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Los significados de la huelga

Buena parte de las objeciones a la presente huelga estudiantil de la Universidad de Puerto Rico se funda, no en que los reclamos de los huelguistas sean injustos o irrazonables, sino en suposiciones de que el desafío fracasará, o que es mejor regresar a la normalidad de manera que la conversación intelectual entre academicos presione al estado, una inclinación que sugiere gran idealismo e ingenuidad.

Insistir en la huelga, se sugiere, es una impertinencia vana que sólo produce ansiedad y nerviosismo, por la desaparición súbita de la estructura que daba sentido a la vida individual y la normalidad colonial. Se alega que los huelguistas imponen su voluntad al cerrar los portones, obviándose el autoritarismo despótico del poder financiero y del gobierno, y su efecto destructivo prospectivo sobre la Universidad y lasociedad puertorriqueña.

Por su parte, el movimiento universitario huelgario debe crear medios y formas de comunicación pública para explicar y legitimar masivamente el desafío, y lograr en la mente colectiva del país una visión estratégica e histórica de lucha y posibilidad. La huelga sugiere que la sociedad debería cobrar perspectiva de que debería paralizarse no sólo la UPR, sino el país en su conjunto. Sería un movimiento positivo de poder puertorriqueño, ciertamente inédito y para algunos inconcebible y absurdo. Parecen débiles las condiciones generales a su favor, por la cultura de individualismo y miedo y la magnitud del poder que la acompaña, pero el movimiento confía en reproducirse de modos nuevos.

Los estudiantes enfrentan la contradicción inevitable de que la Universidad que aman sufre con la huelga, pero no aparece otra alternativa para salvarla, como suele ocurrir en las grandes luchas.

Muchos del bando contrario, en cambio, suponen con naturalidad que la sociedad puertorriqueña debe ser como las sociedades industrializadas y ricas —en apariencia eficientes y apaciguadas— donde hicieron sus grados para ser competitivos en el mercado académico y profesional. La tensión persiste entre una productividad intelectual que quisiera ser individualizada, prestigiosa y rentable en los mercados dominantes, y otra que quisiera socializarse y nacionalizarse en un proyecto económico nacional-popular puertorriqueño.

Se verifica, pues, un contraste entre una visión de la huelga como inoportuna interrupción de planes personales, de la rutina y de los derechos de muchos individuos, y otra, más difícil de ver y en este sentido aún 'abstracta', que aspira a un poder colectivo puertorriqueño que merecería el máximo respaldo posible para enfrentar la dictadura territorial. Estas orientaciones ideológicas se remiten parcialmente a la cuestión nacional (o colonial) según se ha debatido en la historia puertorriqueña.

Ausente de gobierno propio y de poder, Puerto Rico sólo tiene resistencia. No sabemos si irá más allá: es posible. La deuda y la quiebra advierten que la UPR y el país entero deben reorganizarse, claro está; la cuestión es en cuál estrategia y bajo cuál hegemonía. Debería ser un proceso autodeterminado, que no esté bajo el cañón de la pistola apuntando a la cabeza que representan los recortes de la Junta de Control Fiscal. La huelga reclama el derecho de la UPR a reorganizarsedemocráticamente y sin una presión ilegítima y abusiva.

En fin, difícilmente la UPR regresará a la abundante burocracia, los privilegios y los amplios ofrecimientos de antes, como si fuese la universidad de un país rico, concepto que difundieron los gobernantes coloniales. Debe ajustarse a la realidad de un país que busca desarrollarse; cómo ajustarse lo debe decidir ella misma, a partir de las prácticas vividas y lareflexión de sus miembros.

La condición de territorio que Estados Unidos asigna a Puerto Rico significa para todos los efectos prácticos —y político-jurídicos— que elpaís norteamericano mantiene una dictadura en la Isla. (Se manifiesta por ejemplo en la indiferencia de Washington a las súplicas de losestadistas boricuas para que la Isla se haga 'estado'.) La dictadura estadounidense no se remite sólo al gobierno en Puerto Rico (que en lateoría de John Locke sería un estado de guerra o de esclavitud).

En los propios Estados Unidos el poder político y económico se concentra tanto que viene languideciendo la modesta participación democrática que se había logrado y de la que se ufanaba tradicionalmente la ideología oficial. Que la dictadura territorial se desdoble ahora en las dictaduras del capital financiero y de la Junta federal, y encima esta última haya sido impuesta autoritariamente por el Congreso estadounidense, alimentan el descontento social puertorriqueño. Para colmo el Congreso exhibe una grave disminución moral e intelectual; no pocos aquí y allá tienden a verlo como una asamblea de racistas, ignorantes y corruptos.

Sin embargo son extendidas las suposiciones de que la integración a la lógica económica, política y educativa de Estados Unidos es irreversible; que intentar una ruta alterna llevará al desastre; y que todo desafío fracasará, dada la desproporción entre las partes contendientes. De estos razonamientos participan desde luego personas de diversas ideas políticas; no escapan, sin embargo, la atracción de uno de los dos polos entre los que oscila el drama del país.

Es común que los repudios a la huelga mezclen la callada admisión de que en lo esencial los huelguistas tienen razón, con la suposición de que Puerto Rico nunca tendrá triunfos colectivos —cual un pueblo sin historia—, y tratar de que los tenga trae sólo más problemas. La huelga enfrenta además la antigua tradición puertorriqueña de amplio respaldo moral, pero pasivo y callado, al grupo audaz que se lanza al desafíovanticolonial o anticapitalista; en otros casos éste ha tendido a quedarse minoritario, si bien su lucha deja una marca en una confusa memoria colectiva. El reto actual exige ir más allá.

