La Justicia no tiene género
Columna del abogado Jaime Sanabria Montañez.
No existe muralla más inexpugnable que la puerta de un domicilio conyugal. Puertas adentro de la convivencia, la diversidad de situaciones excede la imaginación de los guionistas más creativos. Pero cuando se abren las aludidas puertas y las partes, la pareja, sale al mundo exterior, allí donde residen las miradas ajenas, los estereotipos, los prejuicios, los juicios y los dioses asentados en el imaginario popular, ya depende de la capacidad actoral de cada cónyuge, o de la acordada del binomio, para ocultar, disimular, tergiversar o, directamente, mentir sobre lo que ocurre intramuros de su relación.
No son pocos los duetos emocionales de personajes famosos y anónimos que, aparentando públicamente una relación cordial, transcurrido el tiempo, filtrada su cotidianidad, su convivencia se reveló no solo inexistente, sino tormentosa. Buena muestra de ello, por tomar un ejemplo a vuelo de pájaro, lo constituye el viejo monarca emérito español, que mantuvo su agenda oficial durante casi cuarenta años, acompañado en la mayoría de actos públicos de su esposa, la reina, igual de emérita ahora, mientras su vida privada estaba salpicada de amantes, libertinaje y otros escándalos que todavía no han salido a la luz en su totalidad, pese a la profusión de los medios en airear muchos de ellos.
Esclarecedor, en ese apartado, resultó también el juicio por difamación de Johnny Depp contra su exesposa, Amber Heard, que acabó convirtiéndose en un escenario de miserias, conflictos convivenciales y violencia doméstica, amplificado todo ello por la capacidad mediática del actor. En las declaraciones, tanto el actor como las defensas de las partes, exhibieron una batería de mensajes y grabaciones de voz que demostraban que las agresiones y el maltrato se habían producido biunívocamente.
Resultó demoledor cuando el abogado de Depp reprodujo una grabación de audio en la que Heard sugirió que si Depp hacía públicas las afirmaciones de que ella lo había golpeado, nadie le creería. “Cuéntale al mundo”, se escuchaba decir a Heard en la grabación. “Dígales, Johnny Depp: yo, Johnny Depp, un hombre, también soy víctima de violencia doméstica y sé que es una lucha justa, y mira cuántas personas creen o se ponen de tu lado”.
Con esas palabras, llegamos al núcleo de esta reflexión, las situaciones de indefensión judicial, en las que, ocasionalmente, algunos integrantes del sexo masculino se encuentran, cuando se le da credibilidad absoluta a algunas mujeres que, en ciertos contextos, no necesitan probar lo que afirman, sobre cualquier tipo de maltrato, vejación o agresión por parte de un hombre, sea conviviente o ajeno, para hacer saltar por los aires la presunción de inocencia del denunciado y atribuirle la de culpabilidad.
No pretendo minimizar el predominio de la violencia masculina a lo largo de la historia, pues no es posible entender la evolución de la humanidad sin referirnos a las guerras, a las barbaries, a los genocidios, a las conquistas, a los sometimientos, a la humillación, a los asesinatos por narcotráfico, que en la mayoría de los casos han sido protagonizadas por hombres, dirigentes, conquistadores, dictadores, caudillos, bichotes o asesinos en serie que no han reparado en el sufrimiento ajeno a la hora de golpear, asesinar o masacrar.
Sin embargo, aunque el sexo masculino ha tenido un rol protagónico en múltiples situaciones de violencia, si algo nos enseña el caso de Depp y Heard, es que conviene no caer en el generalismo de atribuir a cada individuo una culpabilidad casi automática cuando una mujer presenta una denuncia contra él por maltrato, agresión o cualquier otra figura jurídica de la violencia.
No se trata de exculpar, no se trata de relativizar, ni de querer enmascarar las cifras y las estadísticas de agresiones, violencia doméstica, violencia de género o feminicidios, dicho sea de paso, vergonzantes para cualquier parte del mundo; se trata, en definitiva, de extender la aludida presunción de inocencia a quien quiera que se vea denunciado.
Se necesita combatir la violencia intergenérica, se produzca donde se produzca, desde todos los frentes, con todas las herramientas legales, éticas, procesales y jurídicas y, en particular, con la máxima ecuanimidad, sin prejuicios por razón de sexo, como siempre fue y debe seguir siendo la justicia: neutra, ciega más allá de los indicios y las pruebas a la hora de dictar sentencia.
Seamos severos con el maltrato y la violencia, pero neutrales en los juicios y en los prejuicios.