se fueron. Estaba decidido. Quería ser actor.
En el verano de 1979 se fue a vivir a Danver, Connecticut, donde vivía su padrino, y continuó su educación en la actuación, mientras limpiaba pisos y baños en un hospital donde también fue guardia de seguridad. También trabajó en un auto-parts como vendedor de piezas. En un verano se fue a Boston a visitar a unos amigos y alguien le aconsejó que audicionara para entrar a Emerson College. Audicionó y fue aceptado. Y mientras, trabajaba por un dinerito en el Boston City Hospital, en una especie de pool como secretario de piso, que se encargaba de que cada sala tuviera los récords en orden. La sala que más le impresionó fue la de Cuidado Intensivo Pediátrico.
Seis años después de su comienzo en la universidad, finalmente se graduó de Emerson College.
Las telenovelas
Llegó a Puerto Rico y llegaron las novelas. "Coralito" y "Tanairí" lo catapultaron en la pantalla chica como actor de novelas, ambos en personajes tan odiosos que, según él mismo narró, eran tan profundos y creíbles que algunas mujeres llegaron a darle carterazos en la calle. Literalmente.
Después hizo muchísimas novelas pero ese mercado en Puerto Rico nunca se convirtió en industria. Ahí estuvo el problema. Recordó que en una ocasión el empresario de televisión Joe Ramos le dijo que la televisión era un negocio para vender, no un negocio para hacer programas y que era una invento para hacer dinero. Contrario a países como México, Colombia y Venezuela, que vieron el mundo de las telenovelas como una industria que incluso exportaron, en Puerto Rico nunca se vio más allá de un negocio para llenar las arcas de la empresa.
Sus hijos
A Braulio le brillan los ojos y le cambia abruptamente el semblante cuando habla de Braulio, Damián y Fabiana. Braulio nació en el 1992 y después, cada uno de sus hijos nació con tres años de diferencia, “como si hubiéramos tenido un timer”. Esa experiencia de ser padre y de estar en el momento del nacimiento, marcó a Braulio algo que nunca olvidará: el color del cordón umbilical. “Es un color que yo nunca he visto en la naturaleza", expresó.
Es padre de Braulio, recién ascendido a sargento en el Air Force, de Damián, graduado de Producción de Eventos y su princesa Fabiana, que estudió Sicología y Francés en NYU y trabaja actualmente en la Oficina del Fiscal General de la ciudad de Nueva York.
La pandemia y el agobio de la crisis
En septiembre de 2019, buscando qué hacer conversó con la productora Aida Bayona, con quien trabajaba en ese momento en la obra teatral "En Pelotas". Juntos hablaron con la productora Ivonne Class y ahí surgió La Movida, que transmite Mega TV. Pero fue un inicio duro porque económicamente había una responsabilidad con los técnicos antes de que vieran un centavo.
En ese momento duro, ya venía experimentando algunos descontentos y situaciones con su pareja, Patricia De la Torre, que terminaron en separación. Y llegó la pandemia, y con ella, la estocada emocional. Estaba agobiado.
El 20 de agosto ocurrió el accidente de su compañera de labores y su amiga, Marisol Calero.
“Eso fue devastador para mí. Comencé a sentirme cada vez más para atrás. Caí en el hueco”, dijo.
Y ahí salieron sus ángeles al rescate, Socorro- la madre de sus hijos, su hermana Zulma y su amiga, Myraida Chávez. Le hicieron un intervention y aceptó ingresar al Hospital Panamericano, donde estuvo diez días. La mejor decisión que ha tomado en su vida. Admite que a pesar de tener las herramientas ahora para manejar la depresión, que describe como “el elefante en la sala”, algo de lo que no se habla, continúa su lucha diaria con ella.
Entonces llegó a su vida un entrenador físico que convirtió el gimnasio en religión. Y se fortaleció.
Pero llegó un nuevo golpe: el deceso de Myraida Chávez. Sólo que esta vez, ya con las herramientas que la propia Myraida le había ayudado a adquirir cuando intervino por su salud mental, lo tomó con la enseñanza como beneficio.
En dos días cumple 63.
“Los voy a cumplir como un año extraordinario, de enseñanza, de madurez. Esto ha sido un año de bendiciones. Llegan sin pedirlo”, dijo.
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