La ideología impracticable de Bernabe (¿Y del MVC?)
El licenciado Sanabria Montañez comenta sobre el modelo económico del capitalismo.
Fue en 1873 cuando una ley aprobada por la Asamblea Nacional de España dejó en libertad a las 30,000 personas que todavía eran esclavos en Puerto Rico. Aquella medida solo fue un hito histórico de compromiso máximo con la libertad del ser humano, una exigencia de los tiempos en los que ya predominaba lo libre, una ley para corregir un atavismo, una brutalidad de la historia, porque esa libertad no trajo aparejada, per se, un progreso en nuestra isla.
La revolución industrial había convertido a Europa, más bien a un puñado de países de aquel continente, en el polo de desarrollo del planeta; los Estados Unidos de América prosperaban aceleradamente en esa línea, pero Puerto Rico no parecía situada siquiera en los umbrales de una evolución que se manifestaba, entre otros muchos elementos, por el desarrollo del ferrocarril.
El primer tren del planeta entró en funcionamiento en la Inglaterra de 1825. En nuestra “madre patria”, lo hizo en 1848 (aunque en una de sus colonias, Cuba, debutó en 1837). En Puerto Rico, no sería hasta la década de los 80 del siglo XIX cuando se asomarían las primeras vías aunque, para los 1900s, aún no llegaban a 60 las millas de raíles.
¿Qué factor hizo que en unos países el ferrocarril, por seguir con el aludido ejemplo, se desarrollara antes y en otros después, mucho después, y en precario como sucedió en nuestra isla? La respuesta no es otra que el capital, el dinero que se inyectaba en determinados proyectos con miras a rentabilizar la inversión de quienes lo arriesgaban.
Así ha venido sucediendo, en el planeta, desde que aquella primera revolución industrial alterara radicalmente el modelo productivo existente y los inversionistas, los tesoreros del capital, comenzaran a contratar masivamente a trabajadores para llevar a cabo sus proyectos; asalariados con unas condiciones laborales que, en aquellos albores, no distaban demasiado de la semiesclavitud. No obstante, con el tiempo, la creación de los sindicatos, la intervención de los Estados y la evolución de las leyes protectoras del trabajo, estos han acabado obteniendo un estatus de dignidad, cualificación e ingresos compatibles con el bienestar, mejorable aún, pero bienestar a la postre.
La breve reflexión histórica anterior viene a consecuencia del enésimo discurso apologético del senador Rafael Bernabe ensañándose con el vicepresidente del Proyecto Dignidad, Juan M. Frontera, a raíz de unas declaraciones suyas que Bernabe cataloga como “agresoras” hacia los “anticapitalistas”, y como una loa, pues, al capitalismo.
Arma Bernabe, en su escrito que titula “Dignidad en el país de las maravillas”, una soflama contra el capitalismo, atribuyéndole cualquiera de los males que asolan al planeta, atribuyéndole incluso, subrepticiamente, el asesinato de Kennedy y, por favor, me perdonan la hipérbole.
Partiendo de la base de que no existen sistemas económicos y sociales perfectos, de que todos exhiben manchas, lacras, minusvalías y, por supuesto, virtudes, conviene reseñar que, sin pretender este texto como una encendida defensa del sistema capitalista actual, este (el capitalismo) se revela como el único modelo vertebrador que ha aportado una estabilidad y un equilibrio a los territorios que lo han adoptado como regulador de su economía, un sistema que permite progresos sociales y económicos del individuo en proporción a su capacidad para afrontar riesgos, su perspectiva y su valía personal.
“Por eso los progresos del capitalismo se convierten en su opuesto: la tecnología que debiera reducir la jornada, la alarga; la máquina que debiera aligerar el trabajo, lo intensifica; la innovación que debiera asegurar la vida, amenaza con lanzar el trabajador a la calle; la ciencia que permite una relación armónica con la naturaleza se traduce en tecnología que la destruye”. El anterior fragmento, entresacado literalmente de la diatriba del senador del MVC, no solo tergiversa la realidad, sino que directamente la malinterpreta.