Al pesimismo de la razón conservadora se opone un optimismo de la voluntad. Se reproduce una tensión extraña, ya que lo viejo —que en este territorio colonial es muy viejo— muere, o sea se desacredita por frenar el potencial económico y cultural del país; pero lo nuevo no surge todavía. La tradición dominante de mediocridad y coerción es causa importante que lo impide. Nótese por ejemplo que se ha necesitado una movilización huelgaria arrolladora y sacrificial de mes y medio para que las autoridades escuchen a los estudiantes, cuyas sugerencias, más aún, son muy básicas y sensatas; el gobierno las debió haber pensado hace tiempo. Pero el país alberga una cultura dominante antidemocrática yrepresiva que demanda de todos obediencia y timidez —que se confunden con eficiencia y producción— para que todo siga igual que siempre.

El deseo de gratificación inmediata, usual en la cultura comercial, que lanza a algunos a tachar la huelga como excesivamente ambiciosa,disimula la frustrante sospecha de que la globalización capitalista cierra todas las vías de desarrollo social en la generalidad de las naciones, no digamos ya en esta antilla. La Isla vive subordinada de forma permanente a un poder maltratante que le provee ayudas que alivian la condición que la relación de poder reproduce, y que ella sigue pidiendo.

En consecuencia acecha una melancolía universitaria, que se nutre detres fuentes: la súbita desaparición, con la huelga, de la estructura oficial que daba sentido, si bien resignado; la agonía de la viejauniversidad correspondiente al performance del gobierno endeudado; y la triste perspectiva de los enormes recortes que se avecinan para destruir un modo de vivir, y despojar de salario a los jóvenes y de retiro a los viejos. Esta melancolía puede convertirse en indignación y deseo de colaborar en algo colectivo, nuevo y transgresivo, o en su contrario: censura de la huelga, queja de que los estudiantes son presuntamente 'antidemocráticos', esperanza en los canales oficiales normales para 'resolver el problema', etc.

Es ambiciosa, sin duda, la huelga estudiantil en su enfrentamiento a viejas ideologías y medios noticiosos acomodados a la dictadura federal, pero ha tenido algunos logros. La huelga ha 1) condensado y difundido el sentimiento del país contra los recortes que ha instruido la Junta; 2) expandido la conciencia sobre la necesidad de luchar colectivamentepara enfrentar la dictadura financiera y su modo de obligar al pago de la

deuda y postrar al país; 3) aceptado que la UPR en efecto debe reorganizar sus instituciones y economías, pero debe hacerlo sin lacoerción federal; 4) puesto de manifiesto que una negociación es posible sólo a partir de un deslinde claro de los intereses en pugna y una firme independencia intelectual y moral de la parte oprimida; 5) lanzado una advertencia a la amenaza del estado, que pronto éste cumplirá, de servir la deuda a costa del pueblo; 6) sometido a la administraciónuniversitaria y al gobierno propuestas para allegar fondos a la UPR; y 7) dado la señal al pueblo de que debe movilizarse para impedir el atropello financiero y abrir nuevas rutas.

El lenguaje técnico con que el estado y la banca explican que los deudores deben ajustarse al pago disimula una historia de acumulación de riqueza que históricamente el capital ha extraído a Puerto Rico. Ladeuda creció a causa de una relación de poder que marginó fuerzas quehubiesen promovido un desarrollo económico solvente, mientrasfavoreció las que fomentaban la irresponsabilidad y el interés estrechode pequeños grupos privilegiados, en la lógica de acumulación grandede dinero.

Es claro que un movimiento político (en el sentido amplio de estapalabra) no triunfa simplemente por su audacia, su razonamientointelectual y su moralidad. Necesita producir fuerza masiva, la cual no llega por casualidad ni debe confundirse con el activismo y militantismode unos pocos. Reclama crear formas de organización que integrenmiles de sujetos que empatizan de modos diversos con la causa, porejemplo los muchos estudiantes que favorecieron entusiastas la huelgaen las asambleas —que viven en los diferentes pueblos—; gran cantidadde docentes cuyas destrezas, investigaciones y especializaciones puedenenriquecer las proposiciones de cambio para la UPR y el país ydiversificar las maneras de luchar; y numerosos otros, y organizacionese instituciones, a través de la Isla y la diáspora.

Organizar significa allegar y coordinar muchas contribuciones y talentosdiferentes y producir medios de comunicación de acuerdo a la diversidadsocial. Una verdad que no se difunde es como si no existiera, y suausencia permite que el hastío personal se imponga sobre un objetivoque resulta incomprensible si no abundan medios que lo representen.

Ocurre a veces que movimientos sociales que enfrentan un enemigomuy poderoso tienden gradualmente a concentrar sus esfuerzos enmantener alto el espíritu de su grupo interno y en deliberaciones dentrode este corazón del rollo, y a concentrarse en cuestiones referentes a laorganización de su grupo interno. Sin embargo, mientras más se apreciala magnitud histórica del conflicto, resulta claro que el reto delmovimiento es expandirse y multiplicarse entre la población, ytrascender lo 'corporativo' y local para hacerse nacional, es decirinsertarse y reproducirse en las distintas regiones y sectores. En el casode la UPR y del país, sólo empiezan a mostrarse sus condiciones deposibilidad para continuar y crecer, y la forma y ritmo en que lo haga.

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