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Opiniones

Javier Jiménez, cuando la reputación habla

Una reputación es un bien intangible que se va construyendo a lo largo de una vida, aunque, en algunas ocasiones, pueda ser destruida en cuestión de segundos. Pero, para forjarla, no basta con palabras, por muchas que se digan. Tampoco sirve la publicidad, en particular, la que uno puede difundir para alimentarse a sí mismo, en demasiadas ocasiones fatua, cuando no imprecisa. Una reputación se edifica con hechos, con logros, con estadísticas, con reconocimiento espontáneo de los prójimos, con coherencia, con cambios comprobables.

Aunque más allá de lo anterior, de los ingredientes para entramarla, la reputación es como un aura, como una radiación, como un cuerpo celeste que emite la luz sorda de la auctoritas y que concita voluntades en torno a quienes la detentan.

Los 62 años de Javier Jiménez, candidato a gobernador de Puerto Rico por el partido Proyecto Dignidad, dan fe de que su trayectoria se sostiene sobre hechos y no sobre palabras.

Los 62 años de Javier Jiménez, aspirante a convertirse democráticamente en la máxima autoridad de la isla, destilan ese magnetismo aglutinante de los hombres que buscan el bien de las instituciones a su cargo.

Javier cesó su militancia con el PNP, a finales del 2023, porque según sus declaraciones, los principios democráticos del partido habían rolado a otros que no se alineaban con los suyos. Y fruto de esa reflexión interior decidió recalar en una formación que, a su juicio, le merecía el crédito político suficiente para mantener sus principios, reafirmar su reputación y, gracias a ella y su obra municipal, optar por la gobernación de la isla.

Resulta necesario destacar que, bajo su mandato de casi 20 anos como alcalde de San Sebastián, el municipio se ha situado entre los cinco mejores con salud fiscal. En concreto, el superávit de San Sebastián de Las Vegas del Pepino asciende a los $29 millones, exentos de deudas y préstamos.

A eso, a los hechos, a las cifras, a las obras, aludíamos a la hora de contrastar si la reputación es sólida o frágil.

El candidato ha escogido, como lema de campaña, “Activando el poder del pueblo, Puerto Rico Power”, donde el término “Power” se erige como nuclear y, además de la exaltación hacia el potencial del pueblo puertorriqueño, evoca el nombre de la “compañía” que constituyó Jiménez, tras el paso del huracán María en el 2017, la Pepino Power, con el fin de alumbrar el municipio de San Sebastián, una iniciativa que solventó a nivel local el anquilosamiento gubernamental para restablecer las infraestructuras de la isla.

“Los principios nunca se entregan”, manifestó en el evento de lanzamiento de su candidatura, flanqueado por una cohorte de escuderos de Proyecto Dignidad que lo han escogido como líder y que lo secundan en su camino hacia la gobernación de la isla. Si Javier Jiménez ha escogido el Proyecto Dignidad, como vehículo para llevar su candidatura, se debe a la transversalidad del movimiento, a la capacidad de acogida de distintas sensibilidades, donde caben por igual estadistas que colonialistas que independentistas, al igual que cristianos, agnósticos o, incluso, ateos.

No obstante, el partido defiende las libertades individuales de las personas, como piedra angular de sus principios programáticos, y aunque su escala de valores se sustenta en un conservadurismo con profundas raíces religiosas, nadie es excluido, si dicha persona se acerca con el respeto hacia el prójimo como lema personal.

Se necesitan líderes de nuevo cuño, líderes ajenos a la circulación general atávica de la política, líderes que solo estén viciados por un profesionalismo eficaz en su gestión, que hayan dado ejemplo de solvencia y honradez, en la palestra, como en el caso de Jiménez.

Se necesitan líderes con una nueva visión, que hagan de los puertorriqueños su prioridad y de Puerto Rico su estandarte; dirigentes que se ocupen del bien común por encima de lo propio y de intereses partidistas; que combatan los déficits patrios desde la modestia constante para enderezar un país esclerotizado por un exceso de aparato gubernamental, maniatado por esa Ley PROMESA que Jiménez ha prometido buscar enmendar para que Puerto Rico pueda sacudirse del dominio presupuestario que limita su desarrollo y sumerge al país en un continuum de dependencia que solo genera precariedad.

Se necesita demoler el viejo orden y que formaciones emergentes, como el Proyecto Dignidad, aporten una voz diferenciadora que desencalle a Puerto Rico de los últimos puestos de demasiados rankings poco edificantes.

Satisface comprobar la unidad de todo un partido en torno a un líder prestigiado por la firmeza de sus propias convicciones más allá, si cabe, de la reputación que trae consigo.

Y aunque el entusiasmo es necesario, se requiere de bagaje, de alguien que domine el sistema público de gobierno, de honorabilidad, de experiencia en transformar una deuda en un superávit. Si lo consiguió en su casa geográfica de San Sebastián también parece capaz de elevar la vara y proyectarlo sobre una isla que pide a gritos, primero, honradez, después visión y, por último, hechos para volver a ser ese orgullo territorial del que no era necesario emigrar para sentirse vivo y pleno.