La tecnología que acompaña al capitalismo (y que el senador parece demonizar, en una clara manifestación de su tendencia a ensalzar el modus vivendi del Paleolítico Superior) no solo ha acortado, con los años y las leyes, la jornada laboral, sino que permite, en algunos casos, trabajar a distancia, con el consiguiente incremento del tiempo personal. Tampoco la tecnología expulsa al trabajador del sistema, sino que lo reinventa porque unas profesiones se ven sustituidas por otras. Y aunque no deja de ser cierta la agresión a la naturaleza por parte del ser humano, también los sistemas capitalistas son conscientes de ella y la palían a través de la propia tecnología. Aunque tendamos a pensar que somos autodestructivos como especie, si dejamos a un lado la demagogia, prevalece el instinto de conservación y, en términos absolutos, mejoramos: en esperanza de vida, en higiene, en salubridad, en conservacionismo…
No me resisto a incorporar otro fragmento, igual de literal del senador, en su argumento en contra el ideario del vicepresidente del Proyecto Dignidad: “en él Frontera advierte contra un sistema controlado desde el estado por “intelectuales, profesionales y políticos”. De acuerdo. Pero esto solo quiere decir que necesitamos un sistema controlado por la gente misma, a nivel de empresa y a nivel general: una gestión y planificación democrática, pero planificación al fin, en lugar de un sistema que tiene como consecuencia la desintegración de la comunidad, la frustración del individuo y la destrucción del ambiente. “Catastrofiza que algo queda”, parece ser el epítome; y es que cansa la tendencia de la mayoría de los “opinadores profesionales” a presagiar el apocalipsis, a anunciar la destrucción, si no se actúa como ellos piensan, a augurar cataclismos sociopolíticos. Todos los profetas que pronostican destrucción social, puntos de no retorno, conflictos mayores, ¿no se avergüenzan cuando pasa el tiempo y no se cumple cosa alguna de lo que presagiaban?
No es ajeno el excandidato a Gobernador por el Partido del Pueblo Trabajador, a lanzar sus propias profecías de devastación social si el capitalismo sigue vigente como modelo político-económico. Su catilinaria hacia Frontera silencia y, por tanto, maquilla por omisión, la doctrina que ha abanderado en las dos formaciones políticas de la que ha formado o forma parte Bernabe: el socialismo y el comunismo, dos sistemas político-económicos que cuando han traspasado la frontera del idealismo teórico y se han aplicado sobre la gobernanza de los pueblos, por razones intervencionistas de la condición humana, se han convertido en devastadoras para los territorios que las han sufrido.
Son múltiples los ejemplos de fracaso de los dos sistemas citados a lo largo de la historia, entendiendo el socialismo como un movimiento totalitario y no bajo los patrones ideológicos de los actuales regímenes políticos socialdemócratas de algunos países europeos y latinoamericanos que tampoco se sustraen al capitalismo como regulador último de su economía.
No parece necesario mencionar al bloque de la Europa del Este, bajo el imperio de la URSS, donde un comunismo tiránico subsumió a esos países, incluida la URSS, en un marasmo de pobreza, corrupción y convulsión sociopolítica que hizo implosionar como potencia al país líder y provocó un estallido electoral anticomunista en sus satélites cuando las urnas lo permitieron.
Tampoco parece necesario aludir a Corea del Norte, a Cuba, a China, como últimos bastiones planetarios del comunismo donde la libertad de los ciudadanos parece el último de los derechos, con la salvedad de que China, para progresar, se ha tenido que abrir al capitalismo, aunque conserve el comunismo más totalitario como sistema de gobierno.
A no ser que Bernabe diseñe, por fin, el sistema idílico que combine las virtudes de uno y otro sistema, el efecto regulador del dinero privado sobre los mercados va a continuar instalado entre la mayoría de las naciones. Además, el capitalismo lleva aparejado la democracia, y pese a lo que escriba el senador, cualquier ciudadano o ciudadana puede optar por emprender, por salirse de su condición de asalariado y por promocionar su individualidad sin que se vea sedimentada por el colectivo.
Ensalza Bernabe, para finalizar, la formación que contiene su ideología, MVC, y tras haber tirado piedras contra el capitalismo, agrega que su partido no lo es porque acoge a lo diverso, pero contradictoriamente sí reniega estatutariamente del neoliberalismo, con el consiguiente tráfico de confusión ideológica y económica que parece albergar el senador.
El capitalismo se revela como un sistema imperfecto, puede que injusto en demasiadas ocasiones, pero del mismo modo que la democracia es el menos lesivo de los sistemas de gobierno para el interés general de la población, también el capitalismo es asimilable a esta máxima. El dinero, instigador de la ambición humana, uno de los tatuajes indelebles de nuestra condición de seres humanos, ha sido, históricamente, el motor de cualquier sociedad y lo sigue siendo; habrá que aceptarlo así y tratar de perfeccionar el sistema que alienta su predominio.