Antonio Martorell, 'abogado del goce' (galería y vídeo)
Antonio Martorell parece parte de la exposición. Su chaqueta de tela naranja juega con el naranja rojizo de las flores de flamboyán que se acentúan a su espalda, su camisa verde pálida, con las hojas de pino. Usa un sombrero de cartón corrugado, un tenedor manipulado le abraza la muñeca y a su lado, descansa una cartera de lado hecha de fieltro.
'Este es uno de los materiales más humildes que existen', toca la superficie de la cartera artesanal, muy suya, y señala a su alrededor. La exposición completa, los grandes lienzos que surcan las paredes estampados con los árboles, la corteza, las hojas, las flores, están hechos de ese material humilde: un material de fieltro que 'humildemente' acolcha alfombras, ese material oculto que se convierte en protagonista de la instalación gráfica 'A Restos'.
En medio de las exposiciones en retrospectiva que acompañan a Antonio Martorell en sus 50 años de experiencia artística por diferentes espacios –'Imalabra' en el Museo de Las Américas dialogando con todos esos años de creación, 'La letra dibujada' aparece en La Casa del Libro conectando la palabra con la imagen – 'A Ratos' es una mirada al futuro, una exhibición prospectiva en el Museo de Arte de Bayamón que abre una ventana hacia los años venideros del artista.
Cuando uno dice 'A Restos' corrido, suena a arrestos, de ahí el nombre. Martorell se inspiró en los árboles, 'los pobres árboles', como los llama, 'árboles reos', víctimas de la destrucción y la masacre. 'Yo pretendo con esta exposición devolverle aquello que le hemos quitado a los árboles', dice.
Trozos de muebles – espaldares de sillas, marcos de camas, patas de sillas, de mesas – regresan a su origen, se convierten en corteza. Abanicos verdes se convierten en hojas de pino, latas recicladas de cerveza y refresco, tintadas de tonos rojos y naranjas, se convierten en flores de flamboyán, las vainas del flamboyán dispersas en el piso lucen su marca en el lienzo. Se trata de que los objetos retornen a su cauce, de 'devolver a la vida lo que le quitamos', repite Martorell.
Como mismo el material oculto tras la alfombra se convierte en protagonista de su exhibición, algo de eso navega en su arte. Algo de encender lo humilde, darle voz a lo marginal, a lo invisible, a ese material escondido tras la felpa de la alfombra que ahora sirve de soporte a toda una exposición.
'Me interesa más que crear, recrear, darle una nueva vida a aquello que consideramos ya muerto, obsoleto. Una de las funciones del arte es la revelación, es hacer evidente aquello que pasa desapercibido o ha perdido su sentido original, en este caso, los árboles que de tanto verlos no los vemos, de hecho, los masacramos en ocasiones, demasiadas', dice.
La exposición se hizo a propósito del espacio y como una ventana al futuro. Martorell quedó enamorado de esa sala del Museo de Arte de Bayamón cuando la vio por primera vez. Y esa ventana al futuro se arroja a un Martorell para quien 50 años no es nada, o más bien, son insuficientes, para quien el mejor trabajo es el próximo, 'el que todavía es pura ilusión, que no tiene falla porque todavía es promesa'.
'Todo artista viene con la ilusión no de vivir una eternidad, sino de reencarnar de muchos modos, para poder ser mucha gente, pensar y sentir de distintos modos, descubrir nuevas realidades', dice el de la barba blanca frondosa, como los árboles, el de la sonrisa altiva y la palabra fresca, saboreada, como la fruta.
'Conciencia a nuestros gobernantes de que la belleza sí cuenta'
Para Martorell, el arte le da sentido al 'sinsentido' en que se ha convertido la vida, con toda su destrucción, la migración, el desamparo. El arte, para él, tiene una función social, política, moral y estética de hacernos de nuevo retomar la belleza como 'evidencia de vida', como un valor que es urgente defender de todos los modos posibles.
'Tenemos que crear situaciones en que quienes nos gobiernen obedezcan realmente el sentir y las necesidades de nuestro pueblo, entre ellos, el arte… Depende de nosotros los artistas, y de ustedes los espectadores – sin los cuales nuestro trabajo no tendría sentido, porque el artista crea para que el espectador recree –… crear conciencia a nuestros gobernantes de que la belleza sí cuenta, que la belleza también es salud tanto física como mental de un pueblo', impulsa
, la voz firme y suave.
Del Puerto Rico en deterioro económico, con flujo masivo de personas, los bonos chatarra, la incertidumbre, Martorell prefiere elevar una nota esperanzadora: 'Estamos viviendo en Puerto Rico hoy el mejor momento que yo tenga memoria de todas las artes'
'En esta situación de deterior económico, político, social, moral, se está haciendo el arte más rico, mayor en cantidad, variedad y calidad del cual yo tenga memoria. Los artistas jóvenes están haciendo cosas tan extraordinarias. Yo me nutro de ellos todo el tiempo, son mis mejores colaboradores, no solo me prestan sus ideas, sus conceptos, también sus manos, su ilusión, que es lo que no se debe perder nunca'
'Hay que atreverse a aprender'
'Nos echaron del paraíso, pero el paraíso no fue destruido' son unas palabras de Franz Kafka que el joven Martorell en sus veintitantos imprimió en cucharas, cuando creaba junto a su maestro Lorenzo Homar en la década de 1960. Hoy, sentado en la sala iluminada, rodeado de árboles impresos, retoma las palabras para hablar de la pérdida y de la recuperación. 'Yo soy un optimista absoluto', dice.
'Es posible siempre rescatar el paraíso si uno está dispuesto a cruzar el infierno si es preciso para retomar el paraíso, y el arte siempre es un modo de recrear el paraíso, el arte hace lo imposible sea posible', añade.
Martorell es grabador, pintor, dibujante, escenógrafo, escritor, ilustrador, actor, profesor, creador de instalaciones, vestuarista. Martorell es artista, con esa mirada subversiva de artista, siempre con preguntas, con ánimos de alterar la realidad, de buscar
leotra versión a los hechos.
Por eso cree en cruzar fronteras, en negarse a la especialización, en liberarse de las parcelas de conocimiento 'cuando hay tanto por hacer y por gozar', en conocer mucho sobre todo por el justo placer de aprender. 'Yo soy un abogado del goce', dice.
Y si el maestro Martorell se topara con un grupo de discípulos – que los tiene, discípulos de todas las ramas de arte, que ven en él la figura global del artista desbocado por la creación, que juega con el proceso, el artista para quien el boceto es una promesa de futuro, un extracto de la vida misma – les diría que abrieran los ojos.
'Mi consejo, si alguno, sería estar alerta, estar receptivo, estar en comunicación, en conversación, el artista no es aquel que domina un oficio – la palabra dominio debería estar proscrita del oficio del arte, debería estar proscrita de la vida misma - No es dominar, es conversar, es ser sensible al otro, tener una conversación de igual a igual, encontrarnos por lo menos a mitad de camino', tiende el puente.