Respondiendo a mis críticos: en contra del fundamentalismo antidemocrático
Columna de opinión del senador Rafael Bernabe Riefkohl.
Recientemente, NotiCel publicó una columna de opinión que permite abordar algunos temas importantes. El artículo se titula “Rafael Bernabe y su falso sentido de solidaridad”, y su autor es Jaime Sanabria Montañez. En esa columna se me acusa de “solidaridad espuria” y “ominosa”, de “comparar chinas con botellas”. Se me acusa de “mezquindad”, de “generar fango político”, de “ensuciar el debate político”, de “buscar notoriedad impostada” y de “ejercer la demagogia”. Curioso que luego de desplegarse este lenguaje contra mi persona, se me acuse de “generar fango político”. En todo caso la descripción, más que a mí, se ajusta al estilo de mi crítico.
Lo que ha provocado esta catarata de insultos ha sido mi señalamiento, en un tuit, de que la mejor forma de solidarizarnos con el autor Salman Rushdie, víctima del ataque por un fundamentalista islámico, es combatir la amenaza del fundamentalismo criollo. La idea de que exista tal amenaza sin duda ha ofendido a mi crítico. El tema puede abordarse desde distintos ángulos, pero me voy a limitar a uno, por falta de tiempo y espacio.
Una de las grandes conquistas de las revoluciones que abrieron paso al mundo moderno, como las revoluciones americana y francesa, fue la separación de iglesia y estado: la idea de que una cosa son las ideas religiosas o sobre la religión que las personas pueden tener y, otra, las leyes y políticas del gobierno. Se trata de la idea fundamental de que el estado no puede o no debe usarse para imponer las ideas religiosas de alguna iglesia o de algún culto particular. Por lo mismo, esa separación de iglesia y estado es el fundamento de la libertad de culto y pensamiento, que permite que cada cual tenga sus ideas religiosas o no tenga tales ideas, si esa es su convicción.
Sin embargo, en el mundo, incluyendo a Puerto Rico, existen partidos y movimientos que buscan erosionar o eliminar esa separación entre iglesia y estado, que pretenden convertir el estado en vehículo para imponer sus particulares ideas sobre la reproducción, la sexualidad y la familia, entre otros temas. El fundamentalismo islámico es una de esas fuerzas, pero no es la única. En Puerto Rico existen movimientos que consideran que como ciertas iglesias (no todas) rechazan el matrimonio entre personas del mismo sexo, o piensan que la homosexualidad es una inmoralidad o un pecado, entonces el estado no puedo o no debe reconocer tal matrimonio o educar en las escuelas públicas para que se reconozca y respete la diversidad de orientaciones sexuales. Plantean que a nombre de la libertad religiosa una persona puede negarse a dar un servicio a una persona cuya orientación sexual desaprueba. Argumentan que al exigir equidad para la comunidad LGBTTQ estamos exigiendo “privilegios”. Hay partidos y movimientos que consideran que como ciertas iglesias o religiones (no todas) consideran que la vida empieza en la concepción, entonces el estado no puede o no debe reconocer el derecho al aborto. Pretenden que el estado se ajuste a su concepción. El Ayatola Jomeini estaría totalmente de acuerdo, en cuanto a los homosexuales como el aborto.
Y como indiqué en otro tuit (que también indignó a mi crítico), es igualmente preocupante la situación con el currículo de perspectiva de género, tan necesario para promover la equidad y atajar la ola de violencia contra las mujeres. El gobernador, en la orden ejecutiva que proclamó el estado de emergencia por la situación de violencia contra las mujeres, se comprometió a implantar el currículo con perspectiva de género. Pero ahora vemos cómo el secretario de Educación decide no implantarlo, sea por complicidad o miedo a la denuncia de los sectores fundamentalistas conservadores que combaten lo que llaman “la ideología de género”. En cualquier caso, adapta la política pública a las concepciones de este sector.
Ante nuestros argumentos a menudo escuchamos la respuesta de que no se está imponiendo nada, pues “Puerto Rico es un país cristiano”. Así lo diría el Ayatola Jomeini: Irán es un país islámico. Ese es el argumento fundamentalista que rechazamos. No le faltamos el respeto ni al cristianismo ni a ninguna religión cuando afirmamos que Puerto Rico no es un país cristiano ni anticristiano, no es creyente ni ateo: Puerto Rico es diverso y es de todos y todas, católicos y protestantes, creyentes y no creyentes, budistas y musulmanes, espiritistas y agnósticos.
Tan reciente como el sábado pasado, grupos fundamentalistas interrumpieron la entrada a las clínicas donde se realizan abortos, importunando a las mujeres que acuden a ejercer su derecho democrático y legal a terminar embarazos no deseados. Las llaman asesinas, al igual que a las doctoras que proveen este servicio. La Dra. Yarí Vale, por ejemplo, ha denunciado en la prensa que “los ataques personales son constantes” por lo cual tuvo que “cerrar sus cuentas en las redes sociales” que usaban para esos ataques. Así que Salman Rushdie no es el único agredido. Esto no es raro ni nuevo. En Estados Unidos, estos ataques por grupos fundamentalistas han desembocado en atentados y muertes de médicos. ¿Tendremos que esperar a una agresión seria o una muerte para hablar de la amenaza del fundamentalismo criollo? Por supuesto, cuando surgen actos de agresión, los lideres que han fomentado el ambiente de odio contra “asesinos de bebés” o “pervertidores” de la juventud, son los primeros en desvincularse de los actos de violencia: ¿de qué sirven el repudio de esos actos, cuando han construido la atmósfera de odio que los propicia? Eso sí es una solidaridad “espuria”.
Incluso los movimientos que no se amparan en alguna versión de alguna religión exhiben la misma intolerancia, el mismo autoritarismo, la misma homofobia, la misma transfobia, la misma demonización del feminismo. No se trata de que estemos usando el caso de Rushdie para hacer política “sucia” en Puerto Rico. Se trata de que en todo el planeta se desarrolla una gran batalla entre fuerzas que pretenden imponer sus concepciones conservadoras y limitantes sobre la familia, el género, la sexualidad y la reproducción, entre otros temas, y las fuerzas que luchamos por el reconocimiento de mayor libertad y de la diversidad y de la equidad en esos campos de cultura humana.
Cuando ante el ataque contra Rushdie advertimos sobre el fundamentalismo represivo criollo, no estamos “comparando chinas con botellas”: estamos destacando coincidencias entre movimientos distintos pero que son parte de la misma familia autoritaria y conservadora. Precisamente porque combatimos el fundamentalismo criollo nuestra solidaridad con Rushdie va más allá de las palabras. Vacío, espurio e inconsistente sería denunciar el ataque contra Rushdie y tolerar o dejar de combatir el fundamentalismo criollo.