La trompa de Trump
Columna del abogado y exrepresentante independentista Víctor García San Inocencio
Desde su limusina, camino a la Corte de Manhattan, Donald Trump texteó que lo que le sucedía era surreal. Tanto, como lo que padecen cientos de miles de estadounidenses cada año, rumbo a ser detenidos, llevados ante un juez instructor, informados de sus derechos, de las denuncias en su contra, inquirido sobre su alegación e impuéstale una fianza o condiciones, mientras espera juicio.
A la 2:27 de la tarde, se le vió durante algunos segundos entrando a un pasillo. Trinco, probablemente tenso, con una calculada mirada dobló a la izquierda y siguió camino a la sala judicial a su primer encuentro personalísimo con la "Justicia".
Ser acusado formalmente por el Estado todopoderoso, para cualquier persona ---quizás a excepción de Trump--- tiene que ser chocante, para muchos traumático, cuando se pone en juego la reputación y la libertad. Trump con décadas de experiencia judicial sin ser abogado, por litigios y procesos de descubrimiento de prueba, se encuentra delante de un juez, bajo la acción y voz acusadora del fiscal. Nadie que aprecie la libertad en su honda dimensión humana puede observar este ritual con alegría. Esta afirmación que hace temblar los cimientos de nuestros principios y nuestra sinceridad en el caso de Trump, quien tanto mal le ha hecho a su país y al mundo, necesita ser vista a través del lente de que cualquier acusado tiene derecho a que se le presuma inocente mientras se dilucida una acusación específica, no importa de cuántas otras cosas haya sido encontrado responsable. Se supone que esos son los principios que gobiernan y que garantizan los derechos de un acusado. Sabemos que demasiadas veces en aquel país, el color, el origen, la afiliación, las creencias o la personalidad del acusado ha prejuzgado y predeterminado su destino.
De los más de tres millones de encarcelados en Estados Unidos, tiene que haber muchos casos donde los derechos no se han respetado y donde la justicia ha sido pisoteada. A toda persona debe estremecerle un acto de injusticia, como cualquier lesión a los derechos del acusado a quien se le presume inocente.
Trump, sin embargo, es Trump, el billonario metido a presidente; el retrógrado que tantos retortijones ha provocado a aquella bestia, el "establishment" de su país; el lanzador de papel toalla; el promotor de guerras sucias y de gobiernos desgraciados; el golpista del 6 de enero de 2021; el tramposo habitual en los negocios... Todo eso es Trump. Tahur de oficio, gran apostador, rodeado de inversionistas y politiquitos rajieros apostadores a su idolatría, Trump, el de los hoteles, los campos de golf, las marcas de ropa y artículos, la serie televisiva, la universidad fatula... Trump.
Mientras salía por la puerta sin que nadie se la abriese, teniendo que empujarla, quizás por primera vez en mucho tiempo, su mirada calculada no dejaba de ver hacia adelante. Su candidatura a la presidencia del 2024, sus recaudaciones millonarias de fondos, sus mentiras masivas, su fascista afición por el poder, su arrogancia esencial, todo ello se leía en sus ojos.
Sus abogados junto a él, recibieron el sobre sellado de las acusaciones, lo abrieron y examinaron. Contenía 34 cargos de cuyo contenido específico seremos enterados hoy y mañana. A medida que aparecen las fotos desde la sala asoma el mismo Trump, desafiante con su trompa. Fiscales, abogados y policías observan y ocupan sus posiciones coreográficamente en la escena. A partir de ahora, todo lo que veremos en los próximos meses será espectáculo puro. Ni los cargos por los cuales lo agarraron, casi todos serán menos graves, ni el contenido mismo, tendrán importancia mayor. Sabemos que las cadenas de noticias, Hollywood y demás depredadores tienen listo el banquete mediático, donde la verdad no es lo importante.
Lo que será fundamental es si otros que tienen pendientes casos que podrían llevar contra Trump se animarán, así como si él saldrá debilitado o más fortalecido en ruta a seguir dividiendo a su país y llevándolo al abismo.
Nada tengo en común con el señor Trump, acaso que portamos un mismo pasaporte, pero dos de cada tres hermanos puertorriqueños obligados por las circunstancias a marcharse a los Estados Unidos, estarán más cerca de ese fogaje. Acá en la ínsula caribeña a los puertorriqueños se nos seguirá discriminando, desplazándonos de nuestra propia tierra, teniéndonos por menos y todo lo demás. Observemos, mientras Roma arde, o el Vesubio explota, la trompa de Trump y lo que representa.