Desenfoques y perspectivas
Columna del licenciado Víctor García San Inocencio.
Puerto Rico está metido en el saco del neoliberalismo, del colonialismo y del capitalismo. Al hilo de la conversación de esta semana que incluye las vistas en la Comisión que preside el congresista Grijalva, sesión del comité en la ONU que atiende entre otros, el caso colonial de Puerto Rico,y las contorsiones anti-equidad del Departamento de Justicia de Joe BIden con su abogado ante el Tribunal Supremo federal, contra los puertorriqueños más pobres, todo ello siendo medular al caso colonial puertorriqueño, recibimos con alegría la noticia que allá en Nueva York organizaciones patrióticas independentistas aprovecharon el domingo pasado día del Desfile Puertorriqueño virtual para celebrar caravanas, mítines y actos artísticos en todos los barrios de la Gran Manzana.
Desde allá, donde se sufre doblemente el vejamen del colonialismo y del racismo por nuestras diásporas, se lucha sin Junta de Control Fiscal y sin LUMA con enfoques y fenómenos discursivos que pueden ser algo distintos a los de acá en la colonia caribeña, pero que están íntimamente relacionados desde fines del siglo XIX.
Recordemos que fue en Nueva York que José Martí fundó el Partido Revolucionario Cubano junto con patriotas de las Antillas, incluido notablemente Sotero Figueroa, entre otros puertorriqueños, para promover la independencia de Cuba y auxiliar a la de Puerto Rico. Cuando más de 125 años después las congresistas Nydia Velázquez y Alexandria Ocasio legislan desde los escaños congresionales donde representan parte de Nueva York para enrumbar la descolonización de Puerto Rico, siguen una rica tradición que atraviesa las luchas de otro congresista de la gran urbe, Vito Marcantonio, ante el imprescriptible hecho colonial, mancha grotesca en el rostro de la perdida e irredenta democracia estadounidense.
Mientras acá en Puerto Rico, se distrae la atención con cuchillerías y pugnas de la guerra fría que parecen perpetuas, allá las superan y dentro de sus limitados recursos se expresan y protestan de manera honrosa como lo hicieron el domingo. Casi ninguno “vive la estadidad”, pues esa condición aprovecha a aquel 1% de los habitantes que controla el 90% de aquella enorme economía. Ganan más dinero, pero enfrentan enormes prejuicios y perjuicios. Quisieran volver, pero no tienen a dónde, pues el colonialismo y el neoliberalismo duelen allá quizás un poco menos, y el sistema capitalista de la metrópolis tiene al menos un mercado laboral más ancho.
Acá entretanto, en la isla-archipiélago, le exigen a la Iglesia vender sus propiedades para pagar “deudas” y cuando la Diócesis de San Juan las vende para sacudirse de embargos y pagar, la queman en la hoguera a propósito de la conservación de dos edificios que forman parte del patrimonio histórico. Como si no fuese a ser mandatorio para los nuevos propietarios tener que restaurarlos y mantenerlos conforme a las normas de preservación histórica. Cruda ley del capitalismo que tiene sus costos, que el adquirente deberá asumir. Sin embargo, no deja de ser un consuelo que se escandalice con el asunto, pues al menos se apela a un orden simbólico patrimonial que parece “casi espiritual”. Sin embargo, cuánto materialismo fuera de foco exuda esta “crítica” ---que hasta con rabietas hemos leído en sus extremos--- crítica que no ha buscado ahondar suficientemente en las raíces específicas del problema, ni en la historia larga. Simplemente se asumen, quizás porque resulta más cómodo ---añado, maniqueísta--- asumir la insensatez, la falta de sensibilidad, la desidia o la falta de ponderación ---iba a decir discernimiento--- de quienes frente a estos apremios sistémicos, típicos del capitalismo, tomaron la decisión de vender. Caso muy distinto a la privatización del monopolio eléctrico, donde el interés evidente ha sido darle rienda suelta al neoliberalismo, a la enajenación del futuro energético del país, a comisionistas bien conectados asiduos al favor que provee el inversionismo.
