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Opiniones

En este triste aniversario del asesinato de Andrea Ruiz Costas

Su prima, Rebeca Noriega Costas, recuerda el impacto que tuvo su muerte en ella, en su familia y en todo el país.

Rebeca Noriega Costas, prima de Andrea Ruiz Costas.
Foto: Suministrada

Hace ya un año nos arrebataron a Andrea a sus 35 años. Nunca en mi vida me había sentido tan vulnerable, tan desposeída, tan impotente. Ni tan siquiera cuando me diagnosticaron con una enfermedad degenerativa, o cuando mis piernas perdieron algo de movilidad y tampoco cuando murió mi padre víctima de las garras del cáncer. El asesinato de Andrea me dejó desprovista de mucho, de casi todo. Fue sin duda, un golpe bajo a las entrañas de ser mujer, puertorriqueña, de amar esta tierra pero, al mismo tiempo, sentir una continua decepción en esa lucha infinita de vivir en Puerto Rico.

Hace un año, el 29 de abril de 2021,recibí aquella fatídica llamada. Mi primo lloraba, y entre sollozos me dijo: “Mataron a Andrea”. Mi corazón se detuvo incrédulo. Mi hijo de 11 años salió de su cama preocupado, asustado. Yo sólo preguntaba “¡¿Qué?!”, como si no entendiera lo que me decía al otro lado del teléfono… y claro que no entendía. Mientras tanto, de mis ojos bajaban lágrimas y mi cuerpo temblaba. Mi madre estaba recibiendo la misma noticia de parte de una de sus hermanas. Sin mediar palabras, nos abrazamos, porque sólo el abrazo nos sostiene ante una noticia como esa.

Desde entonces, la voz de mi familia, nuestra rabia, nuestro desconsuelo se escuchó y sin saberlo éramos eco de muchas otras familias sometidas a este profundo dolor. Aquel jueves recuerdo ver las noticias en la mañana y escuchar que había aparecido el cuerpo semidesnudo y calcinado de una mujer en Cayey. Pensé con tristeza, ''¡Bendito sea, qué espanto! ¡Qué cobardía! ¡Otra más!” Esto, sin imaginar que horas después me enteraría que ese era el cuerpo sin vida de mi tan amada primita.

Al mismo tiempo, en San Juan, se desarrollaba la intensa búsqueda de Keishla Rodríguez… ¡Qué dolor inmenso sentimos como país aquella semana! Fue un luto y espanto colectivo por la morbosidad de ambos crímenes de jóvenes hermosas, trabajadoras, con una vida por delante. Cuánta maldad y cuánta agencia se tomaron esos hombres para arrebatarle la vida a esas mujeres que seguían sumándose a las estadísticas terroríficas de violencia contra la mujer.

El caso de la terrible muerte de Keishla retumbó por estar conectada a la figura de un innombrable boxeador. Esa trama se escuchaba como una novela de terror. Tristemente, fue una espantosa realidad cuando su joven cuerpo apareció flotando en la Laguna San José. Esos cuerpos de mujeres, Andrea y Keishla, fueron despojados de su esencia sin el más mínimo respeto a la dignidad humana.

Este terrible aniversario nos recuerda que el sistema de justicia, jueces, fiscales, policías están para servirnos cuando les necesitamos. Andrea buscó ayuda en las instituciones que tenían la responsabilidad de ayudarla. No le creyeron. Se sintió frustrada. Y en un suspiro de resignación exclamó “¡Qué sea lo que Dios quiera!” El sistema completo le falló y ella pagó con su vida. Su familia y sus amigos también, con su ausencia.

Ante la escalada de violencia en el país los procedimientos judiciales tienen que evaluarse, pues para las familias de las víctimas, estos resultan en una continua revictimización. Para nosotros, la justicia se nos quedó corta por todos lados: no hubo juicio pues fue interrumpido por suicidio; realmente el sistema se quedó con toda nuestra esperanza de justicia. Ni tan siquiera tuvieron la decencia de dejarnos saber qué pasó en aquellas vistas a las que Andrea acudió…solo la prensa nos liberó un poco de esa angustia.

El asesinato de Andrea reveló muchas cosas que estaban sobre el tintero, entre ellas: la poca eficacia de los programas de desvío para personas violentas. Destapó también la insensibilidad en los procesos judiciales para mujeres víctimas de violencia y acecho. Destapó la falta de rigurosidad a la hora de nombrar jueces y juezas. Destapó a un Tribunal Supremo ultraconservador que, en lugar de aceptar responsabilidad, se autoprotege, y en un intento de soplar un aire de justicia, hacen ruido sin hacer mella. Destapó a una Administración de Tribunales escasa de atención a la justicia real amparándose en una gran sombrilla de “Discreción Judicial.”

Por otra parte, también despertó nuevamente la conciencia colectiva. El Departamento de Justicia asignó fiscales o intermediarios a acompañar a las mujeres a sus vistas frente a su agresor. Eso es un paso... Además, por agencia propia y sin esperar nada de nadie, las mujeres han creado plataformas, aplicaciones y otros instrumentos con el afán de autoprotegerse también…Sí, las mujeres nos cuidamos, pero el Estado tiene la responsabilidad de ayudar a suprimir la violencia, empezando por esa violencia institucional que le caracteriza.

Esa declaración de estado de emergencia no puede ser tan sólo palabras sueltas en un momento de indignación profunda. Tienen que ejecutarse cambios reales y sin ideologías de un lado ni de otro. Para que sea efectivo tiene que haber continuidad, y ante todo, sensibilidad en la acción.

Somos seres humanos y quizá en el fondo, la violencia, como instinto animal, se antepone a la razón humana, pero solamente cuando no existen herramientas para razonar. ¿Y cuál es la herramienta más poderosa? El amor. Después, sin duda alguna, la educación y la empatía como armas de construcción social.

El amor no es poseer. El amor es confiar. El amor es respetar. Creo que hay que aprender a amar con la conciencia de que cada persona decide por sí sola compartir su vida, o una parte de ella, con otra persona. Es una decisión muy íntima que debe hacernos felices y hacernos sentir en paz.

Eduquemos a nuestros niños y niñas sobre tolerancia, sobre aceptación de las diferencias. Eduquemos que todos somos iguales, pero con orientaciones sexuales o identitarias variables. Esas variables hay que respetarlas y fluir sin marcar a nadie en el proceso. Eduquemos a nuestros varones a aceptar un NO como respuesta final. Eduquemos a nuestros varones a amar y a ser amados sin querer controlar. NO, es NO, siempre. Nunca es muy temprano para esa lección.