La censura del cuento del "abogade"
El licenciado Jaime Sanabria Montañez comenta sobre un acto de censura por parte del Colegio de Abogados y Abogadas.
Del mismo modo que toda guerra comienza por una primera bala, todo totalitarismo comienza por una primera censura; toda dictadura por una primera imposición, por capricho de quien detenta el poder (o aspira a tenerlo) desde el absolutismo de un ideario que no permite diferencias de pensamiento.
Ha sucedido así en cualquiera de los centenares, de los miles de regímenes autocráticos habidos en la historia de las civilizaciones y, pese al exceso de jurisprudencia, como humanos que somos siempre, reincidimos en tropezar con las piedras, la mayoría de ellas conocidas, incluso erosionadas de tantos tropiezos acumulados.
Lo más acomodaticio, incluso, lo más seductor para quien posee el mando, es comenzar a censurar la palabra como exteriorización de la idea, en ocasiones con sutileza, argumentando cualquier herida en la susceptibilidad de algún colectivo con el cuero, en exceso, fino.
Recientemente, un episodio de esta naturaleza ocurrió en el Colegio de Abogados y Abogadas de Puerto Rico, una institución que presume de ser plural, representativa de un colectivo que, a su vez, es representativo de una diversidad tan amplia como la propia condición humana.
Lo que desencadenó la controversia fue que el exjuez Hiram Sánchez Martínez denunció, en sus redes sociales, lo que pareció ser, a primera vista, una censura por un “cuento” de su autoría que fue publicado, en un primer momento, en la revista digital de la institución “Ley y Foro”, tras ser invitado a colaborar en la aludida publicación por el licenciado Medina Carrero hace ya algunos meses.
Sin embargo, la publicación fue desactivada de manera temporal, por razón de las protestas de quienes quiera que fueren, y los usuarios de la revista dejaron de tener acceso a su lectura. Fue el propio presidente del Colegio quien comunicó a Sánchez Martínez el retiro del texto, tras la reunión de emergencia de la Comisión de Derechos Humanos del Colegio ante el revuelo que ocasionó la publicación en un segmento amplio de licenciados escandalizados.
No deja de resultar paradójico que el ala orgánica de un colegio profesional encargada de velar por los derechos humanos sea quien decide retirar una publicación que sólo trataba de poner de manifiesto la idea de la pluralidad de géneros haciendo un uso particular, humorístico, de la letra “e” como definitoria de los géneros que no se identifican con el hombre o la mujer en el sentido tradicional de los sexos.
El “cuento” recogía la reivindicación de una “persone”, también “licenciade”, que no se sentía representada por la inscripción de la fachada del colegio que reza “Colegio” en su parte superior y “Abogados y Abogadas” en la inferior.
El autor quiso adentrarse, con un toque de sarcasmo, en la complejidad y la susceptibilidad social que representa el lenguaje inclusivo en una sociedad en constante evolución que, en demasiadas ocasiones, no asimila los cambios derivados de las transformaciones sociales y, como en este caso, opta por censurar aquello que no acepta o no termina de ajustar con los cánones de conducta de quienes poseen capacidad no solo decisoria, sino censuradora.
No pretendo, a través de esta reflexión, adentrarme en la oportunidad, en el tono, en el estilo del texto del licenciado Hiram Sánchez, ni siquiera persigo abordar el espinoso asunto del lenguaje inclusivo: sus usos, sus perversiones, sus aciertos, sus rechazos, su acogimiento o su utilización como arma ideológica o sus inherentes conflictos con las visiones de algunas minorías religiosas.
No.
Esta reflexión solo pretende profundizar en el empobrecimiento que representa cualquier tipo de censura en un país, el nuestro, Puerto Rico, que presume de demócrata y que ha tomado conciencia de la diversidad que ha surgido a raíz de, precisamente, que colectivos marginados, ahogados en sus reivindicaciones, censurados durante décadas, hayan podido aflorar sin castigos, sin represión, aunque todavía pueden ampliarse los márgenes de la tolerancia y del respeto al diferente.
Resulta, cuando menos, cómico que la comisión más garantista del Colegio de Abogados y Abogadas, que me contiene también a mí como colegiado, la de Derechos Humanos, la que debería abarcar el amplio espectro de los mismos, haya dado su visto bueno, aunque sea de forma temporal, a la desactivación de ese texto literario porque el aludido cuento … ¿cuestionaba? Nuestro Colegio es una institución que debiese situarse a la vanguardia de las libertades por representar a quienes trasiegan con las leyes y denuncian sus excesos o sus defectos.
La diferencia de interpretaciones y de encauzamientos que entraña el lenguaje inclusivo no debiese ser utilizada como recurso político, pero menos como motivo de censura por la perspectiva sesgada, unilateral, de quienes se supone deben velar por la diversidad.
La opinión del diferente, incluso del antagónico, nos debiese hacer reflexionar para no caer en el confort ideológico de nunca hacer introspección. Escuchar las voces discordantes representa el mejor seguro para conservar la higiene democrática.
Ocurre que los censurados de hoy son los visionarios del mañana. Y quienes gozan de la titularidad de las tijeras para podar textos, actitudes o tendencias debiesen acudir a la casuística de la historia para no incurrir en una prevaricación inconsciente valiéndose de esos derechos humanos que dicen salvaguardar, pero que, en ocasiones, solo coartan.