Sin dejar de pensar en lo difícil y extenuante que debe haber sido vender la varias veces centenaria casa obispal y el viejo seminario… no dejo de pensar tampoco lo conveniente que para otros intereses resulta este nuevo foco de discusión y distracción tan estratégicamente aprovechado por la Junta de Supervisión Fiscal quien va camino a seguir aniquilando instituciones, para LUMA y el gobernador incidental y exabogado de la Junta, Pierluisi.
¿Qué podía hacer la Iglesia Católica, específicamente su arquidiócesis de San Juan? Y este es mi muy personal criterio… ¿Suspender Cáritas, y la misión de alimentar y apoyar diariamente a cientos de personas, acaso miles? ¿Vender sus emisoras de difusión de radio o televisión? ¿Vender algunas parroquias o templos comunitarios donde se congrega la gente viva, de carne y hueso, para recibir los sacramentos y rezar o predicar y practicar el amor al prójimo? Lo menciono para de manera crítica seguir la “distracción”.
Claro está que el debate patrimonial histórico es importante. Pero no confundamos nunca los edificios de piedra con la comunidad que no muere en el tiempo, pues no es de piedra. De hecho, un concepto similar acuna a la nación-pueblo, que sobrevive más allá de la desaparición de su Estado. Pongo por caso a Polonia, o a las naciones sin Estado, que no lo hemos alcanzado. Por ello quienes creemos en Dios desde una perspectiva cristiana, hablamos del Dios de las naciones, y de éstas como parte de su Creación con pleno derecho a existir y vivir en paz, sin ser botines de guerra.
En Puerto Rico, el gobierno, llamado a servir a todos, ha vendido, privatizado o traspasado el usufructo o la administración de tierras, servidumbres, licencias, Compañías Navieras, Telefónicas, aeropuertos, autopistas, hospitales, Centros de Diagnóstico y Tratamiento, (CDT’s), la AAA con Ondeo, escuelas, el anexo del Departamento de Estado que fue la antigua Audiencia, y últimamente las cinco sextas partes de la AEE. Ello ha sido parte de nuevas formas de enriquecimiento y explotación privados, a costa del Patrimonio público ---con letra “p” mayúscula en la palabra Pueblo.
Sería bueno comparar el frenesí y el poder de centrar la atención y el activismo que provocaron estos cuantiosos hechos de enajenación patrimonial de las pasadas décadas, con lo que puede provocar la venta de dos estructuras centenarias que fueron eclesiales.
En verdad, podrían hallarse mejores explicaciones en el examen de otro proceso-fenómeno: se llama neoliberalismo. El mercado neoliberal empezó a engullir mundos a manos llenas al servicio del lucro y aplastando al Bien Común, anteponiendo la avaricia y el egoísmo desde hace siete décadas. Su hoy hermano menor, el capitalismo, devora a la Humanidad y a los ecosistemas, con idéntico combustible, hace cuatro siglos y también empezó antes en sus albores con el mercantilismo que sometió buena parte de Asia, África y las Américas. En su modalidad atávicamente viva en Puerto Rico y en otros trece países o enclaves nacionales (según mi última cuenta), se manifiesta a través del colonialismo, con medio milenio destasajando al mundo, destruyendo pueblos y acelerando la destrucción planetaria.
Todo ello ha arruinado o precarizado la vida de cientos de millones de personas. Por ello, el colonialismo es de los mayores crímenes y corrupción que enfrenta la Humanidad
Capitalismo, colonialismo y neoliberalismo… tres huracanes que nos azotan simultáneamente, que nos explican nuestra realidad, que nos laceran y deforman.
En el orden de las causas reales y sus efectos, los de la caravana política y de afirmación patriótica el domingo pasado en los rincones de Nueva York tienen mucha más lucidez de miras, perspectiva y enfoque.