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Opiniones

¿Habremos presenciado un salto de conciencia?

Nada hay más pesado para un pueblo, que el profundo vacío de un gobernante opresor, las nimiedades y vulgares entonaciones de sus disimuladas perretas, sus aberraciones cotidianas normalizadas y el descaro y desfachatez con la que se pasean en palacio.

Licenciado Víctor García San Inocencio, columnista de NotiCel.
Foto: Juan R. Costa

Decía José Martí en un artículo o reseña sobre una conferencia dictada por el genial irlandés Oscar Wilde, en Nueva York, publicado en Cuba y Argentina en 1888, que:

“Los hombres aman en secreto las verdades peligrosas, y sólo iguala su miedo a defenderlas, antes de verlas aceptadas, a la tenacidad y brío con que las apoyan luego que ya no se corre riesgo en su defensa”.

En este bellísimo ensayo periodístico ---“Oscar Wilde”--- de la época en que se publicaban artículos anchos y profundos, Martí, desde su exilio neoyorquino, esculpe en un puñado de oraciones un monumento a la ética en el arte y al valor de la libertad de expresión artística tan profundamente limitada tanto ayer, como hoy.

Casi ochenta años después, exactamente el 4 de abril de 1967, hace 58 años, uno antes de cuando sería asesinado en Memphis, Tennessee, otro grande del hemisferio americano y de la humanidad, Martin Luther King, en Nueva York, ofrecería un sermón con ecos y resonancias hoy.

Es posible que cada asunto de los que llamamos de conciencia lleve a cualquier persona ordinaria a sopesar la conveniencia de quedarse callado, frente a soportar las consecuencias de hablar denunciando y de quebrar el silencio que casi siempre es cómplice.

El sermón del doctor King contra las tropelías de EE UU y su masacre del pueblo de Vietnam perpetrada durante veinte años contra su gente, la naturaleza, su cultura y su derecho a existir ---no muy distinto a lo que el Estado de Israel ejecuta hoy, contra el pueblo palestino y contra Gaza--- invocó y convocó a las conciencias a sacudirse del letargo y a abrazar en la práctica los principios que decimos defender siempre frente al poderoso y opresor, al destructor del derecho a la vida y convivencia pacífica y digna y al aniquilador de la Justicia.

Estar bien con nuestras conciencias, supone que portamos un código ético y una entereza de carácter que nos guía y alienta. Supone, también, sobre todo, tener fe y esperanza de que cualquier inconveniente o sacrificio personal bien vale la pena si es por el prójimo de hoy o de mañana. Supone aplacar el omnipresente egoísmo cultivado por una manera de vivir consumista, avariciosa y frívola que destruye familias, comunidades y al planeta y sume en patente desigualdad y menoscabo sus vidas.

Precisa un acercamiento a la verdad sin torciones, relativizaciones o convenientes y elusivos esguinces para no asumir responsabilidad, para obrar a voluntad y capricho, para ir por el mundo aplastando deberes incumpliéndolos, y para practicar el favoritismo, la gula presupuestaria y especulativa, mientras se hace alardes de bondad y entereza.

Nada hay más pesado para un pueblo, que el profundo vacío de un gobernante opresor, las nimiedades y vulgares entonaciones de sus disimuladas perretas, sus aberraciones cotidianas normalizadas y el descaro y desfachatez con la que se pasean en palacio.

Sólo iguala la pesadez de ese vacío rellenado por la insensatez que carga el opresor, sus esfuerzos y aspavientos, para parecer humilde, sensato, y generalmente hacerse la víctima. Este fardo del opresor lo puede llevar más pronto , de lo que cree al desgaste, al hastío, al tedio y al error profundo que termina por convertirlo en su propio verdugo.

Cualquiera que quisiese mirar la reciente micro batalla por una confirmación senatorial como algo provocado por tres años de olvidos o descuidos, debiera descorrer varios telones al fondo y mirar más hondo. Hubo ciertamente ahí, normas de elemental cumplimiento, pero bullen detrás de la escenografía, los demonios del ego, de las ambiciones, de los repartidores del bacalao y de sus espinas. Estallan en ese pozo profundo las heridas sanguinolentas de puñaladas y vejámenes campañistas; de revanchismos y posicionamientos calculadores y oportunistas de una legión de buitres, buscones y devoradores. Mana la lava desde el volcán en que los pretenciosos hacen ostentosidad con ridículas ínfulas de poder.

En este mundo a final de cuentas, no mandan ni Trump, ni Netanyahu, y menos todavía, la engreída podcastera gobernadora que se regodea y exhibe retratada con ellos. Se siente muy poderosa en su micro mundo, pero aun allí desde “su Senado” le han dado una lección rotunda. ¿Habremos presenciado un salto de conciencia? Es claro que no. Aunque no quepa duda de que irán a por más.

El autor es abogado, exrepresentante y excandidato a comisionado residente por el Partido Independentista Puertorriqueño. Posee un bachillerato en Ciencias Sociales de la Universidad de Puerto Rico y un Juris Doctor de la Facultad de Derecho de la misma institución. Tiene además un doctorado de la Universidad del País Vasco (2016).