Al ver por primera vez las pinturas de Nel es inevitable esbozar una sonrisa. Los colores, las figuras, los animales, las frutas, vegetales, paisajes y objetos son de una simpatía irrenunciable.
Pero, ojo!, una segunda y tercera mirada suscitan asociaciones insólitas y amenazantes. El Disneylandia inicial que parecía un oasis de la acuciante realidad que se vive en el país, deja de serlo. Las imágenes comienzan a revelar contenidos inquietantes, los azucarados colores se nos amargan sin por eso disminuir el placer de contemplarlos.
Porque es la de Nel una estética del placer que enmascara el dolor, una colorida superficie que no logra ni quiere esconder del todo las oscuras profundidades del acontecer humano. La ironía y en ocasiones el sarcasmo añaden notas sombrías a la rutilante superficie del lienzo. No es ésta, para nada, una pintura superficial pese a su engañoso aspecto decorativo.

Hay en el artista y su obra un oblicuo y poderoso crítico de su sociedad y su tiempo, un sardónico testigo y manipulador de los códigos del placer consumerista que pretenden regir nuestros destinos. Y estos van más allá de la codificación cromática que actúa cual firma y código de barras en cada pintura, un sello siempre diferente de una identidad mutante que reta al espectador.
Asimilando con buen tino y mejor juicio la rica herencia del arte puertorriqueño comprometido con vestir y desvestir el país señalando vicios y virtudes, Nel nos ofrece una colorida crónica de apetitos y vanidades, una panorámica fragmentada y escalada de deseos y frustraciones, de secretas negaciones. Para lograrlo el artista se apropia de manuales de dibujo y lenguajes de tirilla cómica, tintas planas y esbozo lineal, aerógrafo y brochazo invisible. La subversión de la imagen llama a la invención de la narrativa aprovechando las pistas que nos proporciona el artista con los dados cargados y una sonrisa encubridora.

Le garantizamos al feliz y futuro propietario de estas obras la colaboración tanto de ellos como de sus visitantes en una narrativa tan cómica como dramática, un ser parte de la historia cuyo final desconocemos pero que podemos, si queremos, ayudar a completar de modo responsable y gozoso.
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