Recuentan la historia que dejó Fernando Picó (galería)
En una íntima actividad llevada a cabo en la Parroquia San Ignacio en Guaynabo, donde fueron más las risas y los recuerdos de un inmenso legado construido a lo largo de decadas de servicio al país, familiares y amigos le dieron un último adiós al historiador y profesor de la Universidad de Puerto Rico, Fernando Picó.
La iglesia, de techo alto y amplio espacio, era el escenario perfecto para su última clase. En paz pero imponente, yacía al centro de la parroquia el féretro de Fernando que en ocasiones se escuchaba resonar cuando alguien lo golpeaba con los nudillos o una sortija; último gesto, sublime, entre allegados y el difunto.
'Era una persona incansable. Teníamos muchas vivencias juntos. Eramos muy unidos. Nos gustaban muchas cosas en común', recordó feliz su hermana mayor, Carmen Picó, una de otros cinco hermanos que tuvo el estimado profesor.
'El decía que ya tendría tiempo para cogerlo suave. El último día (de vida), el lunes, él se cayó entrando (en la mañana) a la universidad. El guardia lo conocía, lo pararon, le preguntaron si querían que llamaran la ambulancia pero (dijo) ‘No, llévenme al salón de clase', explicó su hermana Carmen sobre las últimas horas de vida de Fernando, testamento de su incansable ímpetu por servirle a la juventud del país.
A lo largo del día, su habilidad para caminar se vio más y más deteriorada, pero Fernando no puso excusas. 'Nos pusimos los dos de bastante mal humor. Él casi nunca se ponía de mal humor pero estaba ya molesto conmigo', contó Carmen sobre lo insistente que fue para que su hermano fuera al hospital.
'Yo vine para casa a buscar el andador que yo tenía y aún con el andador no se podía agarrar. Dos estudiantes lo ayudaron para llegar al salón de su última clase. Y no se quiso venir conmigo (al salir de clase) porque no quería ir al hospital. Cuando llegó (a su casa), revisó sus correos, (y) buscó dos libros que él lee por las noches', añadió Carmen, sin remordimientos, porque la pelea no era por un miedo a los médicos o riña entre hermanos. Su miedo era perder un día de clases.
Ese es uno de muchos recuerdos que familiares, amigos, estudiantes y sacerdotes querían compartir. Para muchos, Fernando sigue vivo en sus obras; muchas de las cuales ahora quedan en el limbo. Por ejemplo, uno de esos proyectos y que recientemente
cobró fama mediante unos videos virales que compartió la UPRlo fue el aula de clases que creó para confinados, allí, en plena cárcel.'Él decía que usualmente la historia la escriben los de arriba, pero el quiso demostrar que los que hacen un país son los marginados, los que luchan y trabajan. Y por eso trabajó muchos años con los confinados. Él creía que los confinados si se rehabilitan y se educan, pueden volver a ser productivos en la sociedad', agregó su hermana.Como parte del programa, Picó brindaba clases de humanidades y literatura a confinados. Irónicamente, era en esas aulas improvisadas entre barrotes y guardias penales donde encontró un genuino deseo en sus estudiantes por echar para adelante tanto en lo personal como en lo colectivo. Fue muchas veces su queja: en la UPR muchos alumnos no leían mientras en la cárcel se mataban por los libros.Respecto al futuro de programas a cargo de Picó como de numerosos trabajos de investigación y literarios que se almacenan en sus antigua oficina y en su hogar, Carmen solo pudo contestar 'no sé. Esa es una buena pregunta', reconociendo la ardua tarea que les espera para salvaguardar el legado que hoy celebran junto a Fernando, quien finalmente descansa en paz.