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Opiniones

Cezanne no entendió a Ovidio ni a Proyecto Dignidad

Según el columnista, la frase “calumnia que algo queda” se pone de manifiesto "en este presente necesitado de atención" y afirma que la senadora Joanne Rodríguez Veve, su exesposa y madre de sus hijos, "ha sufrido el daño de quienes manipulan la palabra y la someten al interés de su bisturí".
Jaime Sanabria Montañez.
Foto: Suministrada

Utilizar la mitología, como piedra angular para construir un argumento, a menudo, difumina la idea central de cualquier escrito y deja, en los ojos del lector, una cortina de humo que no penetra en la médula, ni apenas en el epitelio, de aquello, persona o asunto, que se pretende, también en este caso, masacrar, demonizar o minimizar.

Algo así ha ocurrido con Cezanne Cardona Morales, autor de una columna publicada en la sección de opinión de El Nuevo Día, de ahí “el lector” como destinatario de su fábula mitológica.

Arremetía, quien firma como escritor, contra la senadora Joanne Rodríguez Veve, mi exesposa y madre de mis hijos, por razón de una sola frase, por supuesto descontextualizada, que pronunció la aludida senadora en una entrevista de radio transmitida por la cadena Radio Isla 1320, en el programa matutino de Julio Rivera Saniel, intercalada en un razonamiento sobre su línea ideológica en materia de agresiones sexuales: “el aborto no las desviola”.

Una sola frase sobre la que Cezanne arma su relato epatante a propósito de Ovidio y su obra, Las Metamorfosis, en el que hace un despliegue de conocimiento de la obra que logra opacar, incluso, esa frase supuestamente pivotante que acaba convirtiéndose en poco menos que una excusa para presumir de literato.

Conocida por la mayoría de los puertorriqueños la posición de la senadora, representante del Proyecto Dignidad, sobre el aborto, la frase, entresacada de una larga conversación y aislada, puede parecer falta de tacto emocional, pero me consta que sucede lo contrario, que la extrema sensibilidad de Joanne hacia ese azote social y familiar como es la violencia sexual, en cualquiera de sus manifestaciones, la sumerge en una retórica cruda, llamativa, que solo persigue poner la atención en los agresores y no en las víctimas, sin dejar de lado su defensa férrea del derecho a la vida.

Ya, en una primera extrapolación de las manifestaciones de la senadora a las redes sociales, la entrevista fue extractada, capciosamente, y publicada fragmentariamente, para dinamitar, con solo la mención de un fragmento, la contundencia razonada de su postura. En ocasiones, constituye esta práctica un ejercicio de maledicencia. Sesgar es uno de los verbos que menos debiese conjugar quien critica una idea y pretende hacer pasar su discurso como verdadero.

Y es que la verdad, como la realidad, es neutra, inexistente salvo para los ojos de quien la pretende como tal. Un hecho, un único hecho, se puede interpretar, narrar y juzgar de tantas formas como intérpretes, narradores y jueces lo tamicen bajo su perspectiva. Y en estos tiempos donde predomina la posverdad, el bulo, el sensacionalismo gratuito, la falsedad, la prevaricación narrativa, nunca el desmentido supera en repercusión a la fuente original. Aquello de “calumnia que algo queda” se pone más de manifiesto en este presente necesitado de atención y visibilidad a cualquier precio.

Sin duda, Rodríguez Veve ha sufrido el daño de quienes manipulan la palabra y la someten al interés de su bisturí. Muchos escritores activistas, y otros enemigos, quieren ver a Joanne atada a un árbol, y con la manzana de la discordia sobre la cabeza, para que los influenciables armen sus arcos y traten de atacar su cabeza y no la fruta.

Argumentaba la senadora su visión sobre la necesidad de regular el aborto en las adolescentes y niñas menores de 18 años. Defendía, con un razonamiento coherente porque se sostenía sobre premisas cimentadas sobre una lógica aplastante, que estas criaturas necesitan permiso de, al menos, uno de sus progenitores para hacerse un tatuaje, extraerse una muela, practicarse una cirugía estética y un puñado de acciones más que alteran su cuerpo y, en cambio, no requieren de consentimiento alguno de uno de sus padres para practicar el aborto, libertad que no solo las desprotege, sino que no aborda, en modo alguno, el problema de las agresiones sexuales. Ello porque las actuales medidas no inciden sobre el agresor y solo debilitan de más la protección a unas niñas que no tienen forjada su personalidad y que, en no pocas ocasiones, viven en escenarios familiares desestructurados en los que la educación ocupa uno de los últimos lugares entre las prioridades.

La línea argumental de Joanne continuaba con la defensa de que la despenalización y la facilitación del aborto no combate, en modo alguno, las manifestaciones más execrables de la violencia sexual como son las violaciones. En definitiva, que “el aborto no solo no las desviola”, sino que las pone de nuevo “en circulación” para volver a ser potencialmente violadas.

Ni siquiera necesitó apelar Joanne a su tradicionalismo religioso, en defensa de los valores de la vida, para rehusar el aborto como práctica porque se estaba tratando el asunto de las agresiones sexuales y el actual tratamiento normativo parecía, per se, según su ideario, suficiente razón para modificar el corpus legal sobre materia abortiva en una determinada franja de edad.

De ahí que los portavoces de lo falaz, quienes abrazan los fragmentos de una conversación y los disfrazan como si fuese la única parte de la misma, quienes se posicionan al lado de sí mismos, quienes inciden sobre la suciedad de los dedos que señalan a la Luna, la tienen fácil para hacer de la anécdota una categoría y para entrometerse en los conscientes y subconscientes de los radioescuchas y lectores, a través de la falacia y la bajeza dialéctica que señalaba a Joanne como ultra, como fascista, como pinochetista y docenas de epítetos más, expresos o tácitos, derivados de esa frase central.

Nada dijo el escritor escorado a lo mitológico, sobre la obra legislativa de Rodríguez Veve, la cual ella misma ha publicado y discutido en sus redes sociales, sobre el tema de la violencia sexual, entre ellas, la Ley 7 de 2023, presentada y defendida por Joanne en primera persona, que garantiza la educación continuada en el manejo de casos de agresión sexual del personal sanitario de los centros de atención primaria y hospitales.

Ni tampoco mencionó, ni le atribuyo intención de hacerlo, el proyecto de ley para dotar de esas mismas herramientas, para la gestión de esos mismos casos de agresiones sexuales, a los cadetes de la Policía. Como, de igual modo, obvió, y lo seguirá haciendo, que la senadora presentó un proyecto de ley para ordenar al gobierno a realizar una campaña educativa, a través de WIPR, contra la violencia sexual.

Esta reflexión solo pretende posicionarse del lado de quienes razonan con ilación, de quienes, como Joanne, se han transparentado públicamente y han abogado, sin complejos, sin trampantojos verbales, a favor de evitar que la violencia sexual en Puerto Rico siga prosperando con impunidad en esa franja de edad femenina en la que todavía se está demasiado cerca de la infancia.

Al margen de mi opinión sobre el particular, vale sobremanera que la de Joanne, sobre el trato al aborto, no quede sesgada por un ejercicio de escritura zafia que pretende deslegitimarla como política y como defensora de los derechos de las víctimas de agresiones sexuales.

Si el Ovidio aludido por Cezanne levantara su cabeza y comprobara el uso torticero de su obra, para insistir en una única oración con el único fin de estigmatizar, puede que escribiera sobre un autor, sobre un columnista, que aspiraba a mariposa pero que no pudo pasar de larva.