Un ghetto de viejos pobres
No me gusta el termino ghetto. Su historia está cargada de dolor y vergüenza humana. Sólo hay que recordar a Varsovia. Además, desde que lo utilice en 1975, ha sido abusado. En fin, lo detesto. No obstante, lo que veo en el horizonte es una situación social tan peligrosa que, sin encontrar aún un sinónimo adecuado, lo utilizo aquí otra vez.
En inglés, los sinónimos del término incluyen:
'cheapened, depreciated, deprived, destitute, devalued, distressed, ghost, impaired, needy, poor, poverty-stricken, run-down, shanty, skid row, underprivileged, weakened'.
Quizás el menos peyorativo de los sinónimos que presento aquí pudiera ser 'fantasma'. El más 'politically correct' pudiera ser 'debilitado', pero en este caso, sería el menos preciso. Menos preciso en describir las condiciones sociales que, en mi opinión, se han estado congregando y hoy veo en el horizonte aproximándose a Puerto Rico como una ominosa tormenta.
Nuestro país va en camino a poder ser descrito como un ghetto de viejos pobres. Lo he dicho antes en repetidas ocasiones. Hoy me siento más pesimista que nunca antes. La demografía se ha juntado con la economía para componer una tragedia griega. El perfil de la familia residente en Puerto Rico será cada vez más la de una mujer vieja, viuda, pobre, carente de apoyo familiar y dependiente de la beneficencia del Estado. Habrá hombres en las mismas circunstancias, pero serán menos en proporción numérica. Los hijos, cada vez menos, habrán abandonado la isla en busca de trabajo y calidad de vida. La clase media habrá retrocedido en todos los frentes.
Durante un recorrido que fui afortunado de dar a mediados de la década del 1990, observé pueblitos en España que estaban casi totalmente despoblados. Salvo por un puñado de viejos, no residía nadie en el pueblo. Cada tantos días los viejos recibían una ronda de visita por médicos de comarca que velaban porque tuvieran sus medicamentos básicos. La belleza del panorama encubría una realidad escalofriante. Eran pueblos fantasma, no había prácticamente ninguna actividad comercial ni productiva.
Hoy es palpable a simple vista como el deterioro, la depreciación, la desvalorización, el abandono y la decrepitud avanzan rápidamente carcomiendo el acervo de propiedades en áreas metropolitanas que hasta hace no más de dos décadas fungían como el corazón del comercio, de la industria financiera, gastronómica y de servicios en general. Son síntomas claros de la ruta que ha emprendido el país.
Puerto Rico ha perdido capacidad para añadir valor a la economía del mundo. La productividad ha dejado de ser prioridad para dar paso a un consumismo descomunal subsidiado por el Estado, y financiado, en buena medida, por la economía subterránea. Aunque hay excepciones que responden a incentivos otorgados por el gobierno, tanto el capital financiero como el humano están en huída. El capital físico urbano se está desmoronado. En esa medida, esta sociedad pierde la clase media y sus activos. Quedan los pasivos, las deudas. Pero quedan con una población menor en número y en capacidad de pago. Es decir, estamos sufriendo una sociedad en franco empobrecimiento. Una sociedad en ruta hacia la irrelevancia.
La composición socio-económica resultante de la hemorragia de capital que se palpa es congruente con la de una barriada decrépita en donde la dependencia geriátrica confluye con una juventud desprovista de motivación y destrezas para contribuir a la producción en los sectores formales. Una juventud cuyo objetivo vital es también huir.
Entenderán ustedes ahora porqué se me hace tan difícil no utilizar la frase con la que titulo éstas lineas.
*El autor es doctor en Economía.