Jon Lee Anderson: testigo de la guerra que quiere 'incomodar'
Las bombas habían aplastado la ciudad siria de Alepo. Por doquier se alzaban penachos de carros en llamas y civiles continuaban un éxodo a Turquía y otros países vecinos, escapando de la guerra civil. Era finales de julio pasado cuando el periodista y escritor Jon Lee Anderson entró a esas calles y pasillos laberínticos para entender y contar el conflicto en su última crónica de la revista The New Yorker.
El próximo martes 4 de septiembre a las 6:30 p.m. hablará en el Museo de Arte de Puerto Rico, sobre literatura, cine y lo que ha visto en sus coberturas como corresponsal de guerra internacional.
En Alepo, los rebeldes resistían el bombardeo de la fuerza aérea y el asedio de francotiradores apostados sobre minaretes de las mezquitas, mientras esperaban el contrataque del ejército del presidente Bashar Al Assad. Así estaban las cosas cuando Jon Lee fue a una casa en la que había ocurrido algo grave.
Hombres llegaron en un vehículo y bajaron el cuerpo de un joven insurgente. Lo dejaron en el suelo del jardín y sus parientes se acercaron a ver el cuerpo vejado por los paramilitares afines al régimen. El cadáver mostraba una tortura descomunal, al punto de que Jon Lee tuvo que contener la descripción en su crónica. La carga emotiva había sido tan fuerte que él, reportero de guerra desde su juventud, había tenido que salir a tomar aire. Fue entonces cuando llegó Fátima, la madre del joven.
'Ella gritó algo que no entendí pero era un quejido. Alguien le dijo que pensara en Mahoma, y ella solo gritaba que no hay ningún Mahoma, que no podía tenerlo en cuenta. Eso es una blasfemia en el mundo musulmán, pero todos lo entendieron porque sabían que era el desgarre más duro que puede vivir una madre', cuenta el reportero estadounidense, desde el otro lado de la pantalla, en una entrevista por Skype desde Ciudad México.
Hace una pausa y se lleva los puños a la boca. Le duele contar lo que ha visto. 'Fátima se sentó en el suelo, puso la cabeza de su hijo en la falda y entró en un trance. Era un trance de dolor. La guerra se trata de matar y morir. Tuve que contar la historia de Fátima porque no había una escena más elocuente'.
Para el resto de la entrevista, vea el Centro de Periodismo Investigativo.