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Opiniones

Soy misófono y neurodiverso

"La misofonía no es un capricho del interior, ni una manifestación desviada de la personalidad: es una enfermedad y quiero darla a conocer y visibilizarla", expresa el licenciado Jaime Sanabria.

Licenciado Jaime Sanabria, columnista de NotiCel.
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Uno no escoge sus trastornos neurosensoriales. El mío me acompaña desde que tengo uso de razón. Y si utilizo el concepto “trastorno neurosensorial” se debe a que, hasta que recién descubrí el verdadero término, esa expresión abstracta, generalizada, me servía para identificar la aversión que me causan determinados sonidos que se producen en contextos distintos y que corresponden, por igual, a algunos emitidos por otros humanos como a los que provienen de emisores no humanos.

La misofonía, un palabra compuesta por los morfemas “miso” (odio) y “fonía” (sonido), es un término nuevo, de principios del siglo XXI, que explica con precisión esa supuesta disfunción de alguna región de mi cerebro que hace que me moleste el sonido tintineante de los cubiertos al chocar los platos de comida; el percibir un exceso de sonoridad en la masticación; el mascar chicle de un prójimo aledaño con la boca abierta; el crujido del popcorn (incluso el propio olor) origina una repulsión que desencadena un pequeño infierno en mí, aunque procuro no exteriorizarlo demasiado, entre otros.

No obstante, algunos días, en ciertos momentos breves, se me transparenta y contamina la convivencia con mi entorno y me roba, mientras pervive el estímulo, esa serenidad a la que aspiro.

El hecho de que poblemos la Tierra más de ocho mil millones de personas y la capacidad de expansión de las redes sociales me ha permitido descubrir que somos muchos quienes vivimos con ese lastre sensorial y que quienes lo sufren se sienten igual de maltrechos que yo cuando se presentan situaciones que resultando cotidianas para una gran mayoría de personas, a los autodiagnosticados como misófonos nos afecta el ánimo, el humor y la concentración.

En principio, esta alteración de la normalidad perceptiva no figura en ninguno de los manuales que clasifican enfermedades psiquiátricas, pero en vista de la cantidad de afectados y de la afinidad de los síntomas, un comité médico de expertos se está planteando su inclusión en uno de ellos como paso previo a la adopción de medidas neuropsiquiátricas y de protocolos que recojan casos y soluciones para las diversas manifestaciones del trastorno.

Sobre el origen de este mal, no existe consenso entre los neurólogos; la profusión de teorías constituye una evidencia de la “juventud” del término y dolencia (porque dolencia es, aunque provenga de lo desconocido). Desde una alteración del sistema nervioso hasta el estrés no traumático; desde la atención mal dirigida hasta la hipersensibilidad del sistema límbico; y dudas sobre el origen que retrasan un potencial tratamiento o una posible cura.

Actualmente, cada uno de los aquejados hemos desarrollado mecanismos defensivos personalizados para evitar el contacto con los detonantes que provocan el malestar. Mi círculo de amistades más cercano son conocedores de esta deficiencia de mi cerebro/sistema nervioso/o (lo que sea) y evitan, en la medida de su consciencia, despertar la irritación que me invade cuando se produce algún episodio que me detona. Pero la convivencia personal y profesional no siempre ocurre en esos círculos de confort y, cuando alguno de los sonidos u olores que no proceden de ellos se entromete en mi interior, malvivo mientras duran.

Incluso, en algunos casos extremos, hay ruidos que desencadenan en mí un tropel de malas sensaciones y necesito salir del radio de influencia auditiva para evitar una reacción descontrolada; pero ese aislamiento también me causa conflicto con los cercanos porque me aísla, y porque los demás, los supuestamente “normales”, entienden que exagero o no tomo las medidas correctivas suficientes para controlarme.

Doy fe de que no hay remedio, de que no existen fármacos que atenúen mi misofonía cuando alguien o algo la desencadena; doy también fe de que a mis reacciones no las motiva el capricho, de que algunos de mis comportamientos obedecen a un sentido de protección, más bien de anticipación ante posibles eventos desencadenantes.

Pese a esta afectación, procuro desenvolverme con normalidad, tratando de no proyectar ese déficit. Me ayuda el ejercicio, la disciplina de correr casi a diario y el coexistir con gente excepcional que entiende mi problema. También procuro ayudarme yo, aun a sabiendas de que no puedo erradicar aquello que empezó como trastorno neurosensorial y que ahora se conoce como misofonía.

Si he decidido hacer pública esta reflexión es por si alguien igual que yo se siente incomprendido que sepa que no está solo. Y que también quiero comunicarle mi esperanza de que, una vez identificado y nominado el trastorno, lo primero será la atenuación a través de algún fármaco o técnica y puede que la curación en un futuro a más distante gracias a los avances de la medicina.

La misofonía no es un capricho del interior, ni una manifestación desviada de la personalidad: es una enfermedad y quiero darla a conocer y visibilizarla.