De repente me encuentro de frente, a unos 30 pies de distancia, alzando las manos para bendecirnos quien fuera el Papa Paulo VI. De inmediato procedí a retratarlo logrando tres fotografías a corta distancia, tomas difíciles de agarrar especialmente si uno no está en un rol de fotógrafo profesional.

Sucedió durante mi primer viaje a Europa en el 1974 cuando ya estaba en la afición por la fotografía. Naturalmente esa cercanía no se puede dar despues del atentado papal del 1981 contra Juan Pablo II. De allí en adelante he atesorado recuerdos memorables de viajes, familia y amistades a la misma vez que he profundizado en la sicología de la fotografía mientras se viaja.

Se parte del supuesto de que si uno va tomar una foto, hay un interés legítimo de algún recuerdo que uno quiere preservar en forma gráfica y que resulte en algo agradable para el que la vea. En muchas ocasiones una buena foto es el resultado de una buena planificación, de composición , nivel de luz , aunque el modo automático de las cámaras modernas resuelve muchos de estas variables. Sin embargo hay momentos que se presentan unas instancias como la que menciono al principio; que requieren rapidez, improvisación y rápida acción para captar un momento único que de no tener la cámara en mano se pierde la oportunidad.

En ese sentido el interesado en tomar las fotos tradicionales y otras espectaculares, debe tener la cámara a la mano sin excusa de batería descargada, ni de tenerla encerrada en un bolso o cartera. Pero hay más. En adición a dominar la técnica de la fotografía, fotos espectaculares requieren dominar el arte de la fotografía, algo que implica haber desarrollado la destreza de observación e imaginación. Esto es algo que se puede cultivar y desarrollar, pero requiere interés. Las mejores fotografías en Praga y Quebec, las tomé bien temprano en la mañana con mucho frío y con poco movimiento de público.

Muchos pueden argumentar y plantear que lo único que se interesa es la foto, tal y como salga, y esta posición también es valida. Aquí entra otra consideración y es que si se viaja para retratar o si se retrata mientras se viaja.

Definitivamente si usted no vive de la fotografía, su agenda principal no van a ser los retratos. Y este es el punto neurálgico de esta reflexión. La prioridad de un viaje es disfrutar, ver y descansar de la rutina diaria, las fotos debe ser secundarias a pesar que como dije anteriormente pueden ser un buen complemento del placer y el disfrute. El problema ocurre cuando el viajero llega a los lugares y en forma automática, indiscriminada, tipo robot y sin pasar juicio sobre si le interesa o no guardar un recuerdo de lo que observa, sigue la ola de la muchedumbre a retratar, retratar y retratar, y muchas veces no disfruta ni absorbe el momento. Retratan porque ven a otros retratar.

Como parte del boom de la diversificación y proliferación de la fotografía digital, se ha convertido casi en un tic nervioso o en un acto involuntario llegar al lugar, sacar su celular y todo el mundo a retratar se ha dicho. Y repito, no está mal del todo, cada cual tiene libre albedrío y muchos de los que me conocen saben que yo puedo dar esa impresión de ser fotógrafo autómata, pero no es así.

Mi reflexión lo que promueve es el que ya que está invirtiendo una gran suma de dinero en ese viaje planificado y esperado, viva y profundice en la experiencia y plasme recuerdos memorables mediante las fotografía, pero no sucumba en un comportamiento robótico que malogre el pasar una buena experiencia y disfrutarla que le permita renovar sus energías para luego regresar a su rutina diaria.

Y recuerde, hay mucha relatividad en lo que cada cual interesa retratar. No se inhiba si lo que en un momento dado usted está retratando una cerradura de una puerta o algo que ha pasado desapercibido para el resto de la gente. También debe estar alerta de los avisos relacionados a si se permite o no tomar fotografías. Aún en lugares públicos he solicitado permiso para tomar ciertas fotografías.