Navidad de lejos: 'No sé si me atrevo a festejar'
Es la primera vez que Emmanuel Colón Toledo pasa las Navidades fuera de Puerto Rico. Con sus 26 años, el joven carolinense migró a Fort Lauderdale, una ciudad de Florida sazonada por la fuerte presencia de migrantes latinos. Ahí trabaja en Spirit Airlines, 'ayudando a que otras familias puedan reunirse en estos días especiales', dice.
De la Navidad, lo primero que le salta a la memoria es el coquito y 'el flan de mami'. 'Mi mamá hace un flan de vainilla que en las fiestas de Navidad y de Acción de Gracias, desaparece a los dos minutos de ser destapado', ríe. Ahora, lejos de casa, busca en los otros migrantes los rastros de la Isla.
'No fue mi primera opción', confiesa cuando intenta responder por qué ahora vive en el estado más sureño de Estados Unidos. En los últimos tres años, tuvo tres trabajos diferentes –el que más le apasionaba, no le generaba lo suficiente para pagar sus cuentas– hasta que encontró uno que le permitía viajar. 'Siempre amaré a Puerto Rico, aunque ya no sea mi hogar', termina.
Esta es solo la huella de una de las cientos de historias que a diario se amontonan en las familias puertorriqueñas divididas por la migración, ya sea por motivos económicos, personales o profesionales. Son los jóvenes puertorriqueños, quienes ahora por decisión propia, deciden expandir su territorio más allá de las fronteras de la Isla. Se van solos a cumplir sueños o a desarrollarse económicamente, y así integran parte de ese 9% en que se ha achicado la población residente en Puerto Rico en los últimos años.
Fue precisamente la llegada de una 'gran oportunidad de empleo que no pudimos ignorar', lo que hizo que Ilsa Vargas Martínez, 28 años, decidiera relocalizarse hace casi cuatro años en Houston, Texas, con 'un paquete de compensación que sabíamos no íbamos a poder alcanzar en Puerto Rico en mucho tiempo'.
'Por más nostalgia que tenemos y deseos de compartir la Navidad allá, sabemos que acá la economía está mucho más estable, lo que nos ha permitido progresar como familia y profesionales extraordinariamente. Se sufre por estar y no estar. Ese es el mal del que se fue', manifiesta la joven, graduada de relaciones públicas y publicidad de la Universidad de Puerto Rico (UPR).
Esta vez, no podrá regresar a Puerto Rico por las navidadesporque hace cuatro meses concibió un bebé y las vacaciones por maternidad ya le han tomado mucho tiempo fuera de la oficina laboral. La joven, quien vivía en Cupey, lamenta que su chico no pueda disfrutar su primera Navidad con su familia boricua.
Y de esa Navidad, lo que más añora es el calor de la familia, la comida, el alboroto. 'No hay nada mejor que compartir un buen plato de arroz con gandules, pasteles, lechón, amarillos, con la gente que más quieres, y tertuliar de la vida, la gente, el Nuevo Año, y del que va y viene', recuerda.
Enseguida, se agolpan las memorias. Su Navidad se dividía entre los 'fiestones' de sus suegros –'nos levantábamos y encontrábamos gente todavía vacilando y durmiendo en el sofá a las 8 a.m.'– y las reuniones con su familia –'recuerdo el empeño de mi hermosa abuela de tener la casa inmaculada y llena de color para celebrar en familia todos los años, con el árbol de Navidad más hermoso de todo Caguas y un menú de comida que parecía infinito'-, todos los años servidos de tradición.
'Recuerdo a mi abuelo y su producción para tener la cámara lista y la mejor música para halagar a los invitados. Recuerdo las parrandas que nos llevaban a la oficina que transformaban un día rutinario en un compartir de sonrisas y bailes con mis compañeros de trabajo. Recuerdo el revolú de los centros comerciales, donde encontrar un estacionamiento merecía una fiesta. En fin, recuerdo cada pequeño detalle de mis navidades en Puerto Rico con un tremendo añoro de estar allí y vivir todos los olores, colores, energía y sonidos que caracterizan nuestra Isla', dice.
