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Opiniones

Vida digna en Alianza para la victoria

Sorprende siempre cómo el lenguaje, aún con una misma palabra, porta acepciones tan variadas. Más aún, cuando una palabra muy parecida a otra de otro idioma, puede ocasionar tropiezos, cuando pensamos que tiene un mismo significado.

Este es el caso de compromiso, que en español significa una obligación o promesa, y que sería un disparate traducirla al inglés como “compromise”, que es algo totalmente distinto. En lugar de “compromise”, que suena más a ceder y buscar un punto semi medio, cuando se quiere hablar de acuerdo, se debe utilizar el vocablo “commitment”.

Reflexionaba sobre esta terminología en la galería del Senado el sábado pasado. Sobre como la palabra incorrecta produce confusiones y sobre cómo la carencia de palabra, no tenerla, da lugar a terribles desacuerdos y resultados. El Capitolio es un lugar asediado por las medias verdades y las promesas incumplidas que son tan comunes en la política. Allí, una promesa se asemeja más a la horripilante ley PROMESA, atragantada a los puertorriqueños al igual que su Junta ---la de Supervisión Fiscal--- por el Congreso imperial estadounidense. Aunque como parte de un “compromise” que incluyó a puertorriqueños sin compromiso por el país, como Alejandro el gobernador, y Pedro el Comisionado Residente de entonces, se forjó este entuerto demoblicano (mezcla de demócrata y republicano) que acabó siendo una gigantesca agencia de cobros contra los puertorriqueños y una exprimidora de nuestro Pueblo.

Allí, en la galería del Senado, estaba el sábado, mientras pensaba en la feria de inutilidades en que se ha convertido por PROMESA el ejercicio del “poder“ legislativo que pueda tenerse en una colonia. En cómo la Junta, puede hacer lo que le dé la gana con la legislación, conforme a los planes que escribe y reescribe, y en cómo la Asamblea Legislativa lejos de anteponer el servicio al país, tiene que estar postrada y genuflexa de sirviente de la Junta de Supervisión Fiscal.

Pensaba en cómo a pesar de las protestas de la minoría opositora del Partido Independentista Puertorriqueño, la única que hubo en el Capitolio entre el 1985 y el 2008, durante 24 años, las administraciones y mayorías populares y penepés siguieron endeudando con préstamos obscenos al país, creyendo que la última la pagaría el diablo. Cogieron prestado a diestra y siniestra para politiquear, enriquecer a amigos del alma, favorecer a contratistas que destasajaron los presupuestos, practicar el batatalismo político a mansalva, y promover proyectos insensatos, sin base, ni fundamento. Todas estas ejecutorias de gobiernos populares y penepés nos trajeron su quiebra, la demolición del servicio público, cuantiosos casos de corrupción, y lo que es peor, pues hay algo peor, las Alianzas Público-Privadas y la hipoteca de Puerto Rico por treinta o cuarenta años más a partir de ahora.

Muchos de los “compromises” del PNP y del PPD, porque se ponen de acuerdo para lo peor, fueron para cumplir con compromisos de campaña con los inversionistas políticos, y para mantener dos maquinarias paralelas de desgobierno, dentro del gobierno, para correr campañas eternas de autobombo y medias verdades, o mentiras disfrazadas o maquilladas, gastando en publicidad nada menos que cientos de millones de dólares por cuatrienio en publicidad inútil, engañosa o falsa.

Toda esta madeja se tejió en oficinas del Ejecutivo y del Legislativo, con mancharones jurisprudenciales que se siguen produciendo, en el inútil intento de perpetuar la colonia y sus choferes.

A nadie debe sorprender que entre la bipartidocracia permanente PNP-PPD en que se trenzan las fantasías de status político de la estadidad y del ela, una verdad completa sea casi imposible de hallar. Ni que la verdad como concepto haya desaparecido a fuerza de relativización, justificaciones y ese frenético ideal que llaman pragmatismo. Toma décadas de alternancia popular-penepé crear un cráter como donde se ha arrojado a nuestro Pueblo, y fabricar su resultado más doloroso: la pérdida de más de medio siglo y la emigración de dos de cada tres puertorriqueños.

Imagino que la clase de los políticos responsables del desbarajuste que se vive, y de los suplicios que han sufrido millones de puertorriqueños, no va al infierno, porque el diablo no quiere competencia en aquella comarca. Acostumbrados en vida como están, algún tipo de “compromise” negociarán los políticos que lleguen allí, para que los dejen en el limbo media eternidad, un lugar parecido al limbo de la colonia que tan pésimamente han administrado.

Lo que capto y tengo cada vez más claro es que la mayoría de los electores en Puerto Rico no votará, ni volverá a votar ni por el PNP, ni por el PPD, pues tiene un verdadero compromiso para votar con el cambio, con la esperanza, con un futuro para sus hijos y con una vida digna en Alianza para la victoria.

El autor es abogado, exrepresentante y excandidato a comisionado residente por el Partido Independentista Puertorriqueño. Posee un bachillerato en Ciencias Sociales de la Universidad de Puerto Rico y un Juris Doctor de la Facultad de Derecho de la misma institución. Tiene además un doctorado de la Universidad del País Vasco (2016).