Espíritu de Halloween inundará las calles de Florida un año más
Los estadounidenses se van a gastar este año más de 8,400 millones de dólares en celebrar la Noche de Brujas o Halloween, todo un record que en la ciudad de Coral Gables, aledaña a Miami, está a la vista.
Las calabazas, uno de los símbolos de esta celebración de raíces celtas, se ven por doquier desde semanas antes del 31 de octubre en este barrio creado en los años 20, de exhuberante vegetación y aire español, visible en la arquitectura y en los nombres de las calles.
Pero lo que llama la atención estos días son los fantasmas, las brujas y los esqueletos que cuelgan de los árboles tropicales, dan la bienvenida en el portal o están cómodamente sentados en el banco del porche.
También hay quienes dan rienda suelta a su fantasía y recrean en el jardín de su casa escenas dignas de películas de ciencia ficción o de terror, o 'plantan' en el jardín un viejo cementerio con lápidas mohosas y rotas y leyendas en letras góticas.
Todo vale con tal de que Halloween sea una fiesta y los niños del barrio disfruten de un ambiente espectral y fantasmagórico mientras, vestidos con los más variados disfraces, se atiborran de dulces regalados por los vecinos.
Los mayores también se divierten en fiestas de disfraces de Halloween, que en algunos lugares exclusivos de Miami cuestan más de 150 dólares por persona.
La NRA, siglas de la asociación nacional de comerciantes al por menor de EE.UU., calcula que el gasto de este año superará los 8,400 millones de dólares, 1,500 millones de dólares más que en 2015.
El gasto promedio será de 82.93 dólares por persona, 8.59 dólares más que en 2015, y el número de participantes de alguna u otra manera en la celebración será de 171 millones de personas.
Pese a estas abultadas cifras, en Coral Gables hay quienes se quejan de que 'la tradición se está perdiendo'.
Jorge Bandrich, un puertorriqueño de 44 años, dice a Efe haberse gastado 150 dólares en decorar su casa. A la vista del resultado, tendría un gran futuro en la industria cinematográfica.
Un platillo volador estrellado y rodeado de marcianos de color verde y azul recrea en una esquina de su jardín delantero una escena digna de la película 'ET' o el 'Incidente de Roswell'.
Entre dos palmeras, a una considerable altura, puede verse a un ciclista transportando en la cesta de su bicicleta al célebre marciano que añoraba su casa.
'Procuro reciclar la decoración', dice Bandrich, quien también ha hecho un 'guiño' al cine de terror en otro punto de su jardín. Allí un decapitado yace junto a su cabeza agusanada y rodeado de huesos como si lo acabaran de exhumar.
Los huesos son los que utilizaron para crear un robot quirúrgico en su trabajo, relata Bandrich, quien pese a lo que pudiera parecer no tiene hijos pequeños. Su única hija tiene 16 años.
El cubano Daniel Campos, médico de 42 años que reside un par de calles más abajo, no tiene hijos, pero animado por una vecina y para dar gusto a sus sobrinos ha convertido su casa en un cementerio.
El jardín, en el que, además de tumbas, hay murciélagos colgando de los árboles, calaveras con ojos iluminados en rojo y varias figuras de brujas, es de pesadilla, pero su calle no es Elm Street sino Lisbon St.
De noche, toda la casa se ilumina de naranja.
'Cada año intento incorporar elementos nuevos a la decoración', dice Campos, que ha gastado entre 500 y 700 dólares.
En la otra esquina de la calle una casa llama la atención por las dos figuras de tamaño natural vestidas de negro y con capucha que flanquean la entrada y los candelabros hechos con dos calaveras colocados en el alféizar de una ventana.
Nadie responde a la puerta, pero la casa no está vacía, de hecho en el jardín hay figuras de fantasmas alegres con máscaras venecianas y brujas que se mueven con el viento.
En otra casa se aprecia que lo que les gusta a sus habitantes son los insectos. Hay enormes arañas naranjas y peludas diseminadas por el jardín y hasta en el automóvil estacionado a la entrada.
En otra las ratas y las arañas suben hacia el tejado, mientras un esqueleto contempla la escena reclinado en un banco y en otra, en la que ondea la bandera pirata, la figura de un enorme gato negro asoma desde la verja.
Al acercarse el gato mueve la cabeza en la dirección del que se aproxima como si le advirtiera: este es mi territorio.
A pesar de todo este despliegue, los vecinos se quejan: 'cada vez hay menos casas decoradas'.