Es precisamente ese alboroto, esa Navidad ruidosa, los sonidos, sobre todo los sonidos, la música por doquier, lo que más diferencia la época navideña boricua de la que se suscita en Texas, en que la energía de las parrandas se sustituye por la sobriedad de música 'de elevador', en que bailar y gritar una buena bomba queda solo como el recuerdo de Puerto Rico.
'La diferencia más notoria es el ruido. Acá las navidades son tranquilas, no escuchas 'si no me dan de beber, lloro!' en cada esquina. No se vive la Navidad con tanta intensidad. De seguro en cada área de acá sea diferente, pero donde estamos es así. Después de nuevo año, la Navidad se despide hasta la próxima temporada, mientras que en Puerto Rico celebramos hasta marzo si nos dejan', bromea.
El ruido sigue como símbolo, carga con toda la fuerza de la Navidad boricua y llena de nostalgia a los que se han ido. También Christopher Cuevas Feliciano dice que va a extrañar 'esas navidades ruidosas pero genuinas', pero sobre todo, a su familia, a su gente.
'Esta es mi primera Navidad fuera de las fiestas y las ollas de mi mamá y de mis tradiciones. Pero creo que las pasaré bastante bien… mi mamá me envió pasteles por correo!', exclama el joven de 24 años, que ahora vive en Nueva York.
Una lista no basta para enumerar todo lo que el joven migrante extrañará de sus navidades en Puerto Rico. La montaña de comida que le servía su mamá –'como si pudiera arreglar todos los momentos del año en que no me dio tiempo a comer'–, el pernil que le daba la vecina a través del portón, la complicidad con sus amigos, sus hermanos, su sobrino.
Y con ellos el ruido, que contrasta con el silencio de las calles de Nueva York. 'En Puerto Rico, sería así si se muere alguien de la familia y hay que guardar luto…Acá no son ruidosas, no hay parrandas, pero son muy familiares'. En Nueva York, dice, se celebran en familia, ante una mesa repleta de comida. Solo en eso le recuerda a su hogar en San Sebastián.
El joven actor, quien busca fortalecer su inglés en Estados Unidos antes de solicitar a escuela graduada en actuación, se mudó 'sin miedo' para cumplir su sueño de hacerse paso en el mundo actoral. Allá, toma cuatro horas de inglés de lunes a jueves. No pudo regresar en la Navidad, puesto que para costearse la vida en Nueva York, trabaja en un restaurante de comida mediterránea al que no puede faltar por mucho tiempo apenas comenzando.
'Ya después de ser adulto, uno se ve obligado a hacer cosas que no te gustan, porque la responsabilidad llama', lamenta el joven.
Por su parte, el joven actor Eric Yamil Cruz Meléndez, 23 años, quien estudia una maestría en actuación en la Escuela de Drama de la Universidad del Sur de California (USC), en Los Ángeles, California, no puede regresar esta Navidad porque está 'pela'o'.
'El dinero que tengo está destinado exclusivamente para cubrir la renta y materiales de la escuela. Los Ángeles es una ciudad muy cómoda, divertida y rica en culturas, pero es también algo costosa y la naturaleza intensiva de este programa de maestría me deja con muy poco tiempo para trabajar digamos un 'part time'', cuenta el joven, quien tomó acción a partir de la necesidad de un entrenamiento actoral más especializado.
Cuando se remonta a la Navidad, en lo que piensa es en sus familiares y amigos, en las reuniones donde todos se ponen al día, beben, bailan, parrandean, comen lechón y arroz con gandules, con pasteles y morcilla. Son fiestas en las que celebran 'como si fuéramos todos de un mismo barrio'.
No obstante, el joven actor a fin de cuentas no está tan seguro si este momento, si esta coyuntura en la que yace la isla, merece una celebración.
'Si te soy súper franco, ahora que lo pienso, no sé si me atrevo a festejar. Desde afuera, Puerto Rico se ve tan distante y tan oscuro. Todo lo que está pasando lo empaña. Sin embargo, la gente, como si nada, voy subiendo y voy bajando, tú vives como yo vivo, yo vivo vacilando. Pero ninguno va y asalta al gobe con panderos y maracas y le exige el bono o el reintegro. No sé, siempre me ha sorprendido esa capacidad que tenemos de pasarla tan bien mientras todo se nos va a la mierda. Es de locos', puntualiza.