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Opiniones

Callejerías

“La industria del escepticismo ha superado por mucho a la artesanía del entendimiento, gracias a la multiplicidad de opiniones y relativizaciones, y sobre todo, al triunfo de la fuerza de la repetición de lo que sea”.

Licenciado Víctor García San Inocencio, columnista de NotiCel.
Foto: Juan R. Costa

La vida en comunidad, la que se da en los espacios donde se puede compartir en el espacio público y luego en público, sufrió un estiramiento dramático cuando su dimensión física se proyectó a otros planos. Las inscripciones en las tabletas de barro, en la duradera piedra, en los papiros y luego en los pergaminos, o lo que se hizo antes con los dibujos rupestres y de tantas otras formas, fueron ampliando ese espacio compartido a través del lenguaje y de los símbolos comunicados, entendidos e intercambiados.

El lenguaje hablado y la escritura vinieron a dar vida a formas de convivencia más numerosas y a la organización de conglomerados humanos más complejos, cuyo enorme caudal integra hoy día la cultura que es la mayor riqueza de un ser humano, una comunidad, un país, y la sumatoria de sus conjuntos que es el mundo.

Hoy tenemos vida comunitaria también en las redes sociales, en el espacio cibernético, en las realidades virtuales donde la gente acude a interactuar, en las plataformas mediáticas, en insondables formas de inteligencia artificial algorítmica, en fin, en el laberinto de nuevos espejos ---algunos rotos y otros astillados--- donde se produce, reproduce, imagina y se recompone la especie humana sobre el papel, el litio, la piedra, la madera o como siempre, en las constelaciones del firmamento.

Si bien, esta bastante nueva vida en comunidad es muy distinta, a la de polis originaria ideal imaginada, negar su existencia múltiple e intersecal de líneas y planos que se atraviesan recíprocamente; sería no reconocer la inmensa capacidad creativa de la Humanidad, sus culturas y sus inteligencias.

La calle de hoy, por consiguiente, las callejerías de esta era, son monumentalmente más variadas, más incoherentes, múltiples y más difíciles de aprehender. Generalizar sobre los muchos espacios en que se dan ---que pueden ser “multiversales”--- supone sobre simplificar hasta el extremo. Uno puede estar callejeando frente a su casa o en una calle de otro país, y al mismo tiempo estar viajando por las redes, texteando o conferenciando ante personas o grupos que están en países distintos. Sincrónica o asincrónicamente compartimos estas realidades caminando sobre los adoquines, la tierra o el mármol.

Camino a Santiago o a la Silla de Guilarte si llevamos nuestro grillete encendido, siendo lo suficientemente imprudentes, podríamos estar callejeando con medio mundo en cualquier lugar. De adolescente comencé a viajar sólo, cada vez más hacia mi referente europeo, con tal de que no fuese el estadounidense. Tres veces viajé por Europa occidental--- estábamos en plena Guerra Fría--- por avión, barco, tren, autobús y sobre todo a pie, antes de entrar a la Escuela de Derecho. El mundo era plano entonces, sólo un plano, cuando la dictadura de los electrones ni soñaba con acapararnos la vida. La televisión era un evento nocturno y la radio una presencia ocasional.

En un pedacito del mundo inglés que pude conocer en Inglaterra a los dieciocho años la conversación en diálogo predominaban desde la sala de clase en las mañanas hasta en el Pub al cierre a las once de la noche. Se callejeaba y se dialogaba en tiempo real, con rostros humanos presentes y teniéndolos delante. Tristemente, el diálogo como debe ser, va desapareciendo tornándose en monólogo unidireccional, o en imagen falsificada de quien habla, diciendo lo que le dicen que diga; leyendo libretos trasnochados que tuercen la verdad y la hacen muy difícil de alcanzar, dentro de una catarata incesante de segmentos inconexos.

Antes, en un mundo más sencillo, nos esmerábamos por separar el dato de la opinión, como si los datos fuesen objetivos, esa era la ilusión. Hoy, sin embargo, tenemos que estar desenredando una madeja de opiniones, casi todas desinformadoras, basadas en la manipulación de la verdad y en libretos creados hasta por la inteligencia artificial. Es como si, el mundo de las verdades fabricadas hubiesen multiplicado por mil veces al Big Brother. Antes podíamos entender lo que era un dato e incluso estipularlo. Ahora, no tenemos idea de cuántos tipos de opinión hoy, ni al servicio de cuáles amos se vierten.

Aunque sintamos y sepamos qué es la verdad, y cuál es, para, o ante determinadas circunstancias, trasladarla es cada vez más difícil, pues la industria del escepticismo ha superado por mucho a la artesanía del entendimiento gracias a la multiplicidad de opiniones y relativizaciones, y sobre todo, al triunfo de la fuerza de la repetición de lo que sea.

Durante mucho tiempo, varios siglos por lo menos, intentábamos calibrar la manera de juzgar e interpretar los hechos, con el telón de fondo de las opiniones que circulaban en nuestra(s) comunidad (es). Partíamos de la premisa, que de un modo u otro, existía un filtro que limaba parte de nuestros prejuicios y que nos permitía ponderar junto a nuestras conciencias nuestros juicios. Hoy, ni siquiera sabemos, si quien quiera que sea nuestro interlocutor, entiende qué es la verdad, ni si hay en nuestros lenguajes y juicios, suficientes puentes comunes que permitan dialogar, es decir, el encuentro de dos inteligencias.

Cada vez que escucho que alguien declaró bajo juramento algo, me pregunto, si la valoración que se tiene de la mentira es común a todos; si la calibración que se tiene sobre el deber de escuchar y examinar objetivamente la información recibida, o si el valor que le damos cada uno a la verdad es comparable.

Considero que el confuso y embelecado laberinto por donde nos toca callejear, ha desdibujado el mapa, si es que hubo un mapa, para replicar y enriquecer las huellas nuestras y las de los demás, las de ayer, de hoy y siempre. Mientras miro los adoquines desgastados y los pasos que el tiempo ya ha borrado, me remonto a los primeros días juveniles de mi diálogo consciente con el mundo. Dudo, tiemblo, me estremezco y sigo, pues todavía y ahora más, queda mucho por andar y callejear.

El autor es abogado, exrepresentante y excandidato a comisionado residente por el Partido Independentista Puertorriqueño. Posee un bachillerato en Ciencias Sociales de la Universidad de Puerto Rico y un Juris Doctor de la Facultad de Derecho de la misma institución. Tiene además un doctorado de la Universidad del País Vasco (